Mientras haya mujeres y hombres
Además de traer de nuevo algunas películas que para la mayor parte de los espectadores estaban casi olvidadas o mal vistas en su tiempo por falta de información acerca de la personalidad de su director, el ciclo dedicado a una parte muy importante de la obra de Joseph Leo Mankiewicz por Televisión Española nos ha ofrecido las ventajas de ver a la casi desconocida en España De repente, el último verano y de recuperar para la memoria las maravillas de Carta de tres esposas, Eva al desnudo, Operación Cicerón, Cleopatra, El día de los tramposos y, más cercana, La huella, que se emite esta misma noche como cierre del ciclo.El lado defectuoso -que hubiera sido fácilmente subsanable- de este inolvidable ciclo ha sido su carácter incompleto. ¿Por qué no se han emitido, por ejemplo, La condesa descalza, Julio Cesar y Mujeres en Venecia, que son tres filmes esenciales para intentar la operación imposible de abarcar la inabarcable obra de este genial cineasta, uno de los más grandes del cine y no precisamente de los más y mejor conocidos?
Misterio del comportamiento
El ciclo dedicado a Mankiewicz, por los síntomas que aquí llegan, ha sido seguido -pese a la concurrencia en horario con el programa estrella de Mercedes Milá- por mucha gente y con creciente admiración y persistencia. Al final incluso con sabor a poco. Para muchos espectadores, a causa de su corta edad, el cine de Mankiewicz ha sido un impagable descubrimiento y es una pena que de su sólido y homogéneo edificio hayan faltado algunas piedras angulares, cuando la ocasión era inmejorable para ofrecerlo en toda su variedad.
Porque lo primero que salta de un recuerdo conjunto de las grandes obras de Mankiewicz es su enorme variedad, al menos aparente. Es cierto que su obra se desarrolla alrededor de una serie completamente dispar de historias, unas de hoy, otra de ayer, otra de anteayer y otras de casi tiempos remotos; unas de aquí cerca, otras de casa del vecino, otras del otro lado del mundo; unas de siempre, otras de invención ajena, otras de cosecha propia; unas de amor, otras de desamor, otras de ni una cosa ni otra; unas en forma de tragedia, otras de drama, otras de comedia, otras de western, otras de comedia musical; unas negras, otras rojas, otras de color inédito. Una gran variedad de lugares, de tiempos, de géneros, de estilos y, sobre todo, de gentes.
Y sin embargo esta variedad argumental, que sitúa a Mankiewicz por encima de muchos de sus más ilustres colegas, casi todos atrapados por las telas de araña de lo monocorde, no impide, sino todo lo contrario, que la obra de este cineasta sea interiormente muy compacta y extraordinariamente unitaria. En sus más dispares argumentos, en los tiempos más opuestos y entre gente que poco tiene que ver entre sí, hay siempre en los grandes filmes de Mankiewicz un punto de encuentro de unas cuantas, en realidad muy pocas, preguntas, resumibles en una sola: ¿Qué demonios les ocurre a los individuos?
El cine de Mankiewicz no cae en la inútil pedantería de intentar contestar a una probablemente incontestable pregunta. Se limita a enunciarla y a dar al espectador innumerables pistas de acceso al misterio del comportamiento humano considerado como tal misterio, sin degradarlo con respuestas inevitablemente simples para una incógnita tan compleja y que ofrece tantos síntomas de ser fértil en su estado natural de pregunta.
La galería de individuos que contiene la obra de este cineasta norteamericano es una de las creaciones sin igual en el arte de este tiempo, y su pertenencia a él hace del cine, que muchos consideran tan sólo un buen arte de entretenimiento, un arma de conocimiento. No hay por ello ningún riesgo en decir que cuando en el futuro, dentro de decenios o tal vez de siglos, haya quien se interese por lo que les ocurría a los individuos de este tiempo, tendrá sin remedio que acudir, y poniéndolos de tú a tú con las grandes novelas o dramas de la literatura del siglo XX, a los densos y transparentes filmes de Mankiewicz.
Más allá de las pantallas
En estos filmes, junto con los de Floward Hawks, Luis Buñuel, Carl Dreyer, Orson Welles, Alfred Hitchcock, Roberto Rossellini y un apretado puñado más de cineastas, el futuro investigador tal vez averigüe -como desearía Mankiewicz, que si alguna vez se hubiera puesto a hacer un filme futurista no hay dudas de que iría por ahí- que, por ejemplo, en el siglo XXX las cosas seguirán más ó menos igual que ahora en lo que al individuo y sus comportamientos profundos concierne. Mientras existan mujeres y hombres, y parece que esta necesaria arbitrariedad de la naturaleza va para largo, lo que ocurre en los filmes de Mankiewicz seguirá siendo lo fundamental que le sucede a este viejo planeta.
La obra de este cineasta no sólo es uno de los más apasionantes capítulos del cine, sino también una riquísima cantera, cuyo fondo no se ve aún, para encontrar las piedras con que edificar el conocimiento específico de lo que fue de los hombres y las mujeres en sus hábitats psíquicos y éticos de la mitad de uno de los más enrevesados y malhumorados capítulos de la historia humana. Es una construcción de la imaginación que desborda sus cauces, se sale de las pantallas y contamina la vida diaria de su época con imágenes sin las cuales ésta no se entendería o se entendería de otra manera.
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