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TORNEO DE NAVIDAD DE BALONCESTO

La URSS acabó, a base de canastas de tres puntos y con su poderío reboteador, con la resistencia del Real Madrid

Luis Gómez

La sombra de Sabonis es larga y afilada. La de Tchatchenko es una sombra abrupta. La de Sabonis te hace pensar en un estilete, una acción rápida e hiriente, un corte seguro y mortal. La de Tchatchenko simula el paso de un elefante, un muro inamovible que se te echa encima y que te pisará como se mata a una hormiga, sin piedad. Así debió pensar Fernando Martín cuando, en acciones fáciles, cerca del tablero, esperaba un par de segundos antes de lanzar el disparo. ¿Qué hace Martín que no tira?. Martín miraba de reojo la llegada de una sombra, de cualquier sombra, afilada o no. Finalmente, Sabonis saltó limpiamente para machacar un tanto y en su mate sonó el ruido de un flash y el tablero cristalizó. Sensacional. Fílmico.Como un estilete, Sabonis hizo el corte y sus compañeros abrieron la herida para que el Real Madrid se desangrara. Todo fue rápido y a borbotones, los que semejan una sangría a base de cinco canastas de tres puntos consecutivas. 15 puntos donde hubo que haber sumado 10 y gracias. Entretanto, Fernando Martín había fallado tres tiros relativamente cómodos por actuar sobrecogido. En dos minutos, la selección soviética rebasó los 10 tantos de diferencia y el Real Madrid quedó aplastado, con el rostro de Corbalán y sus compañeros fiel reflejo del determinismo.

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Ante unos tiros tan infalibles y la contundencia reboteadora de Sabonis y Tchatchenko, no había nada que hacer. Sólo unos minutos después, una aparente lesión de Sabonis movió al técnico Gomelski a sustituirle por Bellosteni, otro gigante pero de aparencia más humana, diríase que incluso bondadosa. Bellosteni acostumbra a perdonar, pero sus colegas soviéticos en la zona, no. Entonces, Corbalán dio gritos de ánimo y pareció pensar en intentar remontar. Pero la esperanza duró sólo dos minutos, porque Gomelski volvió a sacar a Sabonis, señal ésta de que la URSS se tomó el encuentro muy en serio. Tchatchenko jugó los 40 minutos y eso no es normal. Indica, al menos, mucho respeto al rival.

El Real Madrid duró 20 minutos a base de una buena defensa y un juego de ataque muy estudiado. Robinson brilló por su movilidad y contribuyó a cortar pases y robar algunos balones. Gomelski fue poniendo a sus tiradores en juego hasta encontrar la fórmula ideal, es decir, no cejó un sólo instante de poner toda su artillería a punto y Iovasisha, Enden, Tarakanov, Kurtinaitis y Khomithius fueron alternándose en la cancha.

Enfrente, Iturriaga quedaba en el banquillo ligeramente lesionado del encuentro ante el New Jersey y Biriukov le sustituía en un buen partido. Los pases a los pívots se hacían por bajo y desde la línea lateral, para motivar un segundo pase, provocar una personal o intentar el tiro. Siempre existía el peligro de un tapón represivo y hasta humillante, como alguno de los dos que recibió Robinson, pero se mantuvo el tipo en el marcador, lo que parecía suficiente. Un descuido ingenuo a falta de seis segundos motivó que no se llegara al descanso con empate (43-45) cuando el Madrid se sentía vencedor moral en ese período porque había incluso acortado diferencias en algunos momentos, mostrando capacidad de reacción. La defensa funcionó muy bien con el coste ejemplar de sólo seis personales, de las cuales tres correspondieron a Martín.

Pero, en el segundo tiempo todo acabó cuando, en unos momentos de cierto relajamiento, se produjeron tres fallos casi consecutivos en ataque, tres errores hasta cierto punto fáciles, que coincidieron con un período de milimétrica exactitud en el lanzamiento de los soviéticos. Sabonis y Tchatchenko no intervinieron en esa fase, y el público ovacionó boquiabierto un tapón de Romay a Tchatchenko.

Sutílmente, Iovaisha tiró dos veces desde casi 7 metros con tranquilidad y metió la pelota, Enden hizo lo mismo unos segundos después, Valters no quiso perderse esa pequeña fiesta y Komithius redondeó el asunto. La URSS se marchó en el marcador irremediablemente, sin posible contestación, ante la impotencia de los jugadores madridistas que dieron ya el partido por sentenciado.

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