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Neil Kinnock afronta desde hoy el congreso del Partido Laborista con una imagen en deterioro

Soledad Gallego-Díaz

Neil Kinnock hará frente esta semana a su primera prueba de fuego como líder del Partido Laborista. Kinnock, que fue elegido jefe de la oposición el año pasado, tiene que lograr que el congreso de su partido, que se inicia hoy en la ciudad costera de Blackpool, reafirme su liderazgo y ofrezca una imagen unida. Los preparativos del congreso parecen indicar que su trabajo será difícil: el ala izquierda le ha preparado dos trampas que no le harán perder su puesto, pero que pueden menoscabar su ya deteriorado prestigio.

Kinnock, un galés de 42 años que se hizo cargo del partido tras la espectacular derrota de las últimas elecciones, atraviesa un profundo bache de popularidad. Los sondeos más recientes señalan que sólo un 37% del electorado cree que es un buen líder, frente al 58% del año pasado. El pelirrojo y jovial jefe de la oposición no ha logrado calar en el votante medio. El líder laborista no puede presentarse ante el congreso como un político arrebatador, capaz de atraer por sí solo al electorado. Sus intervenciones en la Cámara de los Comunes han sido sólo discretas, al igual que sus comparecencias ante la televisión. Sin embargo, Kinnock puede, presentar un balance razonable como líder de los laboristas.

Fundamentalmente ha conseguido que, en doce meses, la oposición, desgarrada por luchas internas y en su nivel más bajo desde la guerra mundial, ofreciera una imagen más sosegada y unida. Los grandes problemas que llevaron a los socialistas británicos a perder entre 1979 y 1983 un cuarto de su electorado no han quedado resueltos.

La pacificación interna era la tarea prioritaria para cualquier líder que recogiera la triste herencia de Michael Foot, y Kinnock ha logrado algo que parecía imposible: situar a su partido como un serio competidor de los conservadores, según demuestran los resultados de las últimas elecciones europeas.

Pacificación interna

Para apuntalar este renacimiento y mejorar su imagen personal, Neil