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Sofibourg

Tengo un amigo madrileño que no aspira a ser director del Centro de Arte Reina Sofía. Tiene, me consta, los mismos méritos que esos aproximadamente 5.000 artistas, intelectuales y políticos que sueñan con ocupar el despacho principal del impresionante edificio de Atocha, que, por cierto, le debe más a Fernández Alba que a Sabatini. Incluso mi extraño amigo goza de una privilegiada posición que para sí la quisieran otros candidatos«a la dirección del Sofibourg: es primo segundo de la secretaria tercera de Javier Solana y en cierta ocasión fue discretamente consultado por un alto cargo del PSOE. Pero es un tipo esquinado, lleno de complejos físicos, socialmente huraño, sin el menor ego y fanático de la vida civil. Rumorea el todo Madrid que la insólita abdicación de mi amigo es un intolerable gesto de esnobismo. Yo sé que sus razones son más profundas. "Soy demasiado feo, fofo, calvo y bajito para ese edificio", me confesé amargamente en un arrebato, de sinceridad y lucidez.La única crítica provocada por el Centro Reina Sofía fue que se inauguró sin director. Para ser exactos, fueron 5.000 varapalos cortados por el mismo patrón. Si las puertas del Sofibourg hubieran sido abiertas con director, entonces las críticas sólo habrían sido 4.999. Otra posibilidad era crear un comité de dirección con los 5.000 aspirantes, todos con un despacho de ocho metros cuadrados. Habrían desaparecido las críticas y de paso se resolverían los problema de espacio que plantea el soberbio edificio de 40.000 metros cuadrados. Pero me inclino por la actual fórmula. Me parece una genialidad que el centro haya sido inaugurado sin director. Por un lado, mantiene intactas las esperanzas de todos los candidatos y obliga al ejército de aspirantes, por el otro, a hacer méritos para lograr tan codiciado cargo. Y eso mucho la actividad intelectual, fomenta la competencia entre artistas dormidos en sus laureles y genera vivas polémicas. La lucha sin cuartel entre los candidatos a director del Centro triplicará la producción cultural del país. Hecho decisivo para llenar en el futuro tantos y tan espléndidos metros cuadrados de cultura.

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