Adorable comedia
Las vértebras subjetivas del gusto personal se sustentan a menudo sobre objetos aislados del resto del mundo, pequeñas muestras de un universo en su momento sentimental y hoy nostálgico. Es esa esclavitud de la nostalgia, que precisamente comentaba el escritor Terenci Moix en el suplemento semanal de este diario en su columna Extraño en el paraíso publicada el pasado domingo.Así, para los amantes del cine cuya médula se forjó en los años sesenta, una película como La conquista del Oeste puede aparecer como la base de un sólido edificio que genera emociones, sentimientos y, con el tiempo, pensamientos. O Cleopatra, o Camelot o... Desayuno con diamantes, por supuesto; un filme capaz de levantar los mayores entusiasmos en un público que aún no había descubierto el sucedáneo de la televisión y, con ella, la mala cocina cinematográfica. Hoy, esta noche, Desayuno con diamantes, la película que se nos ofrece dentro del ciclo dedicado a la actriz norteamericana Audrey Hepbum por la primera cadena de TVE, difícilmente creará nuevos adeptos a la gastronomía sofisticada de los años sesenta.
El telespectador posmoderno, que tan a menudo paladea los sabores puros de la elegancia a través de un cartel inmóvil, no hallará gusto en su plasmación a través del movimiento. En suma, que la comedia que se nos ofrece hoy, Desayuno con diamantes, es un vestigio del pasado, quizá más pasado de moda que la propia Bertini, que desfilará por las pantallas caseras con la misma parsimonia que la locomotora de vapor que sale de sus grutas para conmemorar cualquier centenario de cualquier línea ferroviaria. La conmemoración, en este caso, se llama Audrey Hepburn.
Audrey Hepburn y todo lo que ella conlleva: apartamentos con gatos, amores equilibrados; sociedad en la que el dinero no lo es todo, pero es mucho y es el símbolo. El símbolo de Tiffany's como sueño imposible de la felicidad en el lujo y el confort.
Comedia amarga
La película Desayuno con diamantes concluye en happy end, pero es, posiblemente, una de las más amargas comedias de su época, pues esos sueños, como todos los sueños, por otra parte, se desvanecen al entrar en contacto con la luz del día. Y la película de Blake Edwards es un filme muy iluminado. Y excelentemente escrita por George AxeIrod a partir del texto, sabroso texto, del recientemente fallecido novelista Truman Capote. Sin olvidar el Moonriver de Henry Mancini.Pero volvamos al principio, a la nostalgia, a la sensación de un pasado reconocible y espléndido, donde no todo era, no ingenuo, pero sí limpio, honesto; un mundo de cine, caramba.
Y ustedes han oído muchas veces al cinéfilo auténtico hablar de la pantalla grande, de las sesiones de barrio y de los programas dobles; a los Carlos Pumares y a los José Luis Garcis reivindicando, lucha estéril, la contemplación del cine en términos absolutos, aunque el cine de la esquina proyectara con cortes, las películas estuvieran rayadas y los actores doblados.
La fiesta
Pues bien, Desayuno con diamantes, la película de Audrey Hepburn que dirigió Blake Edwards, es, como ya se ha dicho, una excelente comedia sentimental, con momentos magníficos -la fiesta es de antología- y personajes entrañables, pero es una película de cine.El aficionado -por supuesto, carroza- revivirá el sustrato de una época en la que la pantalla se gozaba más. El no aficionado, el consumidor de concursos, dinastías y Oshimas con la misma predisposición -la que anula la vida en aras de la electrónica- se quedará frío como un témpano. Pese a todo, gracias a quien corresponda en Televisión Española por tan elegante regalo.
Desaymo con diamantes se emite hoy en TVE-1 a las diez de la noche.
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