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Pat Saab

Ceramista y cantante norteamericana, ayuda a los lúo africanos a recobrar su artesanía a orillas del lago Victoria

En una aldea perdida de la costa keniata del lago Victoria, una mujer, Pat Saab, norteamericana de Nueva York, convive durante 10 semanas con los lúo. La aparición de Pat -ojos claros y pelo caoba recogido en un impecable moño- entre las chozas de un poblado al que sólo se puede acceder por un polvoriento camino de piedras es una visión propia de un cuento de hadas. Pat, de 40 años, casada, ceramista y mezzosoprano, se encuentra allí para desarrollar un programa de la ONU cuyo objetivo es que el pueblo que habita este área vuelva a trabajar la cerámica siguiendo una tradición que tiene una antigüedad de 400 años y que la introducción del plástico extinguió hace dos generaciones.

Cuando Pat llegó a la aldea de Kindu Bay tuvo que ganarse a pulso la confianza de la gente y convencerla de que sus características vasijas negras no sólo son tan útiles y funcionales como los envases de plástico, sino que forman parte de una herencia cultural que un día podría ocupar las vitrinas de los museos.Para ello Pat se sumergió en la vida del poblado. En lugar de vivir en el destartalado hotel de Kindu Bay decidió ocupar una casa baja de adobe para "convivir con la gente y recuperar las tradiciones". Siguió el ritmo de las mujeres lúo: levantarse al amanecer para buscar la leña para encender el fuego y acompa ñarlas los 12 kilómetros que separan el poblado del río para coger el agua con que preparar el té Aprendió cómo cocinan, para saber qué tipo de cacerolas necesitan. Se dio cuenta, por ejemplo, que podía facilitar considerablemente su tarea si en lugar de utilizar fuegos abiertos para cocinar el ugali -una pasta de harina que cumple las funciones del pan- les enseñaba a fabricar un utensilio parecido a un brasero que concentrara el calor de la llama.

"Cuando era pequeña y mi madre me preguntaba qué iba a ser de mayor yo le contestaba que quería ir a la Luna" sonríe Pat mientras se ajusta el pañuelo que ciñe su cuello y da un toque de distinción a su vestimenta deportiva. "Esto no es la Luna, pero esta experiencia en Kindu Bay, es igual de emocionante", añade con gesto risueño.

La dulzura de sus ademanes y su sosiego se equilibran con una vitalidad desbordante y una firmeza de hierro. Cuando el único discípulo varón de su taller le enseña con una ilusión casi infantil la vasija que acaba de fabricar, Pat la mira y no vacila: "Está rnal" y le muestra las grietas que se dibujan sobre la superficie de barro. "Venga, inténtalo de nuevo", añade implacable pero con la ternura de una madre.

Su estancia en el poblado se ha convertido en una lucha contra el tiempo, que se alza como una barrera frente a sus numerosos proyectos: canalización para llevar el agua al poblado, organización de una cooperativa que comercialice la cerámica... "Diez semanas son poco tiempo para tanto trabajo. Cuando me vaya deben ser capaces de seguir con esta labor por sí mismos", afirma Pat mientras sus discípulos nos muestran con orgullo el horno que han construido bajo su dirección.

Una vez concluida su tarea en África, Pat volverá a su estudio de Nueva York, donde tiene en proyecto algunas exposiciones de cerámica y debe cumplir con el encargo de un mural para Staten Island. Luego, en verano, le espera una gira como cantante de ópera por Europa. El entusiasmo con el que desarrolla actividades tan diversas sólo se explica con sus propias palabras: "Soy muy curiosa, por eso vivo".

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