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La introspección de Viena

La extraordinaria exposición vienesa que toca a su fin, debiera en propiedad llamarse una introspección. Sueño y realidad es el título que lleva la exhibición en cotejo de aquel dístico goethiano que llamó a su autobiografía Poesía y verdad. La gran capital del Danubio ha querido encerrar en un reducido ámbito 60 años de su historia para meditar sobre ella y acaso reforzar su identidad ciudadana. Es ejemplar y relevante el esfuerzo que han realizado autoridades e instituciones, dirigidas por su alcalde, para acumular en forma didáctica y asequible el trozo de historia europea que allí se exhibe: 1870-1930. El giro del siglo. El sueño de un imperio gigantesco que fenece y la realidad de un mundo nuevo y distinto que nace entre los escombros de la Europa semidestruida por la I Guerra Mundial.La hermosa versión que Franz Winterhalter nos ofrece de la emperatriz Isabel, la bávara Sissi, envuelta en muselina blanca; la negra melena sujeta con un cordón tachonado de estrellas, con su cuello de nieve y su mirada ardiente, es el clarín teatral que inicia el drama que sirve la exposición en su escenario. La pareja de Francisco José y su imperial esposa abre, por decirlo así, el copioso desfile gráfico, con las fiestas de su jubileo con motivo de sus bodas de plata. Toda Viena se convirtió ese año en un inmenso cortejo de músicas, paradas militares, coros y danzas, campesinos y gremios ataviados con indumentarias renacentistas llegados de los inmensos dominios territoriales del arrogante y popular káiser. Era el año 1879 y ya después de la guerra francoprusiana había dos emperadores germánicos en el centro de Europa. Y la estrella de Guillermo de Hohenzollern ascendía en el horizonte militar y político, de la mano de hierro del príncipe de Bismarck.

Francisco José reinó desde 1848, en que cae Metternich y abdica en él su padre, hasta 1916, en que Woodrow Wilson era presidente de Estados Unidos. Sesenta y seis años en que su impronta en la capital aparece por doquier, con museos, monumentos, parques, palacios, avenidas, calles y edificios públicos realizados por su iniciativa. La Viena que hoy admiramos se debe en gran parte al esfuerzo y dedicación de este longevo soberano. Es un caso semejante a lo que significó el reinado victoriano en la ciudad de Londres. La esencial diferencia fue que el Reino Unido levantó un formidable imperio y Francisco José tuvo que aguantar, impasible y sereno, catástrofes sucesivas, familiares y políticas, que acabaron con el suyo.

Las fotos antiguas explican la terrible historia. La tragedia enigmática de Mayerling. La muerte de Sissi en Ginebra a manos de un anarquista. El doble asesinato de Sarajevo. La I Guerra Mundial. Tiene algo de fatalismo shakesperiano la trayectoria de este monarca, a quien el destino parece empujar a la desgracia incesante. Las fotos de su entierro en Viena, en 1916, cuando ya la guerra entraba en la fase decisiva, parecen fotogramas de una película superrealista, entre

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La introspección de Viena

caballos enpenachados, servidores a la federica, gualdrapas negras, candelabros gigantes y un enorme público vienés acongojado por aquel simbólico desfile, en que la secular construcción política que se extendía desde el sur de Alemania hasta Silesia, Galitzia, Transilvania, Croacia, Bosnia y el reino de Hungría iba a desaparecer para siempre. Clemenceau, que odiaba la existencia de la monarquía bicéfala, acaso por su fanatismo anticatólico, dijo a los que negociaban el futuro Tratado de Versalles, después de acabar el descuartizamiento territorial del imperio de Francisco José: "Lo que sobre será la Austria futura". El sueño del emperador se deshacía, en realidad, corno la piel de zapa, hasta reducirse a un mínimo. Pero lo que quedó en pie es la quintaesencia de la vieja Europa.En otras salas de la exposición se halla presente la música, que acompaña con una armonía constante el desarrollo del drama nacional. Johan Strauss dominaba la sociedad vienesa con la seductora cadencia de sus operetas. Die Fledermaus fue un acontecimiento nacional por la novedad y la belleza de su puesta en escena. El cargo de director de la ópera y de su Órquesta tenía en la Viena finisecular un rango de altísimo relieve y dependía, en última instancia, del emperador. A Gustavo Mahler le costó trabajo conseguirlo, en 1897, en parte por su condición de judío. El joven músico, enfermizo e introvertido, llevaba dentro de sí un nuevo concepto de lo que debía ser la ópera moderna como acontecimiento integral. Tuvo enemigos feroces y contratiempos graves. Dedicado por entero a su cargo y responsabilidad, componía sus propias obras a ratos perdidos, durante sus vacaciones y en la soledad. En la exposición aparecen gran número de manuscritos, cartas, partituras, retratos, caricaturas y objetos personales suyos. Era un hombre menudo, delgado, nervioso, que llevaba lentes sobre la prominente nariz, la que le daba un perfil de ave, como lo representa Rodin en su célebre busto. Murió sin ser reconocido en su singular valía; en plena madurez. Era otro sueño de artista que se desvanecía.

