_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El puente

EL VIERNES estaban ya nerviosos. Hacían el trabajo con prisas, no contestaban los teléfonos, aplazaban los encargos para la semana siguiente. El viernes ya es lo que era el sábado cuando el sábado no era todavía un domingo: un día febril hacia una noche sin sueño. Pero este viernes pasado se abría un puente. El primero de una larga serie que durará toda la primavera y el verano, y entrará en el otoño dejando, después de Todos los Santos, la esperanza abierta a las fiestas de Navidad. Y así estos pontífices corrieron huyendo de sus ciudades, a las que llegaban los que huían de otras. Regresarán el miércoles, agotados por el enorme cansancio del descanso: la fatiga de los niños pegados y aburridos, del deporte forzado, de las comilonas excesivas, de lo habitual perdido y de las carreteras inquietantes en las que habrán dejado su cupo de muertos. Las víctimas de la estampida.Esta fuga colectiva por el paso de los puentes sobre el río de lo cotidiano tiene varias significaciones. Una de ellas es la de un sentido consumista de la libertad: se la puede gastar en estos viajes sin objetivo y se demuestra uno a sí mismo y a quienes penden de él su ascenso de clase, su albedrío, su dominio. Pocos van a reflexionar en que la fuga compulsiva puede no representar una libertad, sino una especie de obediencia a la nueva costumbre: una obligación invisible.

La otra significación es la de un peligroso desprecio por el trabajo. Se viene notando desde hace muchos años un desapego del ciudadano por su trabajo, que se ha desacralizado. Es decir, ha perdido su antiguo sentido cívico de servicio a los demás, aunque fuera a cambio de recibir servicios paralelos por parte de los servidos. Profesiones y oficios que antes se consideraban imprescindibles han pasado a esa nueva categoría de lo secundarío. Es un fenómeno mundial. En lo que llamamos el Este el trabajo se ha perdido como sentido de la vida desde que no se ve clara su función ni su recompensa. En Occidente se ha ido de las manos, devorado por el maquinismo y por la electrónica, pero también, y sobre todo, por una devaluación oficial y patronal. La aparición del mercado negro laboral, la reducción de beneficios suplementarios o de estímulos, el desprestigio de la Seguridad Social, la nueva agresión a las pensiones y presitaciones, la libertad de despido, la renuencia sindical, indican sobre todo que la fuerza del trabajo ha perdido gran parte de su significado.

Todo esto se trasluce de la fruición con que se acogen los puentes. Se queman las jornadas. No se puede hablar de lo que pierde la economía española con estos días intercalares de ocio suplementario, aunque sea fácil hacer la multiplicación de horas y de salarlos, porque la economía española no parece basada en la fuerza del trabajo, sino que da la sensación de querer desprenderse de él a la mayor velocidad posible. Pero es cierto que en la base de la crisis económica hay también un descenso de productividad. Los puentes son una agresión directa a la política de reactivación. Y responden a una persistente voluntad de seguir siendo pobres si así somos ociosos.

En la mayoría de los países desarrollados las fiestas de entre semana se acumulan o arrinconan a los sábados o los lunes a fin de no romper el ciclo laboral, seriamente perturbado por ellas. Las protestas de los organizadores de festejos locales o regionales -hoy son las fallas, mañana será otra cosa- en el sentido de que una traslación de fechas en las fiestas perjudicaría el turismo y la actividad económica local son comprensibles. Pero no bastan para justificar este caos vacacional. Los puentes son en definitiva una expresión, y no tan mínima como pudiera parecer, de la desorganización y el arbitrismo que padecemos. Mientras, más de dos millones de parados se encuentran en medio de un puente continuo, todo un viaducto ocioso contra su voluntad, porque la economía española no encuentra el camino de la recuperación. Es preciso dinamitar los puentes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_