Quien domina la montaña, domina Líbano
La guerra de la montaña fue el resultado de un garrafal error de cálculo de las Fuerzas Libanesas, las milicias cristianas unificadas a partir de los falangistas o kataeb. El 3 de septiembre de 1983, el Ejército de Israel se retiró de las montañas libanesas y los cristianos creyeron que era una ocasión de oro para hacerse con el control absoluto. "Quien domina la montaña, domina Libano", dice un viejo refrán del país.
Después de tres semanas de un feroz combate, el más implacable de todos los que Líbano ha conocido en los últimos 12 años, las Fuerzas Libanesas fueron derrotadas por los drusos, agrupados en torno al Partido Socialista Progresista (PSP), de Walid Jumbiat. Los cristianos no contaron con el esperado apoyo israelí y, en cambio, sus rivales recibieron el socorro sirio. El resultado fueron 5.000 muertos y más, mucho más, dolor humano.Aquel 3 de septiembre infausto que selló el divorcio entre las dos comunidades más antiguas del monte Líbano, los cristianos, según sus rivales, cometieron otra imperdonable falta. Fue en Kfarmata, a un kilómetro de Abey.
El jeque Masut Gharib, de 48 años, no era seguidor del clan druso más poderoso en las dos últimas décadas, el de los Jumblatt. Estaba más bien con los Arslan, que no se habían distinguido de modo particular en las fratricidas contiendas libanesas.
Por eso esperaba no ser agredido por los kataeb que intentaban adueñarse de las montañas. Gharib dijo a los vecinos de Kfarmata que no se preocuparan, que podían refugiarse en su casa, que había recibido garantías de personas próximas a los Gemayel de que nada les ocurriría. Él mismo había apoyado la ascensión a la presidencia de Bechir Gemayel, y luego de su hermano Amin, tras la invasión israelí del año anterior.
Cerca de la casa de Masut Gharib hay unas cuantas viñas y chumberas. El día que los europeos lo visitaron, excepto un burro que mordisqueaba la hierba, todo estaba quieto, como suspendido, en este rincón de Kfarmata. Hasta las personas que se asomaban a los quicios de las puertas parecían estatuas.
Dos cuartos a ras de tierra
La casa del jeque cuenta con dos, únicos cuartos a ras de tierra, dispuestos como los vagones de un tren. Están abovedados y vacíos. En las paredes, agujeros de disparos, tiznes de pólvora, cabellos pegados y múltiples manchas de sangre.
El 3 de septiembre de 1983, en un visto y no visto, dos docenas de personas murieron en esos 25 metros cuadrados. Unas velas pegadas al suelo los recuerdan.
El primero en caer fue el iniciado druso. Vio venir a unos combatientes cristianos y salió a recibirles a la calle. "Me han prometido...", comenzó a decir. Un tiro en la boca le calló para siempre. Luego tocó el turno a su familia y a todos los refugiados en su casa. Después, a otros muchos en la aldea, 107 personas en total. Y aún flota el olor a cadáver en Kfarmata.
No es un guerra contra el PSP, contra los Jumblatt. Es una guerra contra todos nosotros, se dijeron los drusos, al enterarse de los sucesos del santuario de Abey y de Kfarmata. Y si se les pregunta por qué vengaron en los inocentes cristianos de la región los excesos cometidos por los vecinos de Beirut Este, responden con la conciencia tranquila: "Porque no los condenaron. Porque no se unieron a nosotros para luchar contra los kataeb".
En el momento en que los visitantes europeos del país de los drusos dejaron Kfarmata, las nubes habían cubierto por completo
Quien domina la montaña, domina Líbano
las montañas. Eran nubes pesadas, oscuras y sucias, nubes tormentosas que hacían aún más triste su gira por una de las mayores concentraciones mundiales de escombros y vehículos calcinados.El 70% de los edificios de la región son ruinas, la mayor parte causadas por la dinamita. En la primera fase de la guerra de la montaña, cuando los cristianos llevaban la iniciativa, Fueron demolidas sistemáticamente las casas drusas.
En la segunda, cuando los guerreros de Jumblatt barrieron -a los kataeb, llegó la hora de las otras. Se luchó de una habitación a otra, en forcejeos cuerpo a cuerpo cuando se agotaban las municiones. Se derramaron cientos de litros de sangre. Se dispararon toneladas de proyectiles. El relato de las matanzas cometidas por unos y otros hastía.
Al final, unos 200.000 cristianos huyeron de una tierra que fue suya durante siglos. Buscaron refugio en el ya superpoblado Beirut Este. Sobre el terreno, victoriosos, quedaron otros tantos drusos. Por fin, el monte Líbano era el Djebel druso, la montaña drusa.
Al igual que los cristianos maronitas, los drusos encontraron en las montañas libanesas refugio contra las persecuciones musulmanas.
En la, actualidad, aparte de los que habitan en el señorío de Jumblat, se calcula que hay unos 50.000 en Beirut Oeste, 12.000 en el Golán y 50.000 en Israel.
Un siglo de paz
Hasta el comienzo de los conflictos civiles libaneses, las montañas habían vivido un siglo seguido de paz, y muchos potentados libaneses y de los países árabes del Golfo las habían escogido para sus veraneos.
En Sofar está lo que queda del célebre Gran Hotel. Más adelante, en Aley, los patéticos restos de los restaurantes y clubes nocturnos que hacían famosa, la ciudad en todo Oriente Próximo. Aquello de allí, cerca de la iglesia con el campanario, convertido en un muñón en el que se retuercen los hierros de la campana, era el restaurante Le Gitan.
Y aquellos castillitos de piedra almohadillada con arcos apuntados, bueno, lo que las bombas no tiraron abajo, eran las villas de presidentes y millonarios.
Nunca los europeos que viajaban por tierras drusas habían visto una destrucción tan completa. una puesta en práctica tan minuciosa del principio de no dejar piedra sobre piedra. Y eso que venían de Beirut.
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