Molowny consigue también la Copa de la Liga para el Madrid
JOSÉ DAMIÁN GONZÁLEZ, El Madrid confirmó anoche que ya ha hecho su mejor inversión para su nueva época. Con apenas tela para vestir las mangas de un equipo que hace unos meses daba la impresión de necesitar variar de sastre, ha conseguido un fichaje sencillo, sin comidas públicas ni reuniones secretas multitudinarias; un fichaje bueno, bonito y... barato: Luis Molowny.
Cuatro veces, cuatro, ha cogido al conjunto Molowny y ya ha rizado el rizo del circense más difícil todavía: seis títulos. Anoche, el tercero de la probablemente última Copa de la Liga -había perdido 2-3 en el Calderón- El Madrid de Ramón Mendoza ha matado otros pájaros de un solo tiro: Molowny deja la secretaría técnica y con su pase al banquillo se ha adquirido también el mayor número de acciones de esas flores de la suerte que, aseguran, posee Miguel Muñoz en sus glúteos.
Molowny hizo de todo ayer. Ya ha entregado su informe de bajas al club -Juan José e Isidro, seguros, y Lozano, transferible-, encontró por enésima vez la fortuna en varios lances y acertó plenamente en su planteamiento y en los cambios de marcaje sobre la marcha. Cuando Luis Aragonés se decidió a dar entrada a Rubio, Molowny ordenó a Chendo que dejase a Landáburu para coger a Rubio y del cerebro rojiblanco pasó a ocuparse Fraile. Molowny reaccionó con chispa, la misma que le faltó ayer a Luis cuando tuvo miedo de mantener a Rubio como titular y le sacrificó por el más defensivo Prieto para taponar a Michel.
Esa flor de Muñoz que parece marchitarse en la selección busca acomodo en este canario de 60 años al que llamaban El Mangas. Porque no es normal que el alemán Uli Stielike, todo un ejemplo de profesionalidad, nervioso en su último partido oficial, tras ocho años, y por los gritos de "¡Uli, Uli, quédate!", busque y halle su primer gol de la temporada, apenas dos minutos después de un fallo suyo que provocó la primera gran acción de Ochotorena ante Cabrera. El joven meta demostró valentía y acierto en sus salidas, repetidas frente al propio Cabrera y ante Quique. Y da que pensar que el segundo gol, de un Michel que pide la internacionalidad, llegue en plena presión rojiblanca.
Tras la historia obligada de la flor de la fortuna, las virtudes. A Molomny no le importó perder de salida a Chendo, en una curiosa posicion, pegado casi a Santillana, si con ello conseguía que Landáburu encontrara dificultades para apretar el botón que pone en marcha los circuitos de la computadora del contragolpe atlético. O que Camacho quedase situado como lateral derecho, muy lejos de su lugar idóneo, si un par de tarascadas y un eficaz marcaje global hacían perder a Hugo Sánchez lo que casi nunca había abandonado, su afán de lucha, en una tan sorprendente como desganada actuación.
Ante un Madrid serio, muy serio, el Atlético no fue capaz, una vez más, de sacudirse el peso de su incapacidad mental en los lances decisivos. El último título rojiblanco data ya de la temporada 1975-1976.
Anoche, con mejor bloque que su rival, en situación idónea porque ya había hecho lo que le resulta más difícil -ganar en su estadio-, y fallos en el remate aparte, se confirmó que el Atlético necesita proseguir su tratamiento psicológico, ya iniciado por Luis hace años, para llegar a ser campeón. La Copa del Rey, en cuyas semifinales le aguarda el Zaragoza, queda ya como su última gran ocasión para lograr el alta médica.
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