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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dentelladas y patadas

DESDE EL comerse cruda a la gente con que amenaza el jefe de la oposición al elevar el nivel de la patada -es de suponer que para depositarla junto a la ingle- con que amaga el jefe del Gobierno, los dichos felizmente infelices de nuestros políticos han logrado una expresividad verbal innegable. Independientemente del buen o mal gusto y de las explicaciones ingenuas que quieran darse de esta costumbre, lo que parece bastante claro es que difícilmente la clase política puede suponer que los españoles van a contentarse con frases a cambio de información, o con florituras verbales y diálogos de Monipodio a cambio de un auténtico debate político.Es costumbre ya sospechosa el reconocimiento por parte de Manuel Fraga y de Felipe González de las insuficiencias y equivocaciones de su propia política informativa. No parece, sin embargo, que el propósito de la enmienda y la voluntad de cumplir la penitencia acompañen a esos ejercicios de autocrítica. Una consecuencia de la torpeza, la intriga y la opacidad con que los aparatos informativos del Gobierno y de los partidos políticos operan es la proliferación de las asociaciones informales de periodistas pertenecientes a distintos medios que, unidos entre sí por relaciones amistosas o profesionales, se autoconstituyen en sistemas de interlocución. Los políticos, enterados de la existencia de estas asociaciones, acuden presurosos a los desayunos, almuerzos, meriendas o cenas para compartir mesa, mantel y secretos. El fruto de esos encuentros, alegrados con vino o con queimadas, suele ser una cosecha informativa en la que se mezclan las declaraciones oficiales, las confidencias off the record, las indiscreciones eufóricas y las afirmaciones equívocas. Los periodistas -que, dicho sea de paso, hacen la mar de bien en tender estas trampas en las que ingenuamente caen los gobernantes- pagan luego las consecuencias de las torpezas de éstos, y acaban siendo ellos los indiscretos, los que no entendieron, no transcribieron o no comprendieron las cosas como era debido.

De modo y manera que la alusión a unas auditorías de infarto hecha por el presidente del Gobierno en una cena concluyó nada menos que con la, presentación de una interpelación parlamentaria y con el envío al Congreso de varias carretillas llenas de informes contables. Y Manuel Fraga se ha creído obligado a dar una interpretación autorizada del sentido de su ya célebre propuesta de practicar la antropofagia con aquellos que se atrevan a poner en cuestión su liderazgo en Alianza Popular. El seminario -hermosa palabra para la ocasión- sobre las libertades celebrado el pasado fin de semana en El Paular, donde Felipe González y algunos ministros se reunieron con una treintena de periodistas, parece ideado para institucionalizar y dar seriedad, ahora en forma de ejercicios espirituales, a la espontaneidad irreverente de las tertulias gastronómicas con la Prensa. Se desconocen los criterios utilizados para seleccionar a los catecúmenos; y tampoco se entiende la razón de que políticos y periodistas se vean forzados a marchar de excursión a la sierra madrileña, con la pérdida de tiempo, consumo de gasolina y despliegue de los servicios de seguridad consiguientes, para ocupar un parador oficial de turismo, en vez de ser convocados en cualquier edificio público de la capital. Como viene siendo usual en estos encuentros, donde los periodistas son mantenidos en la condición de esporádicos preguntadores o de pasivos oyentes de las intervenciones sin límite de tiempo a cargo del interrogado, los focos informativos se han dirigido preferentemente hacia la frase más chocante del protagonista, referida en este caso a las zonas anatómicas adecuadas para propinar patadas y hacer daño.

Los responsables de la política informativa del Gobierno y de los partidos políticos son muy libres de organizar a su gusto ese trabajo, por estrafalarios o contraproducentes que les parezcan a los demás sus criterios. Pero, desgraciadamente, las queimadas y los seminarios no se añaden, sino que sustituyen a los procedimientos utilizados normalmente por los informadores en los sistemas democráticos para tomar contacto con los políticos, y para que éstos rindan cuentas a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, de su actividad. Como si los recuerdos de la clandestinidad tolerada bajo el franquismo y de la primera etapa de la transición hubieran cristalizado en hábitos, nuestros políticos prefieren la cómoda charla sin reglas con los informadores que los exigentes intercambios de preguntas y respuestas de las conferencias de prensa, con tiempo limitado y cámaras en directo. ¿Tan difícil sería organizar conferencias de prensa periódicas, transmitidas en directo por televisión, en las que el presidente del Gobierno y los líderes de los grupos con representación parlamentaria se sometieran a las preguntas -y a- las repreguntas- formuladas por periodistas pertenecientes a los diferentes medios -seleccionados por los propios medios y, no por los funcionarios gubernamentales- y que se celebrasen con un estricto respeto hacia las reglas de tiempo, orden y prioridad habituales en este tipo de encuentros? Lo que proponemos no es ninguna idea brillante, sino el plagio explícito de fórmulas felizmente adoptadas en otros países, en los que, además, los debates parlamentarios y la información solvente a diario completan un arco de abundante publicidad y crítica sobre lo que sucede.

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