El cambio en el PSOE / y 2
En 1979, a lo largo de los congresos 28º y 28º y medio, como se llamó al extraordinario, se expresa la máxima concentración de poder en manos del secretario general, en los temas importantes, con el veto de programas y de personas, con incidencia en la forma de designación de cargos públicos, y el partido se abre de derecho a liberales y socialdemócratas, con una nueva definición ideológica, que es una desideologización, a la luz de sus principios históricos.En 1981, en el 29º Congreso, se consagra en la práctica la política centrista-liberal, y la estructura oligárquico-federal, la preeminencia-independencia de los cargos institucionales sobre la base, y el aparato orgánico, y se reduce la autonomía de las agrupaciones locales en beneficio de los órganos ejecutivos de regionalidad y nacionalidad, en profundización del binomio electoralismo-personalismo, de una eficaz rentabilidad más que contrastada.
En 1984, en el 30º Congreso, la mal llamada socialdemocratización recibe el refrendo total al adoptar el acuerdo sobre la OTAN, y con ello responder al respaldo del sector atlantista de la Internacional Socialista compuesto en Europa por Alemania, Italia, Portugal y el Reino Unido fundamentalmente, y en América Latina, por los núcleos demócrata-populistas dominados por EEUU en Colombia, Venezuela, Costa Rica, Panamá, Bolivia, etcétera (populismo atlantista), y al ratificar una política económica que conecta con los intereses del capitalismo europeo.
Es una estrategia que alcanza su meta, perfectamente diseñada desde 1973, en la que jugaron un papel esencial los tándemes Felipe González-Alfonso Guerra, Willy Brandt-Hans Mathofer, Enrique Múgica-Nicolás Redondo, sin perjuicio de la posición actual de estos últimos.
En 10 años se ha producido un proceso de variación hacia posiciones ideológicas liberal-populistas, de conversión orgánica hacia estructuras de centralismo liderado y de deslizamiento de la acción política hacia el reformismo centrista, convirtiendo la organización en dos partes bien definidas, el poder institucional en manos de una bien trabada estructura de cargos públicos, y produciendo la residuación del PSOE a su empleo más como una máquina electoral o red de apoyo de sus cargos institucionales, receptiva y acríticamente, que a un partido de incidencia y presencia en la sociedad civil.
Y hacemos este repaso desde la pura actitud descriptiva de lo objetivamente ocurrido, por otra parte nada disociado de lo asimismo acaecido desde la última guerra mundial en los partidos socialistas francés, italiano, alemán o cualquier otro partido socialdemócrata europeo.
Hoy, en el seno del PSOE, y basta para comprobar esta afirmación leer detenidamente la documentación preparatoria de su último congreso, hay, en primer lugar, dos análisis bien diferentes de la realidad española, de su transición democrática, y en segundo término hay dos objetivos bien distintos, además de diferenciadas opiniones no sólo sobre el cómo y el cuándo, sino también sobre el por qué y el para qué de las acciones a emprender, mantenidas estas tesis, respectivamente, por una mayoría legítimamente triunfante y una minoría legítimamente derrotada.
Miopes caciquillos
El triunfo de unos y la derrota de otros, de Izquierda Socialista, hubiera sido aún más legítimo si el congreso no hubiera sufrido interpretaciones previas desvirtuadoras de principios tales como cada delegado un voto, o no hubiese venido precedido de la acción perturbadora de miopes caciquillos locales ávidos de ofrecer a la dirección no un buen número de delegados, sino la totalidad incondicional y sumisa.
Izquierda Socialista, según algunos, ha perdido en el 30º Congreso la teórica e hipotética posibilidad, que nunca tuvo, de que se adoptaran sus resoluciones, se confirmaran sus análisis, se ratificaran su estrategia y su táctica. No ha perdido en el congreso la ocasión de decir tranquilamente lo que piensa y lo que serenamente va a, seguir pensando, diferenciadamente. Y para los malintencionados, créanlo o no, no ha pactado nada, porque nada tenía que pactar. Tampoco ha dado el espectáculo crispado, alborotador, disolvente que le pedían algunos comentaristas de la derecha y corpúsculos autodefinidos como izquierda, ávidos de ver al PSOE estallando como otras organizaciones. Sólo para darles este disgusto valía la pena comportarse serenamente y resistir a un obstinado azuzamiento pidiendo bronca y escándalo.
Ahora toca esperar, para comprobar si lo adoptado en ese congreso por la mayoría arregla realmente los problemas; sirve a la sociedad, a su vertebración; es correcto o es pura pomada sobre heridas cancerosas que exigen otra terapéutica. La responsabilidad es lógicamente de la mayoría que ha respaldado un nuevo pensamiento dentro del tradicional PSOE, creyendo que éste sirve mejor al pueblo español, visto en su conjunto, como si ese pueblo en abstracto tuviera intereses comunes y no estuviera atravesado por la inocultable contradicción de su división en clases y sus antagónicos intereses. Si se estiman distintamente las causas, se han de estimar distintas las soluciones.
En el respeto a la mayoría, y sin obstaculizar su análisis ni su proceso, algunos vamos a seguir razonadamente diciendo no es eso, no es por eso, y además no es para eso. Y en la dicotomía falsa de política de Estado frente a política de sociedad, política de pueblo frente a política de clase, hemos optado, afirmados por la tradición del socialismo español, por la alternativa de una política de sociedad, desde la sociedad y con la responsabilidad del Estado democráticamente alcanzada, y por una política de clase para el pueblo, que al pueblo convenza, solidarice, sensibilice y mueva para que no sólo se exijan sacrificios y resignaciones de los desposeídos o débiles, sino que también se impongan reparaciones y desprivilegios a los despreciadores y depredadores.
Una política de profundas reformas estructurales, serena y razonada, pero firme.
El partido está cambiando, pero tiene que preguntarse si su propio cambio contribuye realmente al cambio de la sociedad, del papel del Estado en ella o, por el contrario, con su cambio deja a la sociedad más inerme o consolidada en su atraso, y al Estado, aún más puesto al servicio de los intereses más tradicionalmente conservadores.
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