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El mito

Bien pued e decirse que a medida que avanza el argumento no se ven más que provechosas consecuencias a la relación entre Isabel Preysler y Miguel Boyer. Acaso ningún acontecimiento moderno haya contribuido tanto a hacer converger la inquietud de todos los españoles. Más allá de los enconos tribales y las fricciones de clase, esta suerte de historias ligan a la colectividad en una expectativa única y quién sabe si, en potencia, definen lo que se llama una comunidad de destino en lo universal.Una nación es, por encima de todo, una narración. Y seguramente no es más que ésto. Un pueblo debe su identidad a las creaciones de su mitología y, en plena época finisecular, el escenario español, que no es todavía el mercado común ni la India, podría quedarse en nada sin este nuevo guión romántico, desde muchos puntos de vista cautivador.

Por lo general, las patrias que quedan vienen nutriéndose de relatos deplorables. Historias de divisas, enfermedades incurables y espionaje militar; que denotan, en sustancia, un envilecimiento creciente. Son además procesos narrativos en los que a menudo se involucran emociones especializadas y no siempre inteligibles. El amor es otra cosa. Dificilmente a los grandes mitos les faltó este componente enigmático y popular con que se cumple la historia de Isabel y Miguel. Ella es la belleza anticipada, el cántaro que conduce el perfume. Él es el seducido; toda una inteligencia transparente condensada en la elipse de sus lentes. ¿Cómo concierne esa inteligencia a ese cántaro? ¿Cómo se anima ese cántaro al acecho de la inteligencia? O bien, siendo mujer, ¿cuánto el poder de una hembra es todavía más alto que el cielo de la economía, la política o el rango? ¿Qué otro final distinto a la tragedia podrá corresponder a esta historia plateada? He aquí un mito, en pleno agosto. Su contenido llena las plazas y las alcobas, desatar todas lenguas. A estas alturas de la tecnología silenciosa, Preysler y Boyer devuelven a la tierra española la socializante facundia de la conversación mitológica. El mundo, si es que el mundo nos mirara, convendría en que nos ha premiado la providencia.

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