Bichos
Es difícil presumir que estoy a favor de las cucarachas. Podría aportar pruebas muy razonables referidas a la especie de tono rubio rutilando bajo el neón para deshacer cualquier sospecha. No obstante, un impulso más alla del que induce a deshacerse de esos bichos hace pensar en la categoría moral de los anuncios sobre insecticidas. No sé cómo les afectarán a ustedes las palabras exterminio o aniquilación total pronunciadas con una ferocidad asesina. Entiendo que la gente carezca de simpatía por los insectos domésticos y quiera apartarlos de su vista. Igualmente es aceptable que los fabricantes se esfuercen en probar que si se dedican a vender venenos es porque cada uno ha adquirido una destreza profesional de primer orden. No haría, falta, sin embargo, más. A fin de cuentas, todo el mundo entiende, a estas alturas del desarrollo en la investigación sobre armas químicas, que la ciencia se encuentra en ventajosísimas condiciones para fabricar líquidos que atoran la respiración de las moscas. Es, por tanto, demasiada vanidad proclamar sádicamente esta capacidad de exterminio. Un paso más y se llega a la conclusión, vista la voluptuosidad con que el anuncio celebra el efecto letal del producto, de que la vocación de los fabricantes es acabar con cualquier bicho viviente, y que si ahora se encuentran a este nivel, nada asegura que próximamente no se complazcan en objetivos más al tos. No faltan además indicios sobre su creciente maldad. Recientemente, por ejemplo, se exhibe una historia publicitaria en la que el rociado mefitico actúa no sólo contra los individuos en cuanto individuos, sino que asalta a la familia, al padre, a la madre y a los hijos reunidos, con una eficacia genocida. Se trata de cucarachas, claro está, pero justamente por eso y siendo cierto que basta pulsar levemente un aerosol, no resulta fácil entender la necesidad del ensañamiento. ¿O sí? La cucaracha, la mosca, perecen a nuestras manos, pero además podremos agregar el deleite de advertir el irreversible trastorno respiratorio, intestinal o familiar que provocamos. Un gozo más. Fatalmente, el hogar es el reino natural del homicidio.
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