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Triunfo del Joventut en la Supercopa de baloncesto

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ ENVIADO ESPECIAL El Ron Negrita Joventut se adjudicó su primer título de la época moderna del baloncesto español. Aunque la Supercopa tenga un tono menor, ha demostrado merecer este galardón; pero, sobre todo, este equipo, con dos norteamericanos de nivel superior a los de años anteriores, ha justificado, por fin, que es un serio aspirante a cualquier título nacional.

El encuentro de ayer mostró la interesante constatación de que las versiones más recientes de los Madrid-Joventut guardan un estilo, una especie de imagen de marca. Y es que estos enfrentamientos están tocados por el sello de la limpieza. Hay momentos impecables y escenas de baloncesto de salón. Puede pensar se que el producto es algo frío pero no es por ello de peor calidad; más bien al contrario, se convierte en un reducto para entendidos.

Fue así como ambos equipo comenzaron la final con una elegante fase de tanteo. Las defensas buscaban ajustarse al contrario sin conatos de dureza y los sistemas de ataque fructificaban con cierta perfección: canastas limpias, asistencias decisivas y movimientos de laboratorio. El Joventut continuaba con el método implantado hace un año por Aito Garcí a Reneses: el juego de tres hombres altos, mientras el Madrid situaba a Townes en el centro de la zona, sin marcaje individual, para impedir la colocación de un poste en esa demarcación, justamente la misma táctica que le dio resultado para ganar la pasada Liga.

El Joventut impuso mejor su juego en la primera parte, aunque con cierta timidez porque la circulación del balón entre sus jugadores quedó entorpecida por efecto de la defensa madridista. Hubo momentos en los que el equipo badalonés sufrió para acercar la pelota a los pívots. Entonces pareció que el Madrid podría comenzar a imponerse, pero, al tiempo, se le empezaron a advertir imperfecciones más sustanciales, como dificultad en el rebote, defensa lenta y grandes dificultades para poner en funcionamiento el juego de su principal tirador, el norteamericano Townes. Dentro de este esquema general de juego limpio, se advirtió también la ausencia del con-traataque. Al descanso se llegó en una situación de casi igualdad (44-46).

Pero fue en el segundo período cuando se impuso la perfección del juego badalonista. Tuvo éste un vértice importante en un hombre serio como Stewart, un norte americano, impasible donde los halla, pero responsable, eficaz y riguroso. En esta mitad tuvo una actuación perfecta (seis canastas de seis tiros) y fue el poso de serenidad en el que pudieron descansar sus jóvenes compañeros.

A medida que el Joventut continuaba en una línea de gran seguridad, el Madrid iba perdiendo posiciones en la cancha, fluidez e incluso serenidad, con imperfecciones y errores impropios de un equipo tan experimentado. Lolo Sainz fue desechando jugadores, como Townes o Romay, para encontrar mejor defensa y un ataque menos agotado. Pero lo cierto es que la tradicional agresividad madridista no pudo nunca ajustarse.

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