_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una grieta en los cofres de Pandora

ANTONIO ESCOHOTADOLos primeros reactores se construyeron para producir en masa el explosivo usado por entonces en la manufactura de bombas atómicas, que era el plutonio. Fue a comienzos de los años cincuenta cuando algunos líderes de la industria americana propusieron empresas conjuntas: el capital privado comercializaba los kilovatios derivables del calor y el Pentágono se quedaba con los residuos radiactivos para fines bélicos. Sensible a estas sugestiones, el presidente Eisenhower solicitó y obtuvo en 1954 una nueva legislación sobre energía atómica, gracias a la cual se autorizaba el leasing de materiales fisionables para. usos mercantiles y se reconocía la propiedad privada de reactores. Ese año, cuando las Naciones Unidas lanzaron el programa Átomos para la Paz, el asunto parecía una alternativa humanitaria a la febril fabricación y experimentación de bombas nucleares.

Dos grupos de argumentos avalaban el programa. El primero declaraba que los combustibles fósiles estaban desapareciendo a toda velocidad, que otras alternativas energéticas eran ilusorias a medio plazo, que las centrales nucleares proporcionarían electricidad mucho más barata y que, merced a ellas, cualquier país podría ser energéticamente autónomo. Las cifras de rendimiento que se barajaban eran llamativas: medio kilo de U235, fisionado, produciría el mismo calor que 1.500 toneladas de carbón; media onza de esa piedra filosofal equivalía a 600 megavatios-hora.

El segundo grupo de argumentos se centraba en los peligros de utilizar semejante combustible, y concluía declarando que la autoridad "científlca" se sentía capaz de hacerle frente de modo "perfectamente satisfactorio". Lustros más tarde empezó a decirse "razonablemente aceptable". En cualquier caso, la fusión del núcleo de un reactor -como acaba de acontecer en Chernobil- era pura y simplemente "imposible".

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Si en 1986 repasamos el grupo de argumentos basados sobre la pura rentabilidad, se observará:

a) Que sigue habiendo petróleo y carbón, a precios aceptables, y se han descubierto importantes reservas de combustibles fósiles y gas natural.

b) Que el kilovatio de las térmicas nucleares sólo resulta sustancialmente más barato si se omiten garantías suficientes de seguridad para todo el proceso, incluyendo el adecuado destino de -los residuos y los ciclópeos trabajos de enterrar las centrales viejas.

c) Que la propagandeada autonomía energética nunca eludió el trust de unos pocos países (menos y más exigentes que los de la OPEP, por ejemplo), ni la consiguiente necesidad de importar tecnología y materia prima de ese trust.

d) Que ya en los años cincuenta se barajaban alternativas energéticas mucho más limpias que la fisión, empezando por la fusión nuclear, y que con todo cinismo las investigaciones en tales campos (salvo las vinculadas a la bomba de hidrógeno) apenas merecieron apoyo oficial oí privado, simplemente porque funcionarían a largo plazo.

Pero observemos, también que los argumentos de rentabilidad, a pesar de sus falacias y profecías incumplidas, no dejarían de ser defendibles si el argumento de seguridad fuese veraz. Y el argumento, de seguridad era -lo sigue siendo- que nadie se vería expuesto a radiaciones, y mucho rnenos que se verían expuestos cientos de millones de personas. La amenaza no era tan remota cuando los propios instaladores reconocían que ninguna central podría ftincionar más de 30 o, como mucho, 40 años, por simple saturación de ponzoñas propias, y que tras ese plazo será preciso el trabajo faraónico de sepultar cada una cuidadosarriente, en bloque o por piezas. ¿Cómo lograr que ese combustible prodigioso yprogresivamente sucio nos resulte siempre limpio?

De eso podría informarnos con precisión la central térmica de Chemobil. Los remedios infalibles para evitar el calentamiento del núcleo por encima de los 2.650º son moderadores de radiación (como el grafito, el cadmío o el boro) y refrigerantes del conjunto. La central de Almaraz, por ejemplo, tiene su refrigeración asegurada por el Tajo. ¿A quién podría ocurrírsele desviar las aguas algunos kilómetros antes? Además, para el caso de que el núcleo comenzara a calentarse de verdad los benévolos ingenieros añadieron el sistema del blindaje con hormigón. No obstante, el núcleo de un reactor falto de refrigeración se convierte en algo cada vez más parecido a una estrella, y si ese horno no agrieta rápidamente su confinamiento, disipándose en la atmósfera o el subsuelo, tenderá a alcanzar millones de grados. Es bastante pintoresco tratar de extinguir semejante cosa con mantas de riego. Sólo cabe envolverla en revestimientos mayores, que inexorablemente irán empapándose de radiación y requiriendo capas nuevas.

