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VISTO / OíDO

La clave de un réquiem

Hay cosas que cuanto mejor adornadas estén en la bandeja de comulgar a la española, es decir, la de las ruedas de molino, son tanto más difíciles de tragar. A lo peor es cierto que hay un "vertiginoso descenso de audiencia" del programa La clave y que por esa razón, y no por otra, sus enterradores le han cerrado la tienda. Pero, dicha por los segadores del programa, esa hipótesis es no sólo increíble, sino cómica por su admirable cinismo. Es como el caso de aquel ginecólogo borrachín que certificaba la muerte de las parturientas que se desangraban mientras él dormía sus resacas como fallecimiento por causas naturales.A lo peor, insistimos, es cierto que hay un descenso de audiencia en La clave. Los computadores encargados de medir estos vértigos hablan de cuatro millones convertidos en uno y medio, o algo así. ¿Y qué? O peor aún: ¿por qué? ¿Acaso tiene este programa las facilidades de competencia adecuada en la otra cadena, la de las grandes audiencias, para que, se pueda convertir su camino en un multitudinario sendero de rosas?

¿Saben los responsables de la desaparición de La clave lo que supuso para este programa la competencia del espacio de Pedro Ruiz? Lo saben perfectamente. Y, pasado éste, ¿desconocen la infinidad de pequeñas batallas familiares que se entablan todos los viernes por la noche en cada hogar español? ¿Ignoran que ese día millones de niños exigen, no sin razón íntima, ver el Un, dos, tres a costa de sus mayores que, lógicamente, acaban cediéndoles los mandos del indispensable aparato tonto?

Los aficionados a Salomones saben estas cosas, son gente lista. Pero esos Salomones, que usan en sus juicios retorcidas operaciones de sofisticadas computadoras capaces de adivinar el número exacto de sus seguidores efectivos, carecen en cambio de un maldito lápiz humano con el que sumar las batallitas antes mencionadas y deducir de ellas la cantidad de seguidores potenciales -los que dejan de serlo porque a la fuerza ahorcan- del programa ajusticiado, al emitirse en hora de competencia con los garbanzos masticados del Un, dos tres o sus suplentes de oro, como Pedro Ruiz.

Desde hace tiempo -y ésta es una protesta que se oye en cualquier acera de cualquier ciudad española-, tanto los seguidores -voluntarios o a la fuerza- del Un, dos, tres, o del show de Pedro Ruiz, como los que lo eran de La clave no entendían -porque no hay manera bien pensada de entenderlo- que programas como aquéllos, de máximo y fácil poder numérico de convocatoria, fueran emitidos simultáneamente con el único programa de alcance dedicado por TVE a debates en directo sobre asuntos políticos, científicos e intelectuales.

Pero, vistos con ojos sesgados, los resultados mortales de esta ignorancia bien pueden interpretarse como una forma ladina de sabiduría al revés, y podría malpensarse que en el descenso de audiencia -de La clave hay un componente oscuramente calculado e incluso provocado por la mortal persistencia de tan suicidas horario y día de emisión. Nadie ignora que La clave en ocasiones se encrespaba y arrancaba -gajes de la única televisión que arriesga algo, la que emite en directo- ronchas en las pieles de los elefantes.

Cuando se producen colisiones de audiencias entre dos programas simultáneos, si se quiere salvar al más perjudicado se ataca a la causa de su enfermedad, que es la simultaneidad con el otro. Pero si lo que se quiere es que fallezca por causas aparentemente naturales, pero en realidad provocadas, lo que hay que hacer es mantener la citada simultaneidad y esperar sentado a que los números lo minen como microbios, hasta la muerte. El hechicero de tumo cerrará compungido la tienda arguyendo que ésta, por desgracia, no tiene clientela suficiente, pero a quienes firmen su defunción hay que preguntarles -como a aquel cínico ginecólogo- que si han hecho algo por evitarlo y que si saben que lo mismo que existen programicidiós por acción, los hay, con igual responsabilidad o irresponsabilidad moral, por omisión.

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