Ciudad sin nombre
Terminada la serie, estupenda serie, Capitales culturales de Europa, dos preguntas: ¿por qué sólo 10 ciudades, y por qué, sospechosamente, siendo el promotor italiano, tres de Italia, pero no Londres, no Oxford, no París, no Barcelona? ¿No había más remedio que programar en lunes consecutivos dos programas tan similares como el de Milán, dirigido por Ermano Olmi, y el de Madrid de Camus, siendo, sin embargo, tan distintas las restantes aproximaciones de los otros directores europeos elegidos?Queden por ahora flotando los enigmas. Mientras tanto digamos que el episodio de Mario Camus (realizado tras un primer proyecto fallido que tenía que haber dirigido Berlanga con guión de Umbral) era de calidad, no tanto porque tomase la vía anticonvencional del retrato sin nombre de una ciudad y sus gentes, profesiones, ritos y calles, sino por, la elección de imágenes y ángulos, algunos de gran belleza fotográfica, que llamaban la atención y despertaban a veces la sonrisa.
Es un rasgo de genio empezar un documental tan figurativo con un lugar simbólico, la casa más privada pero más transparente de Madrid, el 3 de la calle de Vicente Aleixandre (antigua Velintonia), donde el poeta sevillano, aún vivo en el momento del rodaje, aparecía tras las fachadas del edificio y de los cuadros que le representan como un genius loci inspirador y palpitante. Su hermoso poema Antigua casa madrileña era la única intervención sonora recreada que había en el capítulo, y señalaba la intención inteligente de Camus (autor también del guión) de ofrecer la cultura de la ciudad a través del recuerdo de unas figuras artísticas, pocas, que la han imaginado o en ella trabajan (como Antonio López, mostrado en una original secuencia pintando en la Gran Vía su gran retrato mañanero de la avenida).-
Por lo demás, no había comentario ni descripción ni otros datos que los visuales. Sólo la sintonía de la ciudad, a ritmo de zarzuela mayormente, ya que el director no temía, estaba claro, el corte castizo de una parte del material. Y había españolada: el tullido que se saca las piernas. ortopédicas en público,- los constructores de guitarras, el toro, la corrida. Era la forma de concretar un panorama urbano que (como el milanés de Olmi, más redondo aunque más caprichoso que el de Camus) toma su inspiración de uno de los clásicos más célebres de la historia del cine, Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Ruttman. Aquél, primero, y ahora Olmi y Camus, conciben la ciudad como un texto abstracto cuyas palabras -la calle, el edificio, el rostro, el vehículo- permiten una lectura sin orden cronológico ni sentido histórico. La ciudad es una partitura musical de signos repetibles, y al intérprete le resta tocarla a su manera, con su tiempo y estilo propios. Ruttman modulaba la sinfonía con un baile de imágenes; Olmi, poniendo música evocativa al transcurso de un día en una ciudad que podía ser cualquier otra; Camus, como un rompecabezas muy pudoroso: no entraba en la letra de la ciudad, pero suministraba mucha más ' información, incluso anecdótica.
El final, cursi. Y sorprendía que un director que mantiene a lo largo de una hora la compostura, caiga en un mensaje de esperanza; bajo el rótulo calle del Porvenir, el epílogo era un florilegio de niños de Madrid, semilla del mañana. Eso sí, a primera vista, no se advertía en ellos rasgos físicos madrileños,
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