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Semifinales del Campeonato de Europa de Baloncesto

La selección española regaló una medalla de plata al equipo más veterano del torneo

Luis Gómez

ENVIADO ESPECIALEspaña tiró de forma lamentable una medalla de plata. Como si sobrara. Ahora está abocada, tras el golpe moral de esta derrota ante Checoslovaquia, a luchar hoy por una medalla de bronce ante Italia (19.30 horas, TVE). Checoslovaquia se ha convertido, gracias al descuido de Yugoslavia y al nerviosismo de España, en una potencia de primer orden con el cuadro más veterano del torneo.

La derrota no aumenta la cotización del rival, por más que Antonio Díaz Miguel se empeñe, desde un minuto después de la hecatombe, en convencer al mundo de lo contrario. España jugó todo el partido con moral temorosa; los jugadores creyeron ver gigantes donde no hubo más que un pequeño grupo de veteranos, a los que, en los últimos minutos, les faltaba el aire.

Las personales en los primeros minutos contribuyeron a sembrar un ambiente de histeria, cuyo origen estaba en el banquillo. Los checos se limitaron, en la medida de sus posibilidades, a realizar sus esquemas de juego pompeyano, curiosa definición otorgada por algunos técnicos españoles a la vista de sus prehistóricos sistemas.

España es un equipo considerablemente más joven que Checoslovaquia: 26 años de media en el quinteto titular frente a 31 del rival. España tiene una defensa superior a la checa, más velocidad, tiradores de reconocida solvencia en Europa, mejores y más fuertes reboteadores; tiene contraataque; tiene directores de juego y un fondo físico muy superior.

Petera, el técnico checo, se limitó a ordenar pequeños cambios don la única intención de dar momentos de respiro a los más veteranos. En los últimos minutos de la segunda parte, Checoslovaquia recuperó terreno andando, con Havlik y Rakniack subiendo el balón lentamente, mientras aprovechaban cada paso para respirar a borbotones.

Cada vez que España conseguía un éxito en estos últimos años, las declaraciones consiguientes lo explicaban como un hecho casi fortuito. Cada vez que España ganaba una medalla parecía que lo hacía por última vez. No se hizo alusión al hecho de que los éxitos estaban basados en un técnico de prestigio y en una de las mejores cosechas de jugadores que ha dado el baloncesto europeo.

Tamaña propaganda en favor de lo temporal que resultaba nuestra estancia en el podio parece terminar por surtir efecto y, ahora, la selección se permite el lujo de desperdiciar una medalla más. Los jugadores reconocen, y así lo han manifestado sobradamente durante estos días, que se les intenta convencer de que siempre son peores que el rival, y no al contrario. Han terminado por dar muestras de falta de confianza, a excepción de cuando salen a la desesperada, y han terminado, también, por no creer en Díaz Miguel cuando plantea algunos partidos. Ayer, cuando el seleccionador les comentaba las dificultades de Checoslovaquia, la plantilla sonreía por dentro.

A lo mejor tenía razón. A lo peor, casi nadie le hizo caso, ni en lo bueno ni en lo malo.

Cuando un jugador está a punto de creer que otro, más veterano, técnicamente discreto, más lento, más torpe, puede ser mejor que él, hay caldo de cultivo para que se expanda la desconfianza. Así, en los primeros minutos del encuentro de ayer, los españoles parecieron actuar de tal manera que estaban dispuestos a comprobar si los checos eran tan buenos. Las jugadas de ataque buscaron el centro, complicando el tiro o el pase; las personales, que cayeron en cascada durante algunos minutos por exceso de nervios de jugadores y colegiados, permitieron a los checos mantenerse en el marcador a base del acierto en el tiro libre.

Con los primeros cambios España recuperó su personalidad: cuando salió Iturriaga, comenzó el contraataque; cuando le acompañó Villacampa, se alcanzaron los mejores momentos; cuando se buscó un juego rápido, abierto, defensivamente más presionante, España se fue con 11 puntos de ventaja.

España salió aún más nerviosa. Villacampa pasó de un jugador agresivo a un jugador histérico; Iturriaga fue sentado al primer error, al igual que Costa, al igual que Gil. En seis minutos sólo se consiguieron dos canastas, mientras Rajniack inició una brillante carrera hacia cinco lanzamientos de tres puntos.

Checoslovaquia recuperaba el mando del marcador, aunque tres, de sus titulares estaban ya en cuatro personales. Todo el juego español naufragaba por un miedo irrefenable a la derrota. Era el miedo que Antonio Díaz Miguel había empezado a sentir un minuto después de la derrota ante Yugoslavia; un miedo que contagió a todos sus jugadores. Porque España jugó pensando en el qué dirán ante una derrota con Checoslovaquia. Ese qué dirán era sinónimo de fracaso.

A falta de seis minutos, con 8476 favorable en el marcador, Díaz Miguel reservó a Epi y sacó a un frío Margall, que falló tres lanzamientos, Era un cambio que tenía por origen el miedo. Checoslovaquia recibió un balón de oxígeno. Jugaba andando, pero España precipitaba sus tiros, porque temblaba de pánico. Díaz Miguel pidió su primer tiempo muerto en este período cuando el marcador había pasado a un 86-91. Es decir, un parcial en contra de 2-15 que nadie acertó a detener. Cuando Díaz Miguel paró el juego quedaba un minuto. Y era su primer tiempo muerto. Ya no hacía falta convencer a los jugadores de nada, porque creían firmemente en la derrota.

Perder ante Checoslovaquia ha sido, probablemente, el mayor fracaso de los últimos tiempos. No cabe otro calificativo, aunque Díaz Miguel quiera convencer a todo el mundo de la potencia de Checoslovaquia. No lo ha conseguido, no lo conseguirá. Lo malo de este fracaso, para el técnico que ha sido responsable de tantos éxitos, es que ha sembrado en sus jugadores un descarado sentimiento de desconfianza hacia Antonio Díaz Miguel. Ésta ha sido la peor factura que se podía pagar por un mal partido. Ciertas derrotas no deben anunciarse.

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