Hollywood, años treinta
Sobre las relaciones del novelista Francis Scott Fitgerald con el cine, el documentado artículo de Augusto Martínez Torres, publicado por este diario en el suplemento semanal del pasado domingo, ilustra a la perfección sus caminos y complejidades.Concretamente sobre lo que el cineasta Elia Kazan hizo con la novela póstuma -e inacabada de Scott Fitzgerald El último magnate, habrá que ver, o revisar la película de esta noche. Película espléndida en algunos momentos pero a la postre fallida, en cuanto que esta obra -que refleja las vicisitudes de un poderoso productor de Hollywood, Monroe Stahr, en relidad Irving Thalberg- es, en literatura, un pequeño prodigio de detalles punzantes y notas sociológicas de un tiempo y unas condiciones muy determinadas, mientras que, en cine, ese detallismo se pierde entre el drama de la historia, algo folletinesco, excesivamente convencional.
La culpa de Pinter
La culpa, tanto como Kazan, la tiene el guionista Harold Pinter, un prohombre al servicio, entre otros, de Joseph Losey -con Accidente y El mensajero- en la cúspide, que aquí se ha visto desbordado por la novela, ha sentido miedo al enfrentarse con el texto y, en su servicialismo, ha naufragado sin aportar, sin contribuir con su innegable talento, uno de los principales exponentes del moderno teatro británico.
Sin reforzar aspectos que contienen aristas importantes, las producidas por un hombre, Scott Fitgerald, que, como intelectual no alienado que cruza sus destinos con los de Hollywood, no puede en su novela sino destilar mala uva, veneno. Jack Clayton se sirvió de otro veneno del escritor, El gran Gatsby, para hilar sobre él flous y belleza decorativa. Kazan, sin llegar a tanto, no deja de explorar sólo espacios huecos.
El lado positivo de esta historia con visos de tragedia reside en su espectacular reparto. Robert de Niro da la medida de sus posibilidades -que, demostrado está, son muchas- en un registro intimista y pormenorizado del complejo personaje, muy bien secundado por gente del calibre de Jeanne Moreau, Robert Mitchum, Tony Curtis, Jack Nicholson, Donald Pleasence o los vetustos Ray Milland, Dana Andrews o John Carradine, los más en papeles episódicos pero sabrosos.
La vertiente femenina está compuesta por dos jóvenes actrices de muy distinto acento: Ingrid Boulting es una muñequita con cara de muñequita y alma de muñequita, pero en honor a la verdad, muñequita era el papel que le correspondía. Por su parte, sin dejar de ser muñequita, Theresa Russell -que hoy viste las pieles de Marilyn Monroe en Insignificance, de Nicolás Roeg- tiene garbo, misterio y se hace creíble como mujer de los años treinta.
El último magnate se emite hoy a las 22.50 por TVE-1.
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