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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

'Chapeau'

La verdad es que la noticia de la dimisión de Manuel Fraga, aunque fuera como aquella de la Crónica de una muerte anunciada, no deja de ser algo que a más de uno nos ha puesto un poco tristones, y no lo digo por la cuestión ideológica o política, ya que no hace falta beber en las mismas fuentes para echar de menos a un individuo, sino porque, ideas aparte, era una persona que tenía sentido del humor o al menos esa impresión daba cuando hablaba desde la tribuna del Congreso o desde cualquier otra parte, aunque el asunto fuera serio o trascendente.Tenía la gracia natural que les falta a algunos de los líderes de la derecha conservadora que ahora le suceden, y que sin duda son los principales causantes de habernos privado de la charla de un personaje que una vez ido se nos antoja simpático y añorado. Creo que echaremos de menos sus arengas, su preocupación por el precio de los garbanzos y demás legumbres.

Pero se ha ido, y lo ha hecho en un momento en que las cosas andan revueltas en algunos sectores de la política; y lo ha hecho con honradez y coherencia, sin rasgarse las vestiduras ni echar culpas a nadie, aunque culpables habíalos, y se ha ido por la puerta chica del fracaso, pero con la cabeza alta, porque se tenía que ir por el bien de su partido, aunque quede por verse lo que hagan ahora, y se ha ido porque era lo legal y él es un hombre de principios. Al irse, ha dado una lección de seriedad política de la que más de uno debiera tomar nota y aprender, y ha demostrado, creo yo, que es una persona a la que aún le queda dignidad.

Puede que los españoles tengamos debilidad por los perdedores, como dice Rosa Montero, y que incluso lleguemos a adorarlos cuando ya no están, pero ello no es óbice para juzgar el acto de Fraga como algo serio, coherente, cabal, respetable, honrado e inaudito; impensable esto último en nuestro país, aunque se hayan cometido las mayores tropelías. Por ello, a pesar de que nos veamos privados de sus diatribas atrevidas e hilarantes; de su verbo gracioso, que no agraciado, de sus bravatas típicas del oficio, chapeau señor Manuel, y que la historia le haga un huequecito, que también se lo ha merecido.-

Barcelona.

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