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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pérdida de Mercedes Milá

Intriga en la televisión, y en la radio, la fe de sus directivos en los cambios periódicos de programación, y hasta de la estructura de sus programaciones. Se sabe que hay obligaciones contractuales, razones presupuestarias, deseo de dar oportunidades, un cierto sentido de las temporadas -meteorológicas y sociales-; pero todo ello parece predeterminado por una voluntad de cambio permanente, como Trotsky hablaba de la revolución permanente. Es probablemente algo psicológico que choca con un sentido de la estabilidad o de la normalidad.En otros países hay programas que duran años y años (aquí mismo hay algunos ejemplos, pero son muy raros) y otros que se despeñan por sí solos, aunque estén grabados y contratados, como pasa con las programaciones de cines y teatros, donde hay espectáculos que duran años y otros que desaparecen con una sola noche: según la demanda. Aquí parece obedecer más a una política de la periodicidad.

Duele ver desaparecer de pronto programas que se han ido haciendo amigos nuestros. Duele haber visto despedirse, el jueves, a Mercedes Milá, compañera durante 25 semanas. Aparte de una estructura de programa un poco dudosa, con sus derivaciones y sus interrupciones, Milá ha conseguido un estilo de entrevistas poco usual. Los entrevistadores de que dispone Televisión Española son pocos y son irregulares.

Programas duraderos

Algunos están anclados en el sistema de preguntas minuciosamente preparadas, y siguen con su retahíla sea lo que sea lo que conteste el entrevistado; no articulan la conversación y se les muere. Otros son ejemplares, como Manuel Campo Vidal, que conversa realmente, que tiene una cortesía admirable para con el o los invitados, lo cual no le impide poderles contradecir, a veces, con sus datos o sus apuntes; tiene en su contra la brevedad del tiempo de que dispone. Hay de pronto entrevistadores improvisados, que salen de una redacción donde son perfectos y que tienen una información propia abundante, pero que carecen del sentido del diálogo. Los moderadores son otra cuestión; tienen la angustia del equilibrio de tiempos, de los segundos a consumir, del temario propuesto. Había una moderadora con estilo propio, Emma Tamargo, que presentaba La ventana electrónica, la psicología dominante del cambio perpetuo ha llevado a tomar como presentadores a invitados que no tienen el oficio. Lo que fue un equipo perfecto de entrevistadores e investigadores en Vivir cada día, que llegó a ser un programa de primer orden, se perdió en el sistema del docudrama, de obligar a representar a los personajes su propio papel, y ha perdido vigor. Pablo Lizcano se ha encerrado en una mala estructura de programa: elige bien a sus invitados heterogéneos, les lleva a debatir entre sí temas en los que no son expertos, su interrogatorio suele ser neutro; pero la rotura con las canciones corta continuamente el juego verbal. Puede que cada uno de ellos, los que lo hacen bien y los que lo hacen un poco peor, ganaran con la prolongación de programas generalmente aceptables en general, y con el aguzamiento de cada uno de esos programas. En cuanto a los que lo hacen claramente mal, siempre habrá para ellos otros trabajos que puedan hacer bien.Mercedes Milá lo ha hecho muy bien. No sólo ha llevado gente interesante, oportuna y difícil -aunque algún programa haya sido un fracaso-, sino que ella misma constituye un espectáculo. Es una entrevistadora risueña, traviesa, inconformista. Deja reflejar en su rostro y en sus actitudeslas emociones que le produce lo que dice el otro. Articula con él; apenas olfatea algo medio dicho, sólo insinuado, lo persigue inmediatamente para sacarle todo el partido posible. No cabe duda, aunque siempre quede mal señalarlo, que tiene unas virtudes femeninas; una curiosidad, una afición al chisme, un sentido de lo personal, que todavía practican, como pueden, las mujeres que van quedando; profesionalizado, como lo hace ella, es una virtud rara.

Saberse el personaje

Pero a estos valores une otros de carácter general: no sólo tiene información suficiente de sus personajes, sino que se los sabe, que les conoce, de cerca o de lejos, como amiga o como lectora de sus vidas; como periodista. Algo tiene de jugadora, de entusiasta del azar, de forma de descubrir las cartas -las personas que se sientan a su larga mesa-; algo que hace pensar que siempre puede haber imprevistos, que los resultados finales no se van a conocer porque se están desarrollando, y ésa es una virtud televisiva extraordinaria, que sabe arrancar un sentido de lo directo que otros petrifican con su envaramiento. Consigue que cualquier persona tenga algo interesante o nuevo que decir delante de ella -salvo algunos mascarones de proa que tienen un solo discurso para toda su vida, y aun así-, o delante de nosotros, y que no se sepa en qué puede ir a parar la historia. Si es sólo apariencia, si es una fórmula estudiada, tanto más valor para ella: consigue la pequeña emoción.Duele perderla. Duele quedarse con otros programas que parecen indestructibles, aunque demuestren continuamente que son odiosos. Se puede imaginar que los programadores lleguen a tener más flexibilidad, menos creencia en sus organigramas, menos hormiguillo para los cambios, menor protagonismo propio. Un poco más de humildad para dejar vivir los programas que gustan y un poco más de dureza y energía para cortar los otros. Que no se encierren en su preceptiva.

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