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Reportaje:Televisión, imágenes del mundo / 8

Las emisiones de la Liga española han contribuido a la 'futbolización de la cultura marroquí'

Desde los más conservadores en Marruecos hasta los más revolucionarios en Yemen del Sur, todos han soñado alguna vez con vivir en un país como Egipto y en una sociedad como la descrita en los seriales. Como la televisión no tiene por qué parecerse a la realidad, esa ilusión entretenida durante décadas convirtió a la industria cinematográfica egipcia para la televisión en uno de los negocios más fabulosos del mundo árabe y en un fabricante de mitos tan importante, a escala árabe, como Hollywood.Algunos seriales egipcios han tenido tanto éxito en Marruecos, por ejemplo, que debieron ser programados dos veces. Así ocurrió con Aazi fi leil (El músico y la noche). Gracias a ellos, el dialecto egipcio es comprendido hoy del Magreb a Machrek.

Es verdad también que nada divirtió tanto a los magrebíes, y muy en especial a los marroquíes, como la Liga española de Fútbol. Con ocasión de los mejores encuentros se paralizan las actividades administrativas o de servicios, y los empleados y funcionarios acuden a las televisiones de los cafés para colectivamente vivir el partido.

Cultura española

A tal punto influye el fútbol en la vida cotidiana, que los sociólogos marroquíes hablan de "futbolización de la cultura marroquí". A Calviño, o tal vez fue Castedo, los marroquíes no le perdonarán jamás el haberles privado, por una mísera cuestión crematística, de unos partidos televisados que les mantuvieron más unidos a la cultura española que el Califato de Córdoba o los seis siglos de promiscuidad que siguieron a los siete de dominación árabe sobre España.Después de los seriales egipcios y el fútbol español, las películas y series televisivas estadounidenses constituyen la diversión más apreciada. El éxito de las series norteamericanas procede del predominio de la acción. La serie Dallas causó furor hasta en la kasbah de Argel. Debido a la popularidad alcanzada, la serie El fugitivo fue programada dos veces en Marruecos, y el telefilme Flamingo Road alcanzó un triunfo inesperado.

En el norte de Marruecos, en la mayor parte de Argelia y en el Sáhara occidental, la televisión española en toda su programación es contemplada a diario, en detrimento de la televisión nacional, gracias a los repetidores andaluces y de Las Palmas.

El culto a la personalidad predomina, por lo menos en las televisiones marroquí y tunecina, de una manera más acusada que en las de Argelia y Libia. El mundo informativo se reduce muchas veces para los tunecinos a lo que ha ocurrido en el despacho del presidente Habib Burguiba.

En Túnez, la Prensa anuncia no sólo los programas nacionales, sino los de la televisión italiana. En la austera y agitada Libia, los tejados tripolitanos están cubiertos de enormes antenas orientadas hacia el repetidor de Sicilia. Uno de los mayores placeres consiste en ejercitarse con los diales de los modernos aparatos a la búsqueda de algún canal pornográfico italiano, mientras se vacía una botella de whisky de contrabando, adquirida por 120 o 150 dólares.

De la misma manera que Garnal Abdel Nasser en el apogeo de su gloria nacionalista preguntaba siempre antes de lanzar un discurso a la nación si la famosa cantante Oum Kaltsouni cantaba ese día por televisión, o que los aguerridos libaneses interrumpían su guerra civil para escuchar el Behhebak ia Lubnan (Te quiero, Líbano), los dirigentes norteafricanos evitan discursear coincidiendo con los partidos de fútbol. Entre los árabes, la televisión es algo más que un divertimiento, y constituye el único aporte humano que separa al hombre de la bestia de carga en que se ve convertido cotidianamente.

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