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La fiesta del fútbol mexicano terminó en tragedia

La fiesta del fútbol mexicano terminó en tragedia. Diez personas murieron asfixiadas el domingo en uno de los túneles de acceso al estadio olímpico, donde dos equipos de la capital, el América y el Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), disputaban, en medio de una feroz rivalidad, el título de campeón de Liga, que, después de dos empates consecutivos en sus respectivas campos, se resolverá hoy en terreno neutral.

Los graderíos, con capacidad para 65.000 espectadores, se llenaron mucho antes de comenzar el partido. Se calcula que al menos 90.000 personas entraron al campo, a pesar de que los responsables del estadio aseguran que no vendieron una entrada de más. Decenas de personas escalaron las paredes y varios miles se colaron, al parecer, con entradas falsificadas.Antes de las 11.00 horas cuando los jugadores realizaban todavía ejercicios de calentamiento, la policía decidió clausurar las puertas del campo ante el temor de que pudiera producirse una catástrofe. Afuera quedaban espectadores rezagados con entradas válidas y muchos miles de personas, en su mayoría jóvenes, que, simplemente, trataban de forzar los accesos. Policías a pie y a caballo, con equipo antimotines, se veían incapaces de controlar a la multitud. La puerta del túnel 29 cedió finalmente ante la presión y cientos de personas se lanzaron en tromba, a través de un corredor que se estrecha como un embudo, creyendo que tenían asegurado el espectáculo en directo.

Una segunda puerta con barrotes de acero les cerró el paso en última instancia. Los más rápidos murieron materialmente aplastados por los que venían detrás. Sus gritos quedaron apagados por los rugidos que venían del terreno de juego. Entre los espectadores privilegiados se encontraba en el palco presidencial el secretario de Gobernación, Manuel Bartlet, primer responsable de las fuerzas de seguridad.

El portavoz del ministerio público declaró por la noche que siete personas habían perecido de asfixia y traumatismos múltiples en el mismo túnel y otra más en el camino hacia la clínica de la Cruz Roja. Informes hospitalarios elevaron la cuenta a 10. Cerca de 70 personas tuvieron que recibir asistencia médica, aunque a la mayoría se les dio de alta inmediatamente.

Es ésta la primera gran tragedia del fútbol mexicano, ocurrida en el mismo estadio que sirvió de sede principal en los Juegos Olímpicos de 1968. Después de apagarse la antorcha olímpica, se habilitó como campo de fútbol para el equipo representativo de la UNAM, la primera casa de estudios del país, que cuenta con una matrícula de 300.000 alumnos. Hugo Sánchez defendió esta camisola, la de los pumas, antes de pasar al Atlético de Madrid.

La población universitaria constituye el núcleo principal de seguidores de la UNAM. Esto explica que millares de jóvenes, sin dinero para adquirir entradas, decidieran llegar a las gradas a cualquier precio. Las localidades más baratas, que tenían un coste oficial de 100 pesos (65 pesetas), llegaron a venderse en la reventa a 4.000 pesetas sin tenerse siquiera la seguridad de que no fueran falsificadas.

El hecho de que el primer partido, de ida, hubiera terminado con empate a un gol aumentó la expectación ante la finalísima, que los pumas creían asegurada por su mejor trayectoria en la Liga. La pasión entre los fanáticos de los dos bandos no hizo sino crecer después de los, enfrentamientos vandálicos ocurridos a la salida del campo de América.

Nadie contó con que la tragedia pudiera producirse antes de que el balón se pusiera en juego. Los espectadores ni se enteraron de lo que sucedía en el túnel 29 hasta que el árbitro señaló el final con empate a cero goles. Un hombre de 40 años se paseaba por los alrededores del estadio, sin una lágrima, con su hijo de 12 años muerto entre los brazos.

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