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El diálogo con Ortega y Gasset

Estaba yo entre divertido y ocupado, cuando el correo me trajo de Caracas un librito. Divertido por la incoherencia de la derecha española, que se indigna contra Televisión Española y exige destituciones porque exhibió ésta unas imágenes y unos textos de Fraga de hace nueve años, y extrae, no de las hemerotecas, sino de un folleto anónimo, ilegal, difamatoriamente publicado por ella cuando estaba en el poder, unas palabras que me atribuye... de hace 48 años. Pero, ya lo he dicho, también estaba ocupado, en vísperas de presentar el seminario que, sobre Ortega y la introducción cultural en el siglo XX, he de dirigir a partir del mes de octubre en el Centro José Ortega y Gasset, cuando me llegó el pequeño libro Vida e historia en Ortega y Gasset, de Federico Riu.Hasta hace poco tiempo apenas había, en cuanto a la filosofía estrictamente dicha de Ortega, sino los extremos: sus detractores, que le negaban el pan y la sal filosóficos, y los, a su modo, no menos escolásticos seguidores, que seguían afirmando la prioridad filosófica de las Meditaciones del Quíjote con respecto a Heidegger. En la ocasión, reciente, del centenario aparecieron libros importantes y muy diferentes, así el de Antonio Elorza, según el cual, la filosofía habría sido para Ortega mera consolación de la política, y el valioso de mí antiguo discípulo, hoy maestro, Pedro Cerezo. Un poco rezagado para la celebración, pero siempre es tiempo, aparece ahora éste, más convincente en su afirmación que en su negación. Niega valor a la filosofía orteguiana posterior a 1928, en lo que se excede, porque su diálogo -confesado o no, eso poco importa- con Heidegger, a partir de esa fecha, le dio impulso "para reinterpretar", como reconoce Riu, "su propio pensamiento", en un giro muy digno de la estudiosa atención que el citado profesor Cerezo ha sabido prestarle.

Lo que afirma es, en cambio, la importante significación filosófica de las meditaciones (Meditación preliminar y prólogo al Lector...), aunque no tengan nada que ver con la filosofia de la existencia. Los autores vivimos todos -en mayor o menor grado- de ilusiones, pero que terceras personas hayan leído estas páginas sin enterarse de que lo hacían con los anteojos heideggerianos puestos es un curioso fenómeno de autoilusionismo mental.

La tarea de Federico Riu ha consistido en releer el texto directamente, sin cristal de color interpuesto, y ver por de pronto lo que no dice, pero para en seguida ver lo que dice, que es, a su juicio, tan importante que permite dar, por fin, a Ortega "el justo y tranquilo puesto que le corresponde en la historia de la filosofía".

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¿Y qué es lo que dice? Riu empieza por resituar las Meditaciones justo donde Ortega las había puesto en 1914: como "primer volumen" de unos "ensayos de varia lección" que "un humanista del siglo XVII hubiera denominado salvaciones", porque se trata en ellos, efectivamente, de salvar y "llevar a la plenitud de su significado" aquello sobre lo que verse el ensayo, y para empezar -Meditación primera-, la novela a partir del Quijote.

"Salvaciones" de aquello que nos rodea, de las "circunstancias españolas". Era propósito de las Meditaciones, de las cuales la del Quijote no hubo de ser sino la primera, la salvación, "de las cosas más nimias", "del paisaje español, del modo de conversar de los labriegos, del giro de las danzas y cantos populares, de las peculiaridades del idioma y, en general, de las manifestaciones menudas donde se revela la intimidad de una raza". Y eso es justamente, para el Ortega de entonces, "la circunstancia": "¡Las cosas mudas que están en nuestro próximo derredor!", "lo inmediato y momentáneo de la vida", y, en la circunstancia literaria, Azorín, con sus "primores de lo vulgar"; Baroja, con "la acción por la acción", y delante de ellos, Cervantes, "la manera cervantina de acercarse a las cosas".

Así pues, en las Meditaciones del Quijote, muy lejos de toda filosofía existencial, lo que pudiera verse, apostillaría yo, es como el esbozo de una filosofía de la vida cotidiana, de nuestra cotidianidad, española cotidianidad, no aislada en su presente, sino vivida en toda su perspectiva también, por supuesto, en su perspectiva o dimensión temporal.

Pero es menester reconocer que en el Ortega de las Meditaciones hay filosóficamente más que esta atención puesta en las circunstancias que nos rodean, en "lo que se halla cerca de nuestra persona". Hemos tropezado antes, incómodamente, con la palabra raza. Pese a la cita de H. S. Chamberlain, Ortega no quiere decir con ella sino pueblo, y "un pueblo es un estilo de vida". Ortega está pensando con las categorís de "la ciencia biológica más reciente" (léase Von Uexküll), que considera "el organismo vivo como una unidad compuesta del cuerpo y su medio particular". Éste, y no otro, es el punto de apoyo para la ilusión existencializ ante de las Meditaciones. Punto de apoyo que autorizaría, como mucho, a una transferencia al plano metafisico y, sobre todo, a una historización de aquellas categorías procedentes de "una nueva biología", de "una concepción biológica del mundo". Y, en efecto, gran parte de la meditación filosófica de Ortega antes de 1928, pero más aún después, consistió en importante reflexión historiológica. ¿Diría Riu que también la influencia de Dilthey sobre Ortega -de la que no trata- ha sido un error? Y, sin embargo, Ortega leyó e interpretó a Dilthey a través de Heidegger...

Sí, hacía notar al principio que el librito me llegó en un momento oportuno, las vísperas de colaborar con el Centro José Ortega y Gasset. ¿Cuál debe ser la dedicación, el "quehacer" de una entidad que lleva tal nombre? Ciertamente está muy bien que en ella tengan lugar seminarios sobre los temas más varios, pues Ortega estuvo siempre abierto a toda clase de saberes. Pero la presencia de la filosofía y, en general, de la obra del propio Ortega, es imprescindible y debe ser constante. No para preservar su ortodoxia, sino, a través precisamente de las heterodoxias que procedan, para liberar y mantener críticamente vivo y operante el pensamiento de un hombre al que todos seguimos citando, porque de él venimos, por él hemos pasado, con él seguimos dialogando.

"En Cataluña", ha escrito Jaume Lorés, "se puede hacer una lectura desapasionada, filosófica, de Ortega". Aquí, ya, también.

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