Dos no son siempre pareja
Decididamente parece que Pepe Carvalho, el ente de ficción creado por Manuel Vázquez Montalbán a lo largo de seis novelas y diversas narraciones breves, vive un constante proceso de desdoblamiento: el del papel y el del celuloide. En cada trasvase de lenguajes se le maquilla de forma diversa, se busca un modelo físico y sígnico cada vez más particular, se le dota o se le despoja de atributos cada vez más disímiles. Más allá de un estado de crítica escolar en el que la relación cine-literatura se formula en términos comparativos, buscando identidades donde sólo existen diferencias, lo cierto es que el pobre detective parece condenado a vivir como un permanente esquizo.Detrás de la serie sobre Pepe Carvalho, que anoche comenzó a emitir TVE-1, hay dos proyectos que parecen reclamar su propia independencia y que difícilmente cohabitan. Por un lado, nos encontramos ante un producto de sólida factura y sin aparentes agujeros en su ortografía, con un soporte de producción e imagen perfectamente trabados y una excelente interpretación de Eusebio Poncela (actor que, presumiblemente, pocos adecuarán al personaje novelesco, aun cuando los trazos de éste sean bastante aleatorios) recreando al detective con una fría y bien calculada variedad de matices. Toda esta textura convierte la serie en un producto diestro, persuasivo, exportable, que, en esencia, parece no admitir otros posibles.
Sólo que esta categoría pierde sustantividad cuando aparece vaciada de su contenido fundamental: la historia. Detrás de Las aventuras de Pepe Carvalho apenas hay historia porque no hay guión o, para ser más precisos, hay un guión que difícilmente podemos reconocer como propio tras sistemática y caprichosa poda de elementos practicada por el bisturí del realizador.
Como por arte de magia se ha procedido a una milagrosa desaparición de algunas ideas temáticas (cuyo rastreo a lo largo de ocho capítulos sería fatigoso de realizar), al socorrido trasvase de personajes y diálogos de las novelas que no figuraban en los guiones originales y a la progresiva pérdida del paisaje familiar de Carvalho (el itinerario que va del refugio arcádico de Vallvidrera al infierno poético del barrio chino; itinerario local, que no localista, que, dicho sea de paso, propone el trazado de una metáfora urbana llamada Barcelona). Detalles que, de manera harto condescendiente, cabría asimilar dentro de la operación peluquera que traza todo realizador frente a un guión ajeno.
Pero es que, además, se ha planteado una lectura radicalmente distinta del personaje central y su entorno. El registro narrativo de este detective gallego, ex comunista y ex agente de la CIA, pirómano de unas huellas culturales que previamente ha asimilado, gourmet y desencantado, lúcido espectador acrobáticamente aferrado a sí mismo, ha desaparecido prácticamente en beneficio de un personaje neutro, sinóptico, de vibración puramente mecánica y algo cínico, que solamente la riqueza del actor encargado de darle cuerpo contribuye a engrosar.
Bestiario
Otro tanto cabría decir de la figuración zoológica que rodea a Carvalho (Biscuter, Charo, Bromuro y, en general, toda una gama de personajes trillados y familiarizados con las apariencias), auténtico bestiario que traza una conciencia reveladora de la realidad y otorga verdaderas cartas de naturaleza estética y sémica a cada uno de los relatos. Sin la presencia activa y permanente de esta figuración desaparecen las zonas intermedias de la historia, esos tiempos muertos que, lejos de amenazar naufragio del relato como presumiblemente temiera el adaptador, condicionan su fluencia, su tersura narrativa. El manual de insignificancia que rodea a Carvalho (prepararse sofritos, charlar con el confidente limpiabotas sobre la ecología y la úlcera de estómago, quemar libros en la chimenea de Vailvidrera o detenerse ante el aspecto clitorial de la frambuesa) puede resultar menos ilustrativa e impactante a escala televisiva que la simple y huera acción directa, pero constituye el registro narrativo de la existencia del personaje sobre el que se fundamentan todas las historias.A menos que ese personaje haya pasado por otra pila bautismal. Si fuera así es probable que sobraran todas estas cuartillas y podríamos convertirnos en benefactores del sólido cirujano. Lejos de lamentar una pérdida, estaríamos atrapando la diferencia.
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