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En respuesta a algunas objeciones sobre la teoría del 'felipismo'

A raíz de la publicación de mi artículo Apuntes para una teoría del felipismo (EL PAIS, 7 de septiembre de 1985) han sido muchos los comentarios y objeciones -verbales y escritos- que he recibido, pero muy pocos -o mejor, ninguno- que hayan ido al fondo del asunto. Y el fondo del tema es si existen o no -y si existen, cuáles son- las características que definen la mutación experimentada por el PSOE para pasar, en tan breve período de tiempo, a algo tan sustancialmente distinto como es el actual partido en el poder. No hay que remontarse a Pablo Iglesias o Largo Caballero, sino al Felipe González de antes y después de la Moncloa, para reconocer que el cambio ha sido de cierta monta.A partir de esta constatación hay algo que, a mi modo de ver, caracteriza al felipismo y que nadie se ha atrevido a poner en duda, y es su oportunismo desideologizado, su pragmatismo de regate en corto y su carencia absoluta de un proyecto socialista de futuro. Posiblemente lo van a cubrir, en esta etapa electoral que se nos avecina, con un vaporoso y mal formulado propósito de modernizar España -lo que no quiere decir nada-, que no modifica la esencia de su práctica política, definida fundamentalmente por ese oportunismo muy conyuntural para ir seirteando las dificultades y tensiones de cada momento.

Bien es verdad -y así se me ha objetado- que las condiciones existentes cuando el PSOE accedió al poder le eran, casi en su totalidad, muy poco favorables para llevar adelante sus clásicos postulados ideológicos. Ni siquiera su programa electoral, más modesto, tenía muchas posibilidades de poder llevarse a la práctica. Basta constatar la fortaleza en nuestro país de los llamados poderes fácticos, la gravedad de la crisis económica o la importancia de nuestra dependencia exterior -sobre todo de EE UU y la Republica Federal de Alemania- para darse cuen ta de ello. Si además se une la carencia de unas fuerzas sociales en que apoyarse -no olvidemos que el acceso al poder se consiguió con varios millones de votos prestados-, se comprende perfectamente la casi imposibilidad de un proceso verdaderamente transformador. Es decir, hay que reconocer que el cambio era verdaderamente difícil. Y, sin embargo, nos lo vendieron, como mercancía electoral. Lo cual es grave. Ya que pudo ser por ignorancia supina del terreno que pisaban o, lo que es peor, por propósito deliberado de incumplir lo prometido. Ya antes de las elecciones de octubre de 1982, en este mismo periódico, sostuve la tesis de que no existían condiciones objetivas para un Gobierno socialista.

El hecho es que, a casi tres años de Gobierno felipista, la política que se ha seguido no tiene nada de socialista y sí mucho de regresión -o ajuste, como algunos quieren llarnarla- a los mecanismos más duros y puros del capitalismo liberal-conservador. Que ello se haya hecho en contra de las convicciones íntimas de sus líderes más destacados -a regañadientes de su voluntadno invalida, sino que hace más necesarias todavía unas explicaciones lo suficientemente creíbles al pueblo español. Pero como no lo justifican -piden excusas-, sino que incluso alardean de sus realizaciones, cabe pensar que la gestión del Gobierno felipista es el mayor fraude politico de la historia de nuestro país.

También es cierto -y nadie podrá negarlo- que se ha producido en estos tres años un desmantelamiento ideológico del partido en el poder. De tal modo que dificilmente puede definirse hoy cuál es la ideología del PSOE, su cobertura teórica, aquello que legitima políticamente a cualquier formación partidista. Y sin esta legitimación ideológica, el felipismo tiene el riesgo de convertirse en una simple estructura de poder. Y esto le hace frágil para su propia supervivencia como.partido. Ninguna fuerza política puede sostenerse mucho tiempo si se le priva de soporte ideológico. Se puede sustituir, modificar o adaptar éste, pero no suprimirlo totalmente sin aportar otro de recambio. No es cierto el "crepúsculo de las ideologías", como en su día afirmó Fernández de la Mora -y Felipe ahora practica-, sino que éstas siguen siendo necesarias en cuanto legitimacíón teórica y motor dinamizante de toda praxis política.

Pero lo más lamentable que, en mi opinión, hoy está ocurriendo es que el felipismo está transmitiendo el mensaje de que lo que hace el Gobierno es lo único posible. Y, sin embargo, que las condiciones sean difíciles no quiere decir que la única actitud correcta sea la del conformismo. Ya que ello nos conduce a la resignación, el pasotismo y, sobre todo, a un extendido pesimismo colectivo. Con algo mucho más grave: la idea generalizada de que los políticos todos son iguales, se aprovechan del poder y apenas se distinguen -como los célebres gatos chinos, sean blancos o sean negros- en su comportamiento corruptible.

Quizá sea llegada la hora de levantar, una bandera de esperanza, de nuevas posibilidades creadoras, frente a esta ola de decepción y fatalismo en que nuestra sociedad está sumida. Porque lo cierto es que se pueden hacer otras cosas y se pueden hacer de otro modo las cosas. No se trata de exponer ahora aquí un programa político, ni mucho menos una alternativa al Jetipismo, pero es evidente que si de algo ha carecido éste es de imaginación creadora, de riesgo político, de innovación y cambio efectivo. Ha predominado el conservadu-

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En respuesta a algunas objeciones sobre la teoría del 'felipismo'

Viene de la página 13 rismo, la contemporalización, la sumisión a los poderes tradicionales. Y ello se ha hecho con una política del chupe y del bastón, simultaneándola según convenga, en una técnica de profundas raíces franquistas. Por el contrario, insisto, se pueden hacer otras cosas y se pueden hacer de otro modo las cosas. Y éste es el mensaje más perentorio que el pueblo español hoy necesita.

En este contexto se da la curiosa paradoja de que en plena fase expansiva del sistema capitalista, en los dorados años sesenta, se nos ofrecía alentadora la posibilidad, al alcance de la mano, de un nuevo modelo de sociedad; y ahora, cuando la crisis es profunda y estructural, sólo se nos ocurre un endurecimiento de los mecanismos del sistema -fomentar el beneficio privado- como único procedimiento para relanzar la economía. Y esto a nivel universal, generalizado. Realmente el mundo, la sociedad, y cada persona en particular, somos un conjunto de contradicciones a cual más flagrante. Porque ahora precisamente que no funciona el sistema es cuando, en buena lógica, debiéramos pensar en una alternativa que lo sustituyera, y, no en reforzar unos procedimientos que fallan. Aunque también es cierto que coincide con que los modelos que hasta ahora se nos han ofrecido han existido o existen -el socialismo real, por ejemplo-, presentan pocos motivos que sean atrayentes.

En definitiva, el modelo de desarrollo que nos están vendiendo los Reagan, Thatcher y Kohl es inadecuado para nosotros y conduce a una industrialización subalterna con mayor dependencia. Se trata de un desarrollo a partir de las privatizaciones y las multinacionales, como si con ello pudiésemos hacer frente al reto tecnológico, cuando en realidad nos hunde más en la subordinación y la dependencia.

Es la renuncia al pleno empleo, al Estado del bienestar, al modelo keynesiano, que han cumplido su etapa histórica. Ello no supone que lo correcto sea regresar a períodos anteriores liberal-conservadores, casi de un laissez-faire de comienzo del capitalismo.

Este fenómeno de la privatización multinacional de la economía es posible que momentáneamente resulte más ágil, rápido y flexible, incluso más eficiente, pero en poco tiempo aumenta las desigualdades hasta límites brutales, acentúa las contradicciones y crea posibilidades de que se produzcan graves tensiones. Y, sobre todo, es moralmente injusto y radicalmente insolidario, al estar montado sobre el único motor del lucro.

Porque no podemos resignarnos, lo menos que podemos hacer es seguir buscando otras alternativas al felipismo.

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