Europalia: ¿un peligro nacional?
No hace falta ser un lince para afirmar que España, en el momento actual, no es una potencia de primer orden en muchos terrenos de la actividad humana. Algunas veces, incluso desde los regeneracionistas hasta el momento actual, se ha insistido en que esa imagen clásica de las glorias de España carecía de cualquier sentido. Una verdadera tradición de masoquismo nacional ha querido demostrar que no solamente era así, sino que, además, los españoles estábamos condenados a quedar en una especie de segundo puesto permanente en Europa en determina dos aspectos. Sin embargo, ni los más pesimistas de entre los más masoquistas han puesto en duda que España es un, país de primer rango en algo tan fundamental como es el pasado histórico artístico. A este respecto, no sería exagerado decir que España es una verdadera primera potencia mundial sólo comparable con muy pocas otras, como, por ejemplo, Italia. Hacer esta afirmación, que puede sonar grandilocuente, no es sino ejercer el simple ejercicio intelectual de constatar lo evidente.En consecuencia, ninguna tarjeta de presentación mejor de nuestro país en el exterior que su cultura, su civilización y su pasado histórico. Por eso irrita el constatar hasta qué punto se desperdicia esta realidad: la acción cultural española en el exterior parece perennemente enteca en lo que respecta a presupuestos, dispersa en muy variados órganos administrativos e ineficaz en suma. Cuando países como el Reino Unido y Francia han inventado ya desde hace mucho tiempo instituciones corno el Consejo Británico o la Alliance Francesa, nosotros estamos desaprovechando una oportunidad inmensa, no sólo para mostrar lo mejor de nuestra realidad, sino también para, gracias a ello, introducirnos en otros campos en lo s que nuestro liderazgo mundial es mucho más problemático.
Claro está que periódicamente organizamos unos fuegos de artificio efímeros, costosos y mal enfocados, que parecen servir de compensación a largos años de sequía en nuestra presencia cultural en el exterior. Viene esto a cuento de Europalia, que, patrocinada por el Ministerio de Cultura, se va a presentar en diversas ciudades belgas a partir del próximo 25 de septiembre. A primera vista, nada más laudable que organizar en el mismo centro de Europa y en el año en que España accederá a las instituciones comunitarias, 29 exposiciones, ocho representaciones teatrales, 41 actividades de música y danza, docena y media de recitales y coloquios, aparte de retrospectivas cinematográficas y fiestas. Durante un trimestre España va a estar presente en el centro de Europa a través de lo mejor de sus expresiones artísticas y culturales. Pero esta idea, que puede parecer muy noble, en realidad no concluye sino en una actividad efimera más, poco meditada en lo que respecta a alguna de sus consecuencias, costosa respecto a los presupuestos que,el Estado español dedica a la cultura y condenada a beneficiar mucho más a los habitantes de aquel país y a sus visitantes que a la cultura de los españoles.
Un aspecto fundamental para juzgar Europalia consiste en tener en cuenta la financiación de este conjunto de acontecimíentos culturales españoles en Bruselas y otras ciudades belgas. Se nos dice que sólo va a costar 800 millones al Estado español, siendo el resto del presupuesto, hasta 1.500, financiado por empresas privadas. Habrá que hacer un balance definitivo en el momento de concluir todas esas actividades, pero, además, 800 millones puede parecer una cifra irrisoria si se pone en comparación con los presupuestos nacionales en materias como defensa o educación nacional, pero es una cifra muy considerable para el Ministerio de Cultura. Por establecer algún tipo de comparaciones, baste con decir que tal cifra es bastante superior a la de mantenimiento de la totalidad de los museos nacionales, triplica los presupuestos de acción cultural en el exterior, puede cuadruplicar los presupuestos de exposiciones en España, etcétera.
Con 800 millones se pueden acondicionar tres o cuatro pequeños museos provinciales, de los que tanta necesidad existe en España; hacer una importantísima compra de obras de arte antiguo como España no ha hecho en los últimos 20 años, o montar un instituto de restauración como el que nuestro patrimonio cultural se merece. Pues bien, esos 800 millones van a ser empleados para una espectacular exhibición más allá de nuestras
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fronteras, de una dudosísima repercusión en lo que respecta a la presencia estable de nuestra cultura en Europa.
Pero hay todavía más. No se trata de que esos 800 millones podrían ser mucho mejor utilizados en beneficio de la cultura nacional, sino de que, además, gracias a ellos resulta posible que se produzca un deterioro de nuestro patrimonio cultural. Parece laudable el propósito de mostrar en Europa las artes plásticas actuales o la fotografía: tanto nuestros jóvenes pintores como los ya consagrados, Tàpies, Chillida y Antonio López, deben ser exhibidos como una muestra de la capacidad creadora de nuestro país. La presencia de manifestaciones musicales en el centro de Europa es, aunque clara, indudablemente positiva. Lo que resulta muchísimo más dudoso es que vayamos a obtener alguna ventaja de la exhibición en las; ciudades belgas de nuestros clásicos del siglo XX (Picasso, Dalí y Miró) o de muestras de arte antíguo (Goya, los iberos). Este tipo de exhibiciones es, a menudo, espectacular, sobre todo para quienes, al visitarlas, perciben como una revelación la variedad y la calidad de nuestro pasado histórico artístico. Pero, sin la menor duda, cualquier tipo de viaje pone en peligro tan rico patrimonio nacional y en este momento se va a arrostrar ese peligro sin absolutamente ninguna posible compensación. Como muy bien saben los directores de museos, existe un peligro no remoto, sino real, al convertir en viajeras a centenares o miles de kilómetros a obras maestras de la pintura o de la escultura. La salida de una obra importante de los museos nacionales debe ser cuidadosamente meditada, y sólo resulta justificable cuando o bien la muestra en la que van a ser exhibidas tiene un valor científico incuestionable o, gracias a la exportación temporal de nuestras obras, se van a conseguir contrapartidas importantes en el terreno cultural. Ahora bien, esos dos supuestos ni remotamente se dan en el caso de Europalia. Esta exhibición no tiene interés científico y gracias a ella los españoles no vamos a ver mejores exposiciones en nuestro país. Lo que vamos a conseguir (pero, desde luego, eso no resulta muy satisfactorio) es que existan gratuitos motivos para la atracción del turismo a Bélgica. Y todo ello con un peligro que puede ser remoto, pero que resulta indudable, para obras maestras del arte español.
Urge que esta cuestión sea planteada ante la opinión pública. Los especialistas lo han hecho ya, aunque en ámbitos reducidos, y, en general, se muestran muy reticentes a la salida de obras importantes de los museos nacionales. Conviene que ahora se debata ante la opinión nacional qué obran van a salir de España, las condiciones del traslado y las razones que pueden justificarlo. Sobre el patrimonio na cional se cierne un peligro que no es remoto, sino que tiene fundamento real. Corresponde, por tanto, al ministro de Cultura, al director general de Bellas Artes y al comisario de la exposición dar una explicación lo más amplia posible a los españoles. Lo que no lograrán, sin embargo, es quitarnos él mal sabor de boca de que, una vez más, los intereses de la más alta cultura nacional han sido sometidos a una causa política o de propaganda en el exterior. Pero aún siendo eso, a estas alturas, inevitable, conviene que, por lo menos, se debata públicamente si este peligro latente para el patrimonio nacional merece la pena.
Javier Tusell es director de Actividades Culturales de la Fundación Humanismo y Democracia.
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