El socialismo hoy, lo posible y y lo necesario
Aunque los alegatos contra el presente sólo en parte alcancen al futuro, la verdad es que, si se juzga desde lo que ahora tenemos en el mundo, habría -de hecho hay- no pocas razones para el escepticismo. "El hombre ha nacido Friedman y, sin embargo, por todas partes está en Keynes", protestan hoy con toda su fuerza e insolencia los actuales conservadores neoliberales propugnando la absoluta necesidad de volver a aquél; es decir, de volver o de ir (no voy a entrar ahora en esto) hacia, entre otras cosas, un mercado libre donde el Estado no se meta: ya tiene éste otras libertades, que no la económica, con las cuales meterse, y hará bien en hacerlo, señalan los tales liberales autoritarios. Sabido es que ya se está tratando y actuando en este sentido en pro de la necesidad, se dice, de una dictadura liberal: que el Estado se dedique a sus cosas, al orden público y al apoyo del capital, y deje al fin y de una vez por todas las manos libres a los individuos y a los grupos que concurren a aquél.En un orden económico internacional dominado por esa filosofía, y por esa fuerza (material e ideológica), no es fácil -se aduce- mover muchos peones concretos hacia los objetivos socialistas del interés común, del bienestar general, del control democrático de la producción con libertad e igualdad. Hablo, como se ve, de un socialismo democrático y de una economía mixta con planificación democrática.
Hoy por hoy -insisten los gestores-, en las condiciones actuales, no es posible hacer otras cosas que las que se hacen: la necesidad delimita y define la posibilidad, y la política -se nos recuerda- es el arte de lo posible. Sólo que en el camino me parece que algunos, también algunos socialistas, se han convencido no ya de la temporal inevitabilidad de tales modos, sino incluso de su inmejorable eficiencia y de su intrínseca bondad. Así, para éstos, hablar de otras cosas que no sean el mercado y el capital es pura y simplernente hablar por hablar.
Neoliberales
Al igual que un pesimista no es -se dice- sino un optimista bien informado, hoy un socialista no sería ya sino un neoliberal que todavía no se ha enterado.
Siento tener que volver a viejos argumentos, no porque no los haya nuevos, sino porque bastan éstos, para constatar y explicitar -sin merma de un sano realismo- cómo en aquellas aseveraciones lo histórico, el orden económico del capital (pues de eso se trata), es tomado, una vez más, como inmutable, como el orden absolutamente necesario y natural: tengo textos orales y escritos de importantes banqueros que son deliciosa y perfectamente iusnaturalistas. Por supuesto que si no se toca ninguno de los elementos del sistema (por ejemplo, los gastos mundiales en armamento) es difícil, por no decir imposible, su transformación; todos los elementos están conectados y ensamblados, no sin contradicciones, en el conjunto. Tendría que advertir que no hablo para nada de capitalismo y socialismo en términos esencialistas -dos esencias cerradas y absolutas, del todo incomunicadas entre sí-, sino, al contrario, en términos históricos y procesuales, hasta evolucionistas, sin reducirlos además en modo alguno a categorías exclusivamente económicas.
En ese contexto de comprensión de la necesidad (fáctica y empírica), pero sin negación de la posibilidad (crítica y transformadora), alguien resumió los debates de Jávea I (1985) con la consigna de, al menos, no hacer de la necesidad, virtud: era una forma, humilde, de mantener abierta la utopía, de no renunciar a los fines cuando los medios escasean y están, los decisivos, en manos de otros.
En los viejos tiempos -recuérdese- hablábamos de conciencia real (necesariedad empírica) y de conciencia posible (potencialidad crítica) para, entendiendo primero la realidad, mantener abiertas las perspectivas y las esperanzas de su necesaria (ética) transfórmación. Paralelamente, hoy cabría reivindicar, como ya está haciéndose, un socialismo posible tanto frente al denominado socialismo real, por un lado, como frente a las ideologías del no-posible socialismo, por otro.
Resignación
Como vemos, además de una necesidad fáctica y mecánica, hay y debe haber una necesidad ética y humanista (utilizo a propósito este término tradicionalmente tan manipulado y hoy, estructuralistamente, tan denostado), dimensiones ambas, fáctica y ética, mecánica y dialéctica, que por lo demás no tienen por qué darse por fuerza escindidas y en insalvable contradicción.
Desde estas connotaciones, y por volver otra vez a la narración concreta de estas líneas, el encuentro de Jávea II (1986) tal vez podría síntetizarse para muchos en esa otra más progresiva definición de la política (propuesta hace tiempo, se recordaba allí, por Herbert Wehner) como "el arte de hacer posible lo necesarío". Jávea I -por seguir con este símil- se expresaba, adviértase, en un enunciado, en un imperativo, negativo: "No hacer de la necesidad, virtud", con una tal vez mayor resignación ante la necesidad (fáctica), exigiendo ante todo su no confusión y enmascaramiento como virtud (ética). Jávea Il se expresaría, en cambio, de manera positiva (dentro siempre de este personal esquema de interpretación que estoy aquí utilizando): "Hacer posible lo necesario", cambiar lo empírico haciendo que sea posible lo que debe ser. Por supuesto -aviso al recalcitrante pragmático de Hispania- que nadie, ni los más optimistas ni en Jávea ni en Babia, cree que todo esto va a producir por sí mismo resultados prácticos, sociales o económicos..., al menos en un futuro inmediato.
Y por descontado que tampoco es nada fácil establecer y concretar qué es lo necesario, lo que debe hacerse, las exigencias éticas que la política debe actuar. El debate sobre las necesidades reales es, como se sabe, cuestión abierta y sumamente controvertida en la ética y en la filosofía política actual, también en la buena economía. Pero algo, bastante, puede irse diciendo y haciendo acerca de todo ello. Por de pronto, que hay exigencias necesarias a mantener y a realizar si -por lógica interna- de un modo u otro se quiere poder seguir hablando de socialismo, e incluso de democracia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.