Una brillante España superó la planificación de la RFA
ENVIADO ESPECIALEspaña ya es semifinalista. Derrotó, con intensidad, y apoyada en el aplomo de Epi, a una selección que dio miedo: la RFA. España jugó un encuentro de enorme desgaste y contestó al castigo de la superioridad física alemana con el castigo del juego total de Epi y una mejor organización estratégica. Epi no sólo realizó 36 tantos, sino que fue el origen del aplomo español. Cuando sus compañeros se dieron cuenta de que estaba en todo y para todo, supieron aguantar la presión inagotable de los germanos. Después de resolver el primer tiempo con harta suficiencia, España se vio acosada por la RFA, que empleó toda su energía en la táctica del miedo. Dieron miedo, porque España estaba desamparada: ninguno de los dos colegiados se iba a jugar el pellejo en Stuttgart.
El significado de una victoria ante la RFA era evidente: hacer inútiles varios años de trabajo, la inversión costosa de encontrar a varios gigantes, educarlos en un deporte tan poco natural en su tradición como el baloncesto, costearles una larga estancia en Estados Unidos y realizar un campeonato en el momento adecuado para dar a la luz otro ejemplo más de la planificación germánica Todo se vino abajo.
La táctica española era clara: insistir, insistir e insistir; no permitir que su juventud, la arrogancia con que saltaron a la cancha, les diera alas. Los españoles debían conservar la mente fría: velocidad, sí, pero para pensar y no tanto para correr. Díaz Miguel jugó la primera parte con casi todo el equipo. Realizó 10 cambios. Buscó una defensa individual que se fuera ajustando a la disposición del rival; primero para evitar el juego de los hombres altos, Blab y Welp y, luego, para socavar la eficacia de Schrempf y Jaeckel, sustentadores del 50% de la potencia ofensiva de la RFA. Schrempf se movió en diversas posiciones, seguido inicialmente de Sibilio. Pero antes, Martín y Jiménez consiguieron echar a Welp al banquillo, por ingenuo, y detener la fortaleza de Blab.
Con cuentagotas, variando el ritmo con mimo, tratando a los alemanes con exceso de seriedad, se fue ganando terreno. El marcador subió como un termómetro, lentamente, y el juego español no se estabilizaba porque no pensaba en sí mismo, sino en anular al rival. Así, la fugaz salida de Villacampa, o el esfuerzo de Iturriaga y la eficacia inicial de Sibilio.
Todos estos cambios fueron, para dar tiempo al tiempo, hasta encontrar la solución: Epi, tirador, líder, reboteador, defensor, hombre orquesta.
Ganar de 16 en el descanso hubiese sido suficiente, pero no en este caso. La RFA no quería perder este partido y sabía que iba a contar con detalles a favor. Tuvo la honradez de emplearse a fondo en toda la segunda parte y someter a la selección española a una constante tensión. A pesar de que la selección española se llegó a tener una diferencia de 19 tantos, éstos comenzaron a ser reducidos de forma sistemática.
El desgaste era tremendo. En pocos minutos la diferencia bajaba un tanto, pero cuatro jugadores se situaban en las cuatro personales. Díaz Miguel ordenó una zona para aliviar la situación, pero no había alivio posible. Había que soportar la fuerza del juego alemán, su tenacidad. Así se presenció una segunda parte terrorífica por el miedo que lastraba a los jugadores españoles.
Las diferencias se acortaron hasta los siete tantos y los árbitros condenaban a los hombres de Díaz Miguel al desamparo. Fueron dos errores providenciales del equipo alemán, bien aprovechados, los que permitieron entrar en los tres últimos minutos con más de 10 tantos de ventaja. Ya estaban en el camino de la medalla.
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