El Madrid necesitó casi dos horas para romper al Simac
Hay una razón práctica que hace suponer, en ocasiones, que en el baloncesto lo más importante no es meter la pelota en la canasta. Y, así, lo que parece una reducción al absurdo tiene validez matemática. El Simac lo explicó bien, por lo que obligó al Real Madrid a un esfuerzo titánico para mantenerse cuerdo en medio de un partido intenso. El Real Madrid fue tenaz, mientras que el Simac aportó mayor variedad al espectáculo: dio ejemplos de practicismo y fuerza dramática. Al final, el martillo madridista consiguió abrir brecha y apuntarse a un resultado abultado, que, sin embargo, sólo le acerca un milímetro a la final. La victoria resultó pírrica, al fin y al cabo.
Cuatro errores consecutivos, permitieron al Simac comenzar el partido con ventaja, que mantendría hasta el minuto 12. Esa circunstancia provocó nerviosismo en el Real Madrid. Al entonarse, aumentando ostensiblemente su porcentaje, la situación no mejoró. El drama interno, porque el externo se traslucía sólo en un marcador adverso, lo tenía que vivir Lolo Sáinz.
El drama era éste: el Real Madrid cosechaba un porcentaje de acierto del 60%, por un 39% de su rival; sin embargo, estaba más dañado por las personales y le costaba controlar el rebote defensivo. Estas dos circunstancias motivaban que el Simac, con tan mal porcentaje, labrara el 30% de sus puntos en los tiros libres y rectificara sus errores con 9 rebotes ofensivos. Esta es la razón práctica, que enseñó el Simac con unos sistemas bien ejecutados, de forma que alejaban a los pivots madridistas del rebote con buenos desmarques y bloqueos.
En la reanudación, tras un intranquilizador 48-40 en el descanso, el partido cobró otra dimensión diferente, mucho más dramática, porque no estaba seguro quién iba a ser el triunfador final. El porcentaje mejoró por ambas partes, por lo que se jugó sin depender del rebote. Apareció, entonces, D'Antoni, autor de una serie de 6 canastas de 3 puntos, que igualó la situación, hasta colocar el marcador en un 68-65 (m. 29). En ese momento, el Real Madrid tenía el partido casi perdido. Para remate, la teatralidad italiana había salido ya en escena provocando que el tiempo se alargara exasperantemente; baste tener en cuenta que el Madrid-Simac duró 30 minutos más que el Madrid-Maccabi.
La clave madridista estuvo en su tenacidad, argumentada en la experiencia de Corbalán. La provocación italiana, su disposición a dar el remate final al partido con la colocación de su habitual zona 1-3-1, tuvo por contestación un juego ordenado, pero impulsivo, autoritario. Poco a poco, el Real Madrid encontró en las situaciones ofensivas al mejor Townes de la temporada.
Asentarse, así, sobre una diferencia que oscilaba entre los 10 y los 13 puntos resultó fundamental para entrar en la frontera de los cinco últimos minutos, tercer acto escénico que los italianos dominan como nadie. La zona 1-3-1 no sirvió para nada y una racha afortunada de Rafael Rullán y López Iturriaga permitió la paliza final.
Lo peor es ganar partidos así, simplemente para llegar bien vestido a la cita esperada: Zagreb, feudo de Drazen Petrovic. Si allí no se produce la victoria, dado que el Cibona derrotó ayer al Zalghiris por 99-90 -el partido Maccabi-Limoges terminó en 115-96-, el Real Madrid-Zalghiris sólo será decisivo si se produce lo imposible: victoria madridista por una diferencia superior a los 40 puntos. ¿Castigo sin venganza?. No es este el caso. Vencer a Petrovic significará dos cosas: darle a probar una derrota y expulsarlo de la final.
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