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La alternativa de Cristo

Hay algo de extraordinario y hasta de patético en el sobrehumano esfuerzo del papa Wojtyla por estar presente en todo el mundo. Por Italia corre un chiste muy provocador, pero que tiene también algo de penetrante y tal vez hasta de desesperado: "¿En qué se diferencia Dios del papa Wojtyla?". Y sigue la respuesta: "En que Dios está en todas partes, pero el papa Wojtyla ya ha estado antes". Aquí aparece con toda claridad lo que quiere hacer el Papa, y que además es algo que la Iglesia, de alguna manera, siempre ha hecho: suplir con su presencia la ausencia de Dios.Dios es una presencia sutil, secreta, abscóndita e inasequible: habla al corazón. Éste es el Dios de los cristianos, el Dios universal de todos los místicos, de todo aquel que sabe experimentarlo. Al lado de esta imagen existen las de los dioses paganos, que coinciden con aquélla en la potencia y la indiferencia por el mundo de las cosas de las que formamos parte, siendo nosotros también cosa entre las demás.

La Iglesia ha sobrepuesto estas imágenes divinas, pero sin llegar a fundirlas en una sola. Para ella se da el Dios de los místicos, el Dios de los filósofos y el Dios del pueblo, y sólo en sí misma se pueden reunir estas imágenes; juntó en sí misma las diferentes imágenes de Dios y lleva en su seno al mismo tiempo la culpa y el perdón, la acusación y la absolución, la potencia y la misericordia, la diferencia y la unión. A partir de este enfoque el papa Wojtyla contínúa lo que la Iglesia siempre hizo: suplir con la densidad de su presencia, de su violencia y de su misericordia al Dios invisible e inasequible, inaprehensible para la voluntad de los cristianos.

Este esfuerzo ya no parece hoy tan creíble, ya que en el concilio se esbozó el intento de hacer del Dios de los místicos el del pueblo, el Dios del pueblo de Dios. Y así se ha subrayado esta figura del Cristo crucificado, que sufre el dolor de los hombres y revela con ello la dimensión eterna del hombre que sobrepasa la moral y concluye en la ternura del perdón. Se trata del Dios de Cristo Jesús, el mismo que el concilio intentó expresar. El Dios que conlleva en sí el mismo trato con

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La alternativa de

Viene de la página 11 los hombres que el de Jesús en el Evangelio. Éste es el único Dios posible en nuestros días, la única imagen divina a la que todavía podemos decir la palabra: "Yo creo en ti".Wojtyla nos impone todavía hoy la figura del héroe, la del hombre que busca el martirio, que desea oponerse al mundo, pero de tal modo que se convierte en una figura antitética del mundo: como de un otro mundo en el seno del nuestro. La figura del Papa pierde su imagen institucional: Wojtyla no es un Papa, sino un superpope. Si comparamos su estilo agresivo -que ocupa tanto los espacios materiales como los funcionales, que se expresa por medio de las imágenes, que integra la Eucaristía en los conciertos, que hace representar sus obras juveniles y cantar sus canciones- con el de los últimos papas se puede entender que lo que hace no es exactamente una simple restauración. Es la respuesta de una Iglesia que acentúa su protagonísmo porque duda cada día más de que sin su omnipresente mediación sea todavía posible hablar de Dios. Pero Dios se convierte de esta manera en una parte de la ideología eclesiástica. ¿Puede el mundo aceptar hoy esa mezcla de misericordia y violencia que refleja ese Dios expresado en la imagen del Papa, que obliga a la reconciliación mientras pide, mientras violenta la libertad en el seno de la Iglesia o el respeto de los derechos humanos en las sociedades civiles de todo el mundo?

Tenemos necesidad de un Dios "manso y humilde de corazón", de un Dios evangélico. No es el Padre, en el Evangelio, el símbolo de la venganza o la pétrea justicia; su expresión es la del perdón del mal concedido antes de que sea cometido. Es el hombre quien ejerce su violencia antes de dejar de serlo: el Padre nunca abandona a sus hijos. Vivir en un mundo de violencia sin aceptarla es hoy el gran problema donde se mezclan la moral y la política.

Por eso es hoy creíble un Dios manso y humilde de corazón. En un mundo azotado por la violencia y el poder como el que vivimos, estamos obligados a morales modestas de convivencia y compromiso. Ese Dios paciente que permanece al lado de su propia creación -como si fuera su vida arrojada a la nada- es el modelo de acción humana de la era tecnológica. ¿Puede entonces esta Iglesia, que ha expresado una figura muy distinta de la del Dios que los Evangelios describieron como el hombre Jesús, separando así los rasgos humanos del primero de los trazos divinos del Padre, y fundando en ello la potencia del primero y la mansedumbre del segundo en su propia figura histórica como Iglesia, reconvertirse y volver al Dios evangélico? Pues al fin y al cabo sus místicos vivieron siempre de él, pues en todo tiempo ha existido esta riquísima pulpa por debajo de la dura corteza eclesiástica, y ella ha hecho posible la supervivencia del cristianismo.

En un viaje a Cataluña se me ocurrió visitar el pueblecito que lleva mi propio nombre, Beget, según la transcripción catalana ahora elegida, pero que entonces se llamaba Baget, antes de la reforma ortográfica. No creía que iba a encontrar allí la imagen de Jesús que de repente tuve enfrente: una Majestad, un Jesús crucificado pero sin cruz. Los brazos abiertos indicaban la misericordia universal y el rostro expresaba una inmensa ternura. ¿No es ése el Cristo que, según la forma de expresión franciscana, puso sobre el mismo san Francisco de Asís las señales de su pasión y de su resurrección? Por detrás de todas las cruces de la experiencia humana, cualquiera sea su nombre, siempre hay un Dios que la acompaña. Fuera de la escena evangélica, el Cristo se ve representado lo más a menudo como un crucificado o como un juez. Y hasta la resurreción misma se suele ver como un acontecimiento milagroso, de tal modo que se le priva de su capacidad de símbolo, que es lo que la convierte en un mensaje para toda la existencia humana.

¿Es este Dios compañero del hombre, y que hasta se hace hombre para ser verdaderamente Dios, una imagen incomprensible para el hombre? ¿Debe expresarse necesariamente la religión bajo los trazos de la culpa o del juicio, o de la misericordia que sólo llega como una absolución después de la condena? En Beget he visto al Cristo resucitado, al Hijo de Dios en potencia que lleva en sí mismo los rasgos. de la mansedumbre y la humildad de corazón del Jesús de los Evangelios. No, todavía no hemos logrado fundir teológicamente la ternura y la mansedumbre del corazón de Jesús con la imagen del Dios creador. Si ello es posible, todavía habrá una alternativa al combate en el que el papa Wojtyla hace caer a la Iglesia; una alternativa que exige paciencia y valor, pero que nos aporta el rostro humano de Dios y el divino del hombre.

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