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Waldheim

No se oye otra cosa. Ruido de vestiduras rasgadas desde Oriente a Occidente. Un ex nazi ha conseguido llegar a presidente de una república democrática y, como solía ocurrir en las novelas victorianas, la mejor sociedad se niega a compartir sus salones con un personaje manchado por la historia. Claro que en el pasado el ex nazi llegó nada más y nada menos que a secretario general de la ONU y en los archivos de la buena sociedad democrática ya constaba su pasado nazi, pero nadie tiró del cajón oportuno y la ficha se quedó criando malvas, mientras Kurt Waldheim, durante ocho años, encarnó la utopía de la democracia universal una, grande y libre.Este mediocre cómplice histórico ha servido para demostrar primero que fueron necesarios muchos nazis para que pudiera extenderse el nazismo, como fueron necesarios muchos franquistas para que pudiera perpetuarse el franquismo. Y segundo que, al menos en Austria, el nazismo se beneficia de la nostalgia y de la duda. Entre el viejo voto ha funcionado la memoria de una complicidad con el nazismo, por activa o por pasiva. Y entre el nuevo voto, la duda... la duda de que la historia haya sido tal como se la han contado, la duda incluso más peligrosa de que la historia tenga sentido. El peligroso no es Waldheim, los peligrosos son sus votantes.

Y no quisiera yo ahora contribuir al nacimiento de un nuevo mito: el peligro austriaco. Mucho me temo que en circunstancias similares otros Waldheims habrían llegado al poder en cualquier otro país europeo con pasado equivalente, y ya no hablemos de España, donde conocidos torturadores han dirigido y dirigen el tráfico democrático avalados por un consenso ético y una diferencia estética perfectamente descriptibles. En España se ha llegado incluso a establecer un pacto, si no entre caballeros, sí entre dos caballeros concretos, para ayudamos a perder la, memoria histórica. Y es que cuando la memoria histórica es demasiado dramática se convierte en pesadilla o en exigencia. Y buenos están los tiempos para perder el sueño o la palmada en la espalda del eterno poder. Malos tiempos para la lírica, peores tiempos para la memoria.

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