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BARCELONA-ZARAGOZA, FINAL DE LA COPA

Dos jugadas confusas deciden la eliminación del Athlétic

Santiago Segurola

SANTIAGO SEGUROLA El Barcelona golpeó seco y preciso en San Mamés. Primero, cuando el Athlétic se volcaba sobre el área de Urruti. Después, cuando los bilbaínos se disponían a comenzar el asalto para igualar la eliminatoria. Fueron dos goles producto de la calma y de la ciencia, dos directos a la mandíbula del Athlétic, que en los minutos postreros estuvo a merced de un rival que se retiró de un campo de batalla. Schuster, que se tomó venganza refina da con un gol directo desde el córner, quizá no se percatara, pero cuando entró en el vestuario dejó atrás lo más parecido a Corea. El campo fue invadido por unas decenas de hinchas y la policía tuvo que utilizar métodos expeditivos para tratar de despejar el terreno de juego.

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La ventaja del Barcelona se basó en la práctica de un juego extremadamente ordenado, una defensa invulnerable en los envíos aéreos y un tremendo sentido del contragolpe. En estas condiciones, no afectó a los catalanes el hecho de que Schuster no acabara de sacudirse el miedo patológico a San Mamés y de que Marcos y Amarilla tuvieran que abandonar la cancha lesionados a las primeras de cambio sólo en los minutos iniciales el Barcelona peleó con cierta congoja. Julio Salinas marró el disparo en el primer minuto, cuan do no había enemigo a tres metros. Dos minutos después, Argote reivindicó su fama de extremo a la antigua con una carrera por la banda y, a continuación Sarabia remató de cabeza en su única acción de peligro. El Barcelona esperaba. La colada de Carrasco en el minuto 15 fue el aviso de lo que vendría a continuación. Un saque de Schuster, el globo pertinente, un barullo considerable y el balón que aparece en el rincón de las ánimas. Zubizarreta se quejó y los bilbainos se abalanzaron sobre García de Loza, que se mostró firme y concedió el gol.

Con el marcador favorable a los azulgrana se desataron los primeros vientos de guerra. Patxi Salinas lanzó un par de andanadas y Carrasco buscó el tobillo de Goiko. El nerviosismo era general en las filas rojiblancas, que se sustentaban gracias al trabajo estajanovista de Gallego. El interior rojiblanco logró provocar el desorden en las filas del Barcelona. Lo hizo como acostumbra: con un juego vertical y ágil. Una de sus internadas, que fue cortada al borde del área por Julio Alberto, dio origen al gol del empate. Allí se puso una vez más de manifiesto el peligro del Athlétic en las jugadas a balón parado. Goiko pegó a la pelota con el mazo que lleva por zurda y San Mamés tembló.

Lo que siguió fue una pelea subterránea. El Barcelona permaneció escondido en las cercanías de su área. Sin alardes, piano, se amuralló en el centro del campo, donde el Athlétic exhibió su debilidad última. Patxi Salinas estaba más preocupado de sacar el trabuco que de diseñar algo de juego, y Luis Fernando demostró que es activo y molesto como tábano pero que su condición es de peso ligero. Y enfrente tenia a acreditados pesos pesados, como Víctor, Schuster o Urbano. El Athlétic no recuperó el poder ofensivo que había desplegado en el primer cuarto de hora. Apretó con músculo y la mente nublada por la tensión y el progresivo desgaste físico. Cierto que el peligro fue más palpable en los dominios de Urruti, pero eran amenazas aisladas en el tiempo: un cabezado de Goiko y un eslalon de Julio Salinas, que debe de ver brujas cuando se topa en solitario frente a los porteros. Una vez más falló.

El segundo tiempo comenzó con el Athlétic tocando la aldaba.

El Barcelona dio una vuelta rnás a la tuerca en el centro del campo y abortó las acometidas del Athlétic. Por si fuera poco, la vanguardia representaba el colmo de la eficacia. La proporción efectivos-regimiento fue máxima. Los minutos postreros fueron francos para el Barça.

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