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La 'cumbre' de Luxemburgo

Los firmantes del acuerdo concluido en la noche del martes 3 al miércoles 4 de diciembre en Luxemburgo no parecen, de una manera general, muy orgullosos de su criatura. Se diría que se ingenian en minimizar las virtudes y las promesas.Cada uno tiene sus razones. Los italianos, cuyo Parlamento es netamente maximalista, juzgan los resultados obtenidos francamente insuficientes. Los franceses no ocultan que esperaban algo mejor y se consuelan afirmando que el combate europeo continúa. Hay también los temerosos, que se espantan del paso adelante que se ha dado: los daneses, que han expresado también sus reservas; los británicos, tanto más deseosos de reducir el alcance del acuerdo que les es necesario hacer admitir a una opinión (y a una Cámara de los Comunes) a la que se había previamente explicado que no se cedería sobre ningún punto esencial. ( ... )

Ni esas consideraciones tácticas ni el cansancio inevitable después de dos largas jornadas y noches de conversaciones explican enteramente la circunspección y la modestia que caracterizan -por una vez- las reacciones de los diez ante lo que podría, sin embargo, considerarse como un auténtico éxito. Una ya larga experiencia incita a los jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad a esperar, para regocijarse, a poder apreciar la realidad de los cambios. ( ... )

Aun teniendo en cuenta las reservas británicas y alemanas con respecto a la cooperación monetaria, resulta que la extensión del campo de aplicación del Tratado de Roma, su revisión tal como ha sido decidida por los diez y la adopción de procedimientos de decisión más eficaces pueden revelarse de gran importancia para la marcha del proceso. Hace 20 años exactamente había sido aceptado, en Luxemburgo precisamente, el pretendido compromiso que permitía a un Estado hacer prevalecer sus intereses esenciales para oponerse a la voluntad de sus socios. Ese sistema tenía sus méritos, sobre todo, el de poner fin a "la política de silla vacía", llevada a cabo por Francia desde hace seis meses, y correspondía a un cierto estado de desarrollo de la Comunidad; pero esto condujo a un uso casi sistemático del derecho de veto, como se ha terminado por decir en un resumen rápido, pero significativo. Si la CEE logra pasar a la etapa siguiente -el recurso al voto mayoritario-, entrará en una etapa que podría asemejarse a la madurez.

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Sin duda, esas mejoras no son de las que entusiasman a las muchedumbres. Pero pese a todo hacen avanzar la edificación de esta Europa política, cuyas bases han sido esbozadas hace una treintena de años y cuyos progresos a lo largo de este período no han sido captados suficientemente, incluso por sus partidarios.

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