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Reportaje:

Fuego al gitano

La furia incendiaria de vecinos de Martos forma parte de la escalada de enfrentamientos payos-gitanos

ENVIADO ESPECIALRafaela Moreno Amaya ha decidido no darle de mamar a su hijo de 10 días "para no pasarle el miedo que llevo dentro". El bebé es el miembro más joven de la comunidad gitana de Martos (Jaén), que huyó del pueblo después de que unos 200 payos incendiaran sus domicilios el 12 de julio pasado. Las tres noches siguientes, los casi 130 gitanos durmieron a la intemperie, primero en unos olivares y después junto a un basurero de la vecina localidad de Torredonjimeno. La manzana de viviendas destruidas está custodiada permanentemente por la Guardia Civil. En el interior de ellas hay camas con hierros retorcidos, mesas camilla reducidas a ceniza, muñecas destripadas, electrodomésticos inservibles y algunas fotografías de familia milagrosamente salvadas de la quema sujetas por un clavo a la pared. Es como el paisaje después de la batalla.

Ni siquiera los que se declaran incendiarios aciertan a narrar cómo se decidieron a subir a una de las partes más altas de este pueblo, de unos 20.000 habitantes, a quemar 38 de los domicilios de los gitanos. En cambio, sí hacen valer razones y sinrazones para justificar el acto como una defensa propia, como una reacción de todo un pueblo contra unos vecinos a los que tachan de "criminales, ladrones y pendencieros". No quieren a los gitanos, y si éstos volvieran -confiesa un hombre que intervino en la quema-, "que se preparen". Una agresión fue el origen de todo. Un gitano conocido como El Lolo golpeó al payo Francisco Expósito y le produjo un moratón en un ojo. El Lolo venía de celebrar una boda. Esa mañana se había casado una gitanilla de 14 años, María Flores, con Miguel Vargas, un joven sin empleo que cobra un subsidio desde que hace cuatro meses saliera de prisión.

La noche de bodas la pasaron en el monte, después de que los payos irrumpieran con hachas y antorchas en las viviendas. Los incendiarios, antes, se habían reunido en la plaza del Ayuntamiento de Martos para exigir al alcalde, un viejo militante socialista, Antonio Villagordo, que expulsara a los gitanos. "Nos dijo que no, que hiciéramos lo que nos diese la gana. Así que decidimos subir a quemar las casas", explica el propietario de un bar instalado en la misma calle donde habita Francisco Expósito, el agredido por el gitano. "Participamos todo el pueblo, no una ni varias personas. Por eso es injusto que la Guardia Civil haya detenido a dos personas, cuando hemos participado todos", añade.

Dos viviendas que estaban desocupadas, también ardieron. La familia se había ausentado para trabajar en la recogida del melocotón. "Es lo mismo, se lo merecen, todos, los gitanos son iguales", comenta un vecino. La Guardia Civil llegó a la barriada cuando sus propietarios habían huido y las casas ardían. Su presencia sirvió al menos para detener otra intentona en la mañana del domingo 13 de julio. Desde entonces no ha habido más incidentes. Sin embargo, la tensión es evidente, y muchos de los vecinos que toman el sol. en una plaza descubren a los periodistas y les rodean para insistirles en que no son racistas, que sólo se han defendido. No quieren, afirman, drogas ni robos. "En las casas de los gitanos han aparecido, quemados, cajones con ajos y alcaparras, sustraídos de las fincas de otras personas de Martos", asegura un anciano.

El partido comunista hizo pública una nota donde rechaza unas declaraciones atribuidas al alcalde de Martos en las que decía que en el asalto habían participado varios de sus afiliados. Sin embargo, en el suceso es difícil encontrar un trasfondo ideológico. El racismo acapara todo. En un bar contiguo a la vivienda del payo agredido, su propietario explica que no permite que entren gitanos por respeto al resto de la clientela. Junto al mostrador hay un gran retrato. de Franco y profusión de banderas nacionales. Un letrero advierte al visitante que está prohibido pronunciar "palabras rebeldes". Este hombre, sin embargo, admite que hay "payos peores" y habla en favor del alcalde socialista. El dueño del bar estuvo conviviendo casi dos años con una gitana de 16 años a la que daba "trabajo, comida y cama". El hombre alardea de su romance para demostrar que no tiene nada contra ellos.

Frente a este bar hay otro con las paredes desnudas, excepto unas pegatinas de la campaña electoral del PSOE y otra de Izquierda Unida. Cuando cuenta lo sucedido, se incluye entre los incendiarios -"que es todo Martos", afirma- y tiene palabras muy duras contra el alcalde, al que califica de gitano, palabra que se ha convertido en un verdadero insulto en los últimos días. Hasta hay quien afirma que el presidente del Gobierno tiene sangre gitana, porque su segundo apellido, Márquez, se da con frecuencia en esta raza. La indagación sobre esta sospecha sigue su curso.

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El campamento

La noche del incendio, los gitanos la pasaron en el monte, junto a unos olivares. Por la mañana, algunos se aventuraron a regresar a sus domicilios, ya entonces fuertemente custodiados por la Guardia Civil. Luego los llevaron a Torredonjimeno, a seis kilómetros de Martos, donde vivieron dos jornadas más a la intemperie. Lograron salvar los burros y algunos líos de ropa, que han hecho las veces de colchón, sobre todo para los numerosos chiquillos. Antes de salir para el campamento montado por la Cruz Roja en Vado de Baena, un anejo del término municipal de Martos, los gitanos fueron instalados junto a una estación de ferrocarril abandonada de Torredonjimeno, vecina a un erial usado como basurero y a una cementera.Los gitanos quieren mucho al alcalde de Martos, a "don Antonio". Cuando lo entrevén se acercan a él para abrazarlo. Unas viejas gitanas lloran su suerte agarradas de su brazo. Nadie se explica por qué no se abrió un hangar situado junto a la estación abandonada para que sirviera de cobijo a las familias. Una mujer cuenta que es de Martos, que allí sus hijos van a la escuela, pero que no quiere regresar por temor. Los gitanos se sortean los periódicos que llegan a sus manos y se reconocen en las fotografías. También descubren a los que quemaron sus casas y recitan un rosario de apodos: "Son los Gazpacho, los Vinagres, los Cuáqueros, los Sopas y los Batatos".

"No sé de dónde sacaron los castellanos tantas herramientas, azadones y rifles", comenta una mujer, recordando la noche del asalto. Casi todos los cabezas de familia están parados y sólo ocasionalmente han accedido a un trabajo gracias al Plan de Empleo Rural de la Junta de Andalucía. Los gitanos quieren casas y se lamentan de que en el futuro no vayan a tener un lugar propio para asentarse. Le temen al éxodo. Una mujer, madre de siete críos, explica que todos están inscritos en el Registro Civil y que cuando cumplen la edad van al colegio.

En Torredonjimeno, la Cruz Roja repartió las comidas. Todos hacen cola y van diciendo su nombre. El martes, la comida llegó hacia las cinco de la tarde. Primero, un filete con patatas y fruta; después, la sopa. Al final parece que no hacía falta la sopa. Algunos miembros de la comunidad tienen aún los ojos irritados por el humo del incendio.

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