En cuanto a las cenizas radiactivas, con vidas medias de milenios, sabemos que el problema se ha resuelto con la chapuza de tirarlas en bidones al fondo del mar y el plan de depositarlas en minas profundas, como si los movimientos sísmicos, los volca

Pasa a la página 14

Una grieta en los cofres de Pandora

Viene de la página 13

nes y otras perturbaciones geológicas no existiesen, y como si el envenenamiento de las aguas subterráneas fuese un riesgo despreciable. En definitiva, los cálculos de los primeros instaladores -Westinghouse, General Electric y Gulf General Atomic- cifraban las probabilidades de escapes serios o fallos de refrigeración en una cada 500 años (contando con una potencia instalada superior a la actual). Han bastado siete años para que se reconozcan dos fallos graves, uno de ellos cáta9trófico a nivel inmediato y a largo plazo, en las escasas centrales existentes. Con el proyecto de multiplicarlas a toda costa no es fácil creer que en lo sucesivo la información vaya a ser especialmente veraz. Los Gobiernos se sentirán obligados a evitar el pánico, como acaba de reconocer el francés, aunque esto suponga para un alemán comer lechuga italiana capaz de inducir rápidos cánceres. Peor sería que la gente corrierse en todas direcciones dando gritos, preguntándose cómo es posible que semejantes amenazas anden sueltas y patrocinadas incluso por la autoridad política.

Pero no soy un técnico, y no me atrevería a entrar en el tema si no fuera porque me parece pertinente recordar una historia que, como los buenos mitos, narra con otros personajes la nuestra propia. Cuenta Hesiodo que Zeus se encolerizó con Prometeo porque había dado a los hombres el fuego, un instrumento capaz de alterar duraderamente la naturaleza. Resuelto a compensar ese excesivo don, mandó que Hefesto y Afrodita interviniesen en la producción de una formidable doncella, Pandora, cuya dote era un baúl repleto de fabulosas riquezas. El incauto Prometeo -al fin y al cabo, un sujeto como la mayoría- hizo oídos sordos al consejo de su hermano, el cauto Prometeo ("no aceptarás regalo alguno"), e incorporó a sus propiedades la dama y el cofre. Naturalmente, lo que el arca encerraba a presión era una quintaesencia de las miserias y los males; bastó abrir una rendija para que escaparan en tropel, diseminándose por toda la Tierra.

Prescindamos de los circunstanciales personajes. En la segunda mitad del siglo XX cuesta imaginar un baúl repleto de más prometedoras riquezas que las alcanzables explotando un combustible barato. Y el baúl lo tenemos, progresivamente lleno con muchos miles de toneladas de un elemento radiactivo como el plutonio, cuya longevidad se aproxima a la de los astros. La conducta de nuestros Epimeteos con el cofre nuevamente ofrecido no ha sido abrirlo (salvo para hacer estallar algunos centenares de bombas), sino tratar de ponerle un enchufe con adaptador para electrodomésticos. Pero precisamente ahora comenzamos a enterarnos de lo que ya sabía a su manera el mitógrafo griego: el cofre tiende a resquebrajarse en todo instante. Hasta que sepamos más, sus fastuosas riquezas pueden equivaler finalmente a una usura, donde el calor es tan sucio que todo beneficio se gastará en descontaminación, o habrá general envenenamiento. Por lo demás, eso no significa oponerse al progreso, a la humana audacia de hacer real lo posible. Al contrario, alabamos la realidad, la ganancia, el presente concreto, y de ahí que reclamemos una ecuánime consideración para el ambiguo regalo venido de la diosa Ciencia. Por usar una bombilla de 100 vatios, en vez de una de 60, dudo que alguien prefiera sufrir tumores malignos y taras genéticas.

Refiere Hesiodo que sólo uno de los contenidos del cofre no salió disparado al abrirse, y que fue la esperanza. De esperanza vivimos, en efecto. Sin embargo, ¿a cuánta esperanza tenemos derecho cuando en vez de investigar a fondo todas sus consecuencias nos dedicamos a sembrar la Tierra de cofres semejantes? Una sola ventaja indiscutible aportó la energía nuclear, y no es pequeña. Los errores ya no serán locales, sino planetarios. A pesar de toda la bestialidad vigentte aún en nombre de nacionalidades, Estados soberanos y bloques, está claro desde Hiroshima que gens una sumus, y que cuando doblen las campanas, doblarán por todos. Aunque de Chernobil sólo naciese uña conciencia fortalecida de esta unidad, ya se habría dado un razonable paso. Podríamos entender entonces la otra versión del mito de Pandora, aquélla donde no portaba un baúl lle.no de aflicciones, sino un vaso colmado de verdaderos presentes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_