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La choza de Gandhi

Esta mañana, al estar sentado en esta choza donde vivió Mahatma Gandhi, trataba de absorber el espíritu de sus conceptos y empaparme de su mensaje. Hay dos cosas de ella que me impresionaron grandemente. Una es el aspecto espiritual, y otra, lo que se refiere a sus enseres (*). Trataba de comprender el punto de vista de Gandhi cuando hizo la choza. Me gustó muchísimo su sencillez, belleza y orden. La choza proclama el mensaje de amor e igualdad de todos los hombres. Como la casa en la que vivo en México en muchas formas se asemeja a esta choza, pude comprender su espíritu.Aquí encontré que la choza tiene siete tipos de lugares. Al entrar hay uno en el que se colocan los zapatos y se prepara uno, física y mentalmente, para entrar. Luego viene el cuarto central, que es lo suficientemente amplio para alojar una familia numerosa. Esta mañana, a las cuatro, cuando estaba sentado ahí, listo para rezar, había cuatro personas sentadas conmigo recargándose en una pared, y del otro lado había suficiente espacio para otros cuatro, sentados muy juntos. Éste es el cuarto en el que todos pueden acudir para reunirse con los demás. El tercer espacio es donde Gandhi se sentaba y trabajaba. Hay otros dos cuartos: uno, para visitas, y el otro, para los enfermos. Hay una veranda abierta y también un cómodo y espacioso baño. Todos estos espacios tienen una relación intensamente orgánica.

Siento que si viniera gente rica a la choza se burlaría de ella. Cuando veo las cosas desde el punto de vista de un indio común, no veo por qué una casa deba ser más grande que ésta. Está hecha de madera y adobe. En su construcción, no fue la máquina la que trabajó, sino las manos del hombre. La llamo choza, pero es en realidad un hogar. Hay una diferencia entre casa y hogar. La casa es donde un hombre guarda equipajes y mobiliario. Sirve más para la seguridad y conveniencia de los muebles que para las del hombre mismo. En Delhi me alojé en una casa que tiene muchos objetos cómodos. El edificio está construido desde el punto de vista de lo que se requiere para alojar esos objetos cómodos. Está hecho de cemento y ladrillo y es como una caja donde caben bien muebles y otros enseres. Debemos entender que todo el mobiliario y demás artículos que colectamos a lo largo de nuestras vidas nunca nos darán una fortaleza interior. Por decirlo así, son las muletas que ayudan a sostener a un tullido. Mientras más objetos cómodos tengamos, mayor será nuestra dependencia de ellos y más restringida será nuestra vida. Por el contrario, el tipo de mobiliario que encontré en la choza de Gandhi es de un orden distinto y hay pocas razones para depender de él. Una casa instalada con todo tipo de objetos cómodos muestra que nos hemos vuelto débiles. En la medida en que perdemos la capacidad de vivir, dependemos más de los bienes que adquirimos. Es como si dependiéramos de los hospitales para conservar la salud del pueblo y de las escuelas para la educación de nuestros hijos. Desafortunadamente, tanto los hospitales como las escuelas no son un índice para medir el grado de salud ni la inteligencia de una nación. De hecho, el número de hospitales indica la mala salud de la gente y las escuelas hablan de su ignorancia. En forma similar, la multiplicidad de instalaciones de servicio para vivir reduce al mínimo la expresión de la creatividad de la vida humana.

Desafortunadamente, la paradoja de la situación es que quienes tienen más "artículos domésticos" son considerados criaturas superiores. ¿No sería considerada inmoral la sociedad donde la enfermedad tuviera más importancia y donde el uso de piernas artificiales se considerase superior? Al sentarme en la choza de Gandhi sentí tristeza al ponderar esta perversión. He llegado a la conclusión de que no es correcto pensar que la civilización industrial es el camino que conduce a la plenitud del hombre. Se ha demostrado que para el desarrollo económico no es necesario tener más y mayores máquinas para la producción, ni tampoco más ingenieros, médicos y profesores. Estoy convencido de que son pobres de mente,

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cuerpo y estilo de vida los seres que desean un espacio más grande que esta choza en la que Gandhi vivió y sintió lástima de ellos. De esa manera se rinden ellos mismos y su yo animado a la estructura inanimada. En el proceso pierden la elasticidad de su cuerpo y su vitalidad. Tienen escasa relación con la naturaleza y cercanía de sus congéneres.

Al preguntar a los planificadores de hoy por qué no comprenden este sencillo enfoque que nos enseñó Gandhi, dicen que su camino es muy difícil y que la gente no sería capaz de seguirlo. Pero la realidad es que, en virtud de que los principios de Gandhi no admiten la presencia de ningún intermediario o de un sistema centralizado, planificadores, gerentes y políticos se sienten poco atraídos por ellos. ¿Cómo es que no se entiende ese principio tan sencillo de verdad y de no violencia? ¿Es porque la gente siente que la no verdad y la no violencia les llevarán al objetivo deseado? No, no es así. El hombre común comprende plenamente que los medios correctos lo llevarán al fin correcto. únicamente quienes tienen intereses creados se rehúsan a comprenderlo. Los ricos no quieren comprender. Cuando digo ricos, me refiero a todos los que tienen "artículos domésticos" en la vida que no están al alcance de todos. Se trata de "artículos domésticos" para vivir, comer y transitar, y sus modos de consumo son de tal naturaleza que han quedado privados de la capacidad de comprender la verdad. A ellos les resulta difícil de comprender y de asimilar la propuesta de Gandhi. La sencillez no tiene sentido alguno para ellos. Desafortunadamente, sus circunstancias no les permiten ver la verdad. Sus vidas han llegado a ser demasiado complicadas para permitirles salir de la trampa en que cayeron. Afortunadamente, para la gran mayoría de la gente no hay ni tanta riqueza que los haga inmunes a la verdad de la sencillez ni viven en tal penuria que carezcan de la capacidad de entender. Incluso cuando los ricos ven la verdad, se rehúsan a comprenderla. Es porque han perdido contacto con el espíritu de esta realidad.

Debe ser claro que la dignidad del hombre será posible únicamente en una sociedad autosuficiente y que disminuye al desplazarse hacia una industrialización progresiva. Esta choza denota el placer que es posible derivar cuando se está a la par con la sociedad. Aquí, el autovalimiento es la regla del juego. Debemos comprender que los artículos y bienes innecesarios que posee un hombre reducen su capacidad de derivar felicidad del entorno. Por ello, Gandhi dijo en repetidas ocasiones que la productividad debe mantenerse dentro de los límites de los deseos. El modo de producción de la actualidad es tal que no tiene límites y aumenta sin cortapisas. Todo esto ha sido tolerado hasta ahora, pero ha llegado el momento en que el hombre debe comprender que, al depender más y más de las máquinas, está avanzando hacia su propio suicidio. El mundo civilizado, en China o en América, ha empezado a comprender que si queremos el progreso, no lo tendremos por este camino. El hombre debe darse cuenta de que para bien del individuo y de la sociedad es mejor que la gente conserve para sí sólo lo que es suficiente para sus necesidades inmediatas. Tenemos que encontrar un método en el que este pensamiento pueda expresarse, a fin de cambiar los valores del mundo actual. Este cambio no podrá producirse por la presión de los Gobiernos o a través de instituciones centralizadas. Tiene que crearse una atmósfera de opinión pública que permita a la gente comprender aquello que constituye la sociedad básica. Hoy, el hombre que tiene un automóvil se considera superior a quien tiene una bicicleta, pero cuando vemos esto desde el punto de vista de la norma común, la bicicleta es el vehículo de las masas. Por tanto, debe ser considerada de primordial importancia, y toda la planificación de carreteras y de transporte debe hacerse con base en la bicicleta, mientras que el automóvil debe ocupar un lugar secundario. Sin embargo, la situación es a la inversa, y todos los planes se hacen para beneficio de los automóviles, dando segunda prioridad a la bicicleta. En esta forma se ignoran los requerimientos del hombre común en comparación con los de los que están arriba. La choza de Gandhi demuestra al mundo cómo la dignidad del hombre común puede salir a flote. También es un símbolo de la felicidad que podemos derivar de la práctica de los principios de sencillez, servicio y veracidad.

Iván Illich emplea en este texto la palabra amenities para referirse a lo que encontró dentro de la choza de Gandhi, y convemences para aludir a los objetos que se encuentran habitualmente en las casas. No hay traducción apropiada del vocablo amenities en este contexto. Hemos empleado enseres por la resonancia de la palabra. (Nota del traductor.)

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