_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El que dice sí, el que dice no

"Se ha inclinado ante la necesidad. Ha dicho si".(Bertolt Brecht)

Para quienes conozcan un poco la obra de Bertolt Brecht, el título de este artículo tendrá resonancias familiares. Así se titula, efectivamente, una breve ópera que él escribió, en colaboración con Kurt Weill, para las escuelas; y en ella se trataba de provocar una reflexión sobre el no y el sí como dos respuestas posibles ante determinadas, graves, situaciones. Esta breve ópera escolar, que en realidad son dos idénticas hasta el momento en que en una el niño que tiene que pronunciarse por el sí o por el no se decide por el sí en una de ellas -El que dice si- y por el no en la otra: El que dice no, está basada en una obrita japonesa, Taniko, de carácter místico, en la que el personaje dice sí: sí a la costumbre; un sí que comporta su propia muerte. Hablando de japoneses, uno puede pensar aquella obrita como una ilustración de la filosofía del kamikaze. Precisamente la crítica de Brecht toma la forma de otra obra: ésta en la que el niño dice no.

Decir no viene siendo, en nuestras culturas, una expresión consagrada como la propia de la rebeldía. Si mal no recuerdo, Albert Camus empezaba un famoso libro definiendo al hombre rebelde como aquel que dice no. Sea como sea, decir sí o no decirlo, de una manera u otra, ha tenido mucha importancia histórica, sobre todo en algunas circunstancias. (Por cierto, que, según el catecismo de mi infancia, Cristo nos había enseñado a decir sí o no; la abstención es, al parecer, un invento de posteriores cristianos.) Dentro ya del sí, por poner un ejemplo, decir sí de una manera determinada -que ha terminado en el oui- ha dado lugar a lo que hoy es la lengua francesa, mientras que en las márgenes de los territorios en los que se había decidido decir sí de esa manera, la elección del oc (del latín hoc) como expresión afirmativa, daba lugar a... la lengua de oc, y a los territorios culturalmente definidos por ella: la Occitania. En aquella situación originaria, decir sí en forma de oc era, en realidad, decir no a quienes decían sí de otra manera. Así son las cosas de complicadas y, en ocasiones, paradójicas. Algunas veces he citado yo aquello de Luckacs sobre quienes obedecen con formas de rebelión: sobre quienes, en fin, dan a su sí la forma de un no. También hay quienes dan, o damos, a nuestro no la forma de un sí: los síes a la subversión son noes al sistema establecido. Etcétera, etcétera. Por no hablar ahora del complejo sistema de los síes "aunque", o de los síes "pero", y de los noes "aunque", o de los noes "pero". El mundo de nuestras decisiones familiares, profesionales, sociales y políticas se mueven en el campo de esta compleja dialéctica que a veces se reduce a una necesidad que se nos impone -o que nos imponemos- éticamente, en función de determinadas exigencias objetivas.

La obrita de Brecht vuelve una y otra vez a mi memoria durante estos días de sí y de no. En ella sucede que, según la Gran Costumbre, el niño está condenado a muerte de antemano. Pero, además, es su obligación decir sí. De todas maneras ha de ser arrojado a la torrentera y perecer, pero él ha de decir que está de acuerdo: "Se ha inclinado ante la necesidad. Ha dicho sí". Este mundo del sí es, a fin de cuentas, el mundo de sí. Y sin embargo:

Muchas gentes dicen sí y en el fondo no están de acuerdo / y algunas están de acuerdo en aquello en que no deberían estarlo.

Cuando el niño de la segunda obra -aquella en la que el niño dice no a su muerte- rompe con el sí que trata de imponérsele corno una necesidad, se le recuerda que él estuvo de acuerdo en aceptar lo que se siguiera de aquella marcha. "Mi respuesta fue mala", responde el niño, "pero vuestra pregunta era más mala todavía. Quien da el primer paso no debe forzosamente dar también el segundo. También se puede reconocer que el primer paso fue un error".

En estos días de sí o de no, los recuerdos de esta preciosa ópera escolar no pueden venir sino impregnados de preocupaciones concretas. ¿Nos encontramos ante una mala pregunta? Parece muy evidente que sí. ¿Y cómo (lar una buena respuesta a una rnala pregunta? Para quienes opinamos que en este caso concreto esa respuesta es no, las palabras de este niño que dice no -y que de este modo rompe el sortilegio del sistema- nos remiten a esa conflictiva diléctica entre el primer paso y los posteriores. Si se entró en la OTAN, ello no quiere decir que haya que continuar en esa Ailianza -¿una Santa Alianza?-. También, si se votó al PSOE, ello no implica que haya que seguirlo a cualquier parte. Parece claro que la legitimidad de los pasos con los que uno hace muy bien en desmentir un mal paso no es extensible al campo de las posiciones pragmáticas y oportunistas con las que uno no es que rectifique un malpaso -lo que siempre está muy bien-, sino que se burla del mundo de los propios principios. En la actual situación, el mal paso fue la en trada en la OTAN; y también, a poco que sigan así las cosas, mu chos que fueron votantes del PSOE tendrán que considerar como un mal paso en su vida aquel voto con el que otorgaron al partido que hoy ostenta el poder político su confianza.

Resumiendo un poco las cosas, habrá que decir con ese niño valiente de la obra de Bertolt Brecht que "en una situación así, hay que dar media vuelta".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_