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Walter y Ronald

Alguna vez se desvelará el misterio de por qué los grandes partidos norteamericanos eligen candidatos perdedores, doble misterio en un país tan sensibilizado ante el carácter, casi sexo, de lo ganador y lo perdedor. Tal vez el intelectual orgánico colectivo del partido demócrata sabe que el país necesita otros cuatro años de capitalismo salvaje para hacer aún más discutible su hegemonía mundial. Luego, volverán los liberales a colgar sus nidos en los balcones, porque la tarea sucia de meter en cintura al sistema mundial ya la habrá hecho el autor que le escribe los guiones a Ronald Reagan.El duelo Mondale-Reagan ha sido pues un juego retórico, algo parecido al "Ave María Purísima", "sin pecado concebida" con el que se iniciaban las confesiones más banales. "¿Cuántas veces?". "Tres, padre". ¿Trescientas? ¿Tres mil? ¿Ninguna? Qué importaba. Cualquier penitencia purifica el alma menos que el ritual total de la confesión, y el sistema agradece el juego del cara a cara, aunque las dos caras lleven el mismo maquillaje y casi se sepa quién va a ganar y quién va a perder. Las simples imágenes del encuentro sugieren más y mejor una conversación entre el padre de la novia y el padre del novio haciendo balances de dotes y de gracias naturales. Y, no sabría explicarlo, Mondale tiene cara de padre de la novia y Reagan de padre del novio. ¿Por qué será que, a pesar de que las mujeres casadas son más sustanciales que los hombres casados, en el cine, los padres de las novias tienen un aspecto más insustancial que los padres de los novios? Tal vez se trate de un simple recurso de disimulo, sólo atribuible a una antigua cultura de oferta y demanda en el mercado matrimonial, que el cine perpetúa como es su obligación.

De cine, de cine menor, de telefilme de domingo por la tarde, estos encuentros entre Walter y Ronald. El espectador sospecha que, de un momento a otro, Walter presentará a su chica y Ronald a su chico, los jóvenes se cogerán de la mano y Mondale dirá: "Trátala bien". Y Reagan se limitará a guiñarle un ojo más sexuado a su hijo preferido.

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