La guerra de los conservadores
PUEDE QUE las tradiciones económicas, sociales y políticas de España y Portugal, y su molde corporativista y paternalista del próximo pasado, dificulten su ingreso en la Comunidad Económica Europea, como se ha dicho en la conferencia del Partido Conservador británico (por John Biffen, líder de la Cámara de los Comunes), hasta el punto de que habría que "reescribir el tratado de Roma" para admitir a los dos países; pero parece que las peculiaridades económicas y sociales británicas son aún más difíciles de adaptar y que incluso, conducidas y manejadas como están hasta ahora por la primera ministra Margaret Thatcher, tienden a la disgregación de la CEE y están causando graves turbulencias. El asunto no parece tener mayor importancia, pero el tono es característico: toda la conferencia se ha desarrollado sobre esta música marcial del nacionalismo exacerbado, de la agresividad verbal. La explosión final, el atentado trágico y brutal del IRA, parece haberles dado la razón en su dureza y quizá una corriente favorable de votos. Margaret Thatcher es una procelaria, y el trueno y el relámpago la favorecen.Verbalmente, la tormenta ha estado todo el tiempo presente en la conferencia de Brighton. No ha faltado la denuncia de marxismo estalinista contra los sindicatos mineros, superada incluso por una nueva definición: la de scargillismo, tomada del nombre de Arthur Scargill, presidente de la Unión Nacional minera, al que los conservadores atribuyen figura de diablo rojo. Claramente, los diversos oradores de la conferencia no han querido permitir que los laboristas utilicen la imagen de relativa moderación presentada la semana anterior en su propia conferencia, sino que las tiñen de un extremismo izquierdista que definen como asaltante del poder público (según Peter Walker, ministro de Energía). Se hace aparecer el fantasma de la revolución. Si la bomba del Grand Hotel sirve para explicar que la ocupación militar y las medidas represivas en el Ulster no tienen alternativa ni negociación posible (lo cual es, a pesar de todo, irreal), la huelga minera está también para justificar los desastres económicos, y la razón de mantener a ultranza la política de empleos, salarios, productividad y privatización frente al marxismo estalinista que trataría de desintegrar la nación... El rearme es indispensable para mantener la independencia (el proyecto Trident, de misiles, por 9.000 millones de libras, es la "última oportunidad frente al chantaje nuclear", según el ministro de Defensa)... La guerra de las Malvinas fue justa, y el hundimiento del Belgrano, patriótico (para salvar vidas británicas amenazadas). La lucha contra la droga (era la primera vez que este problema aparecía en una conferencia del Partido Conservador) requiere, sobre todo, una penalización mayor: las condenas para los traficantes de heroína y cocaína van a llegar a la prisión perpetua (la máxima que permite la ley desde la supresión de la horca), en lugar de los 14 años previstos actualmente.
El sector crítico del partido ha tenido muy escasa voz. Cuando empezaba a desplegarla, se la acalló la explosión de los republicanos irlandeses. Tampoco hubiera sido muy potente. No la han usado en el congreso más que delegados menores, y con el ánimo de señalar simplemente que existe una alternativa posible, en caso de necesidad, a la actual política gubernamental. Pero, en realidad, el tono general de la conferencia ha sido el que ha denotado alguno de los observadores: más thatcherismo que el de Margaret Thatcher. Los oradores han sido duros de concepto y de expresión, agresivos no sólo para las ideas, sino también para las personas que las sustentan en la oposición, e incluso han servido para dar relieve a la cólera fría, considerada serena, del discurso final de Margaret Thatcher: como si ella misma estuviese conteniendo la santa cólera de sus ministros y sus correligionarios.
El partido está enteramente detrás del Gobierno, y el Gobierno no piensa en absoluto en cambiar la política que le ha llevado al poder y mantenido en él en dos elecciones consecutivas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.