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Copa de Europa de baloncesto

El Madrid gana por vez primera en Tel Aviv

Luis Gómez

ENVIADO ESPECIAL"Una vez más hemos hecho historia". Es ésta una frase acuña da en el banquillo madridista, en tono entre festivo e irónico. Pero tiene su parte de rigor. Tras más de una década de visitas a Tel Aviv con regreso cariacontecido, el pabellón del Maccabi había cosechado fama de inexpugnable. Pero, ayer, ganó el Real Madrid en condiciones claras de inferioridad. Eso es historia. Una defensa magistral en la se gunda parte, una selección de tiro de manual (80%) y un partidazo de Robinson, llevaron al espectador local a una carencia de expresiones bien completa: aplausos iniciales, murmullos, vítores (el equipo se despega), euforia (descanso), silencio (el rival aguanta) y pitos. Finalmente, desfiló el público hacia el exterior, inmutable ante una se cuencia de triples de Berkowitz.

La inteligencia y la entrega que emplearon los jugadores madridistas en el segundo tiempo marca el valor real de un equipo consciente de poseer un espíritu de elite. Afrontar con serenidad, pero a la vez con garra, lo que se esperaba como cruel protocolo de una derrota anunciada, para convertirlo en victoria, es algo que escapa al mero planteamiento táctico. Lolo Sainz sabe que cuenta con un valor inmaterial en sus jugadores, no cuantiable en las estadísticas, pero que es, en definitiva, el que añade una nota dife rencial. A partir de ahí un equipo aprende a ser campeón, unos jugadores adquieren el sentido de saber estar entre los mejores y de cómo se puede llegar a ello. La segunda parte tenía visos de protocolo, no sólo porque el Maccabi llevaba ligera ventaja en el descanso (53-47) sino por todo lo que había sucedido an tes. Dispuestos los israelíes en defensa zonal 2-3 por temor a no dominar convenientemente el rebote, se trabajaron en ataque la destrucción de lo que ellos pen saban que era la principal circunstancia que les. situaba en desventaja: el segundo pívot. Ellos calculaban igualar a Magee con Robinson, pero sabían que Romay superaba a Lassof. Sin embargo, Romay, en diez minutos, se sentaba con cuatro personales. Además, Rullán, nueve minutos después, sufría la misma suerte.

Ya al irse Romay, el Maccabi se puso en defensa individual para rematar la faena. Se sentían más seguros. Sólo fallaron dos cosas: que Jamchi y Berkowitz, los dos lanzadores, eran bien defendidos y que Robinson había alcanzado un nivel inesperado, con una extraordinaria secuencia de siete aciertos consecutivos a canasta.

Llegó el momento crucial. Corbalán jugaba despacio, con sangre fría, sacando provecho del tremendo respeto que le infunde a Aroesti, un base local que ha de presenciar cómo 10.000 espectadores ovacionan la presentación de Corbalán, por encima, incluso, de su propia salida en cancha. El Real Madrid buscaba control del pase, apoyo en la flexibilidad de Robinson, tiro hiperselectivo y acciones muy claras. En defensa, todo lo contrario: furia, marcar oliendo el aliento del rival, cerrar el pase a Magee y morir por el rebote. El Real Madrid tenía que desarrollar dos personalidades muy distintas.

Robinson le robaba a Magee espacio para dar siquiera un paso. Iturriaga y Del Corral no cedieron ni medio metro, ni Townes aprovechó la mala colocación de Lassof. El Maecabi no sacaba provecho a su altura y, ya entre un silencio delator de su afición, veía cómo Magee caía por personales al querer solucionar el caso Robínson. A pesar de los colegiados, que hicieron un fino trabajo en la primera mitad, la supuesta superioridad se tornó en arma peligrosa: los jugadores israelíes se sintieron impresionados por la evidencia en que les situaba el juego madridista. Aún así, el equipo español sufrió cinco personales casi consecutivas en ataque.

Alcanzar una ventaja de 11 puntos en plena superioridad de juego parecía, incluso, insuficiente. Era penoso presenciar cómo se regalaban canastas de tres puntos a Berkowitz, y cómo los árbitros interrumpieron el juego madridista en los momentos finales con decisiones muy discutibles. Sin embargo, esos elementos no rebajaron la altura del juego madridista, que rozó la perfección de su concentración en una canasta de tres puntos de Robinson en el momento idóneo, y en la ejecución impecable de tiros libres en los momentos en que son vitales. Iturriaga, una vez más, colocó la guinda con un lanzamiento acertado en el último segundo. El Real Madrid se coloca ahora en situación idónea para aspirar a la final.

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