En 1900 se publica en Viena un libro que lleva el título bastante anodino de Interpretación de los sueños. Su autor se llamaba Sigmund Freud. Llevaba la obra dentro de sí una carga de profundidad cuyas últimas resonancias no se han apagado todavía. En la vitrina que contiene un ejemplar de la primera edición se agolpaban los visitantes como queriendo intuir el valor de aquel volumen y su enorme impacto en la evolución de la psicología y del estudio del mundo de lo inconsciente. Freud aparece en una serie de retratos, juvenil primero, con una maliciosa luz en los ojos; y maduro ya, como un viejo sabio, socarrón y experimentado.

No se pudo traer a la exhibición el patienten couch, o sofa en que yacían sus clientes contando sus sueños y obsesiones al pionero del psicoanálisis. Pero había fotografías y réplicas que definían con claridad la estructura de ese instrumento de la terapéutica analizadora. El butacón de Freud, situado perpendicularmente al paciente echado, reproducía el esquema de los confesionarios católicos en su contenido físico. Más me impresionó contemplar algunas de las cartas que Freud escribió a su novia -1.500, según los eruditos-, que testimonian el inmenso y encendido amor que profesó a su compañera, Martha Bernays. Otro dato para los freudianos es que los sueños interpretados por el médico vienés, y que dieron lugar a su obra, fueron experiencias oníricas personales y ocurrieron en un hotel de los bosques de Viena, hoy desaparecido, donde pasaba unos días de reposo.

Más libros resonantes: El Estado judío. Primera edición, de 1896. Theodor HerzI, escritor y periodista, había sido corresponsal de la Neue Freie Presse en París, asistiendo a las sesiones del proceso Dreyfus. Herzl volvió a Viena convencido de que la única solución al problema era buscar un apoyo territorial definitivo a los judíos dispersos por el mundo y constituir en el Oriente Próximo un Estado independiente. La repercusión del escrito de Herzl fue considerable. El primer congreso sionista, celebrado en Basilea al año siguiente, fue la primera consecuencia política de la publicación. Y también el antisemitismo violento, acusador, presente en carteles y pasquines que llenaron las calles de la capital en esos años. Cuando el austriaco Adolfo Hítler vegetó pobremente en Viena de 1907 a 1913, soñando con ser arquitecto y pintor, conoció el clima del antisemitismo furibundo de los nacionalistas de la extrema derecha. Allí es muy probable que redactara las tremendas páginas proféticas que dedicó a "la solución definitiva de la cuestión" en su libro Mein Kampf. Viena era una capital en que la influencia israelí en el ámbito intelectual y artístico era decisiva.

Los cristianosociales eran una fuerza importante en la política austríaca con su reformismo populista. La socialdemocracia era la otra gran organización política sindical. La Viena roja era, desde 1923, una realidad de primer orden en la Europa de los años prósperos. Su célebre ciudad obrera fue considerada como vanguardia modélica del urbanismo social. El art-decó irrumpió con cualidades propias en el diseño de la artesanía mobiliaría. Schönberg y el grupo de la Secesión alteraron el gusto del arte. Max Reinhardt proclamó en 1924 su fe en "la inmortalidad del teatro". En 1930, en cuya fecha se cierra el contenido de la exposición, la crisis mundial trae el paro masivo, las cocinas populares y la expansión del cine mudo. Todavía otro gran libro nos despide bajo las luces del escaparate en la última sala. Es la disertación lógico-filosófica de Wingenstein, aparecida en 1921, de la que se entresacan unas palabras: "Lo que se puede decir se deja de decir en forma clara. Y de lo que no se puede hablar es mejor no decir nada".

El sueño de Viena, denso, profundo, dramático, contradictorío, lleva dentro de sí las coordenadas de un período decisivo de la historia de Europa, que en vez de solucionarse en paz y cooperación, terminó, en 1939, en una catástrofe intereuropea de mucha mayor dimensión y consecuencias.

Europa, después de la pesadilla, ha despertado a la realidad. No hay más camino que el de la unificación del Viejo Continente para hacer frente con eficacia a las nuevas exigencias del mundo actual. De cuando en cuando la introspección de los sueños resulta necesaria para despertar a la luz cruda y deslumbrante de la vigilia cotidiana.

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