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Retorno a Oxford

El alto valle del Támesis no exhibía la incipiente primavera en su arbolado, sino en la gustosa pradería verde, repleta de ganado que pace. El río alberga en sus canalillos y dársenas cientos de gasolinos y motoras, que se desperezarán después de abril en las excursiones fluviales. Volví a Oxford después de muchos años, para encontrar a la capital intelectual de Inglaterra crecida hasta cientos de miles de habitantes, con cinturón industrial, fábrica de automóviles, grandes depósitos de chatarra y tráfico imposible. Es el urbanismo avasallador, que en la isla parece más proclive a presionar a la todavía espléndida Inglaterra naval que lo rodea. El casco antiguo sigue restaurándose con dignidad impecable en sus monumentos de abigarrado estilo. La biblioteca Bodleiana, con sus altos techos en el salón de lectura y las galerías balconadas que contienen los plúteos en los que se alinean millares de volúmenes debe de alcanzar los tres millones de libros. Los depósitos se albergan bajo tierra y se expanden en túneles para aflorar en otros edificios cercanos. Es una intercomunicación soterrada de los saberes intelectuales del hombre.La ciudad de las torres y de las agujas ofrece un gran muestrario de estilos arquitectónicos: gótico, renacentista, barroco, neoclásico, neogótico. Pero se adivina que su fuerza es de naturaleza espiritual y no arqueológica. Lo que define a Oxford es el permanente proceso dialéctico que lleva dentro de su vida ciudadana. La educación del hombre. La formación del estudiante. El diálogo permanente del que enseña con el que aprende Jan Morris, en su magistral crónica oxoniana, la define así: "El genio de esta ilustrada ciudad es de origen cristiano, y se expansiona hacia el individualismo, la fantasía y la inacabable inventiva". Aquí se puede aprender de todo, desde pilotar un helicóptero hasta la práctica de las religiones orientales, y se enseña el arte frívolo de las necedades y también el ejercicio del poder supremo. Veintidós jefes de Gobierno del Reino Unido salieron de estas aulas. Aquí anunció Halley su cometa; avanzó Einstein durante su estancia hacia la inalcanzada teoría unitaria del universo; lanzó Newman su movimiento anticipador ecumenista, creando un seismo teológico, no del todo superado todavía por la tolerancia y la fraternidad. Alguien dijo que, a pesar de las no sé cuantas sectas e iglesias que proliferan, con las denominaciones más variadas del santoral, ésta es una ciudad tan sustancialmente cristiana como podía ser Bangkok, el arquetipo de la ciudad budista. Quizá lo más original de esta universidad, que existe desde el medievo, sea el sistema flexible de sus autonomías colegiales. No menos de 34 colegios la integran hoy, y tan extendida variedad autárquica no impide una función unificadora a la hora de expedir diplomas y recibir subsidios estatales. La universidad es en realidad una federación de colegios que funcionan en régimen cuasi democrático. "Un nebuloso conglomerado de colegios, edificios, hábitos y tradiciones".

Raymond Carr, el prestigioso historiador e hispanista, es el warden del colegio de Saint Antony's. Suya fue la iniciativa de celebrar un seminario sobre la transición de España hacia la democracia, que aportará nuevas reflexiones a este proceso de la historia contemporánea de Europa que tanto interés despierta en los medios intelectuales europeos y americanos. Relevantes personalidades españolas han desfilado por ese foro exponiendo planteamientos originales que enriquecen el acervo de opiniones sobre ese capítulo de nuestro pasado reciente. En el coloquio subsiguiente a mi intervención pude colegir la curiosidad que los problemas de la España actual suscitan en los medios que analizan las corrientes políticas contemporáneas del pensamiento occidental. Las tendencias dominantes entre los estudiantes de Oxford son hoy, en gran parte agnósticas, pero existe al mismo tiempo un brote intenso de fundamentalismo no inscrito explícitamente en unas coordenadas eclesiales. Hay quien supone que en el denso clima de funciones religiosas que se manifiesta en las observancias dominicales y en la estruendosa campanología que impera en el ambiente hay más de liturgia y parafernalia que de contenido sustantivo. No lo sé. Todavía la toga profesoral es de obligado uso en las comidas nocturnas, y el oporto, perfumado de saudade atlántica, circula con parsimonia solemne de mano en mano de los comensales. El decano de Economía me manifestaba su convencimiento de que el espíritu de Oxford era insólito y algo enigmático, y que los hábitos seculares servían a veces para encubrir la sustancia de las cosas que no debían ponerse a discusión.

Evelyn Waugh, que, como Shelley y el Beau Brummel, fue también alumno de Oxford, contó en páginas admirables el clima que reinaba en las aulas de su tiempo. Al volver, muchos años después, a la ciudad de su juventud escolar, declaró que "Oxford estaba ahora sumergido, arrasado e irrecuperable". Yo creo que se refería en realidad a la adolescencia perdida en los recuerdos de su pasado.

Raymond Carr me enseñó su despacho de trabajo, en cuyos estantes hay solamente libros españoles o libros sobre España.

Es conmovedor el apasionado y minucioso conocimiento que hispanistas británicos tienen de nuestro país. Precisamente otro hombre de Oxford, David Gilmour, alumno de Balliol y más tarde profesor de historia moderna en la universidad, acaba de publicar un volumen de más de 300 páginas sobre lo que él llama La transformación de España. De Franco a la Monarquía constitucional.

Gilmour maneja una amplísima bibliografia y expone el asunto con objetividad. Visitó nuestro país reiteradas veces entre 1978 y 1983, recorriéndolo de Norte a Sur y de Este a Oeste, hablando con multitud de gentes. Su estudio y su testimonio son valiosos y oportunos. Alguien recordó en el coloquio que ascienden a 22.000 las obras publicadas en el mundo sobre la guerra civil española, considerándola uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. No sé cuántos trabajos se han hecho sobre la transición, quizá lleguen al millar, pero pienso que ese proceso acabará convirtiéndose en un tema de universal atención y de inextinguible análisis para los historiadores y políticos de nuestro tiempo.

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