El '87' que no apareció

"¡Qué fantástico! Qué fantástico si las cosas fueran al revés". Concha Velasco, Mayra Gómez Kemp, Bibí Andersen, Raúl Sénder y Francisco Valladares cantaban y evolucionaban por el escenario -un enorme 87 con varios accesos- cuando ocurrió. Ya habían advertido los artistas que el suelo estaba muy pulido, que resbalaba. Y Mayra Gómez Kemp rodó por los suelos. Miles, tal vez millones de personas atendieron súbitamente el inesperado desliz de una noche, la primera del año, que desde el estudio 1 de Prado del Rey no ofreció otra sorpresa ni emoción, y, naturalmente, no transcurrió al revés, lo que hubiera sido fantástico.Muchos ayudantes y técnicos del programa bajan por una rampa improvisada el enorme bombo de la lotería primitiva. Sólo unos metros más allá, Concha Velasco habla unte la pantalla. A su alrededor pasan técnicos con cables, señoras de la limpieza retiran confetis y serpentinas, y todos se afanan en la operación del bombo. Concha presenta una de las atracciones más esperadas de la noche: Lola Flores. Son las 2.30 y todo el mundo se vuelve por un momento. La sala parece volver en sí, tomar conciencia de su existencia autónoma: irrumpe en aplausos y exclamaciones ante la salida de la folclórica.

Ya la Flores en el aire, los técnicos vuelven al bombo hasta que logran bajarlo. Se empeñan ahora en subir un enorme 87 de al menos tres metros de altura, formado por dos bolas blancas de poliuretano y un siete rojo de cartón-piedra.

Pasan artistas como de saldo -van en bloques y actúan con el acompañamiento del mismo grupo, que finge tocar con aire cansino-, bailarines sonrientes y humoristas, muchos humoristas, y el 87 sigue allí. De cuando en cuando, alguien aparece haciendo aspavientos y lo llevan hasta el borde mismo de la pista; luego lo devuelven hacia atrás.

"Quisiera ser un leucocito para viajar por tus venas como un barquito por la mar serena", cantan Sergio y Estíbaliz. Tras la concentración que provocó Lola Flores, el público se va dispersando de nuevo y presta cada vez menos atención al espectáculo. Sus ojos se centran en el 87. Muchos se van. Los alrededores del escenario se pueblan de pronto de guardias civiles que pululan con sus tricornios tan relucientes como las lentejuelas de las bailarinas con las que se mezclan.

Segundo momento de atención: sale Felipe Campuzano y su cuadro flamenco. Técnicos, guardias civiles y bailarinas apartan un poco el 87 para ver mejor. Son ya las cinco de la madrugada. Empiezan a sacar platos de churros y tazas de chocolate. Ya sólo quedan los incondicionales: la mujer de un guardia civil de graduación, los parientes de una ayudante del programa y los técnicos que vienen y van.

Llega el último bloque: empiezan a aparecer bailarinas cada vez con menos ropa. Una de ellas, la que llega al strip tease integral, se acerca por un momento al 87. Pero es una ilusión efímera. El programa termina, y bajan el enorme año sin usar, inútil, por la rampa. Se acabó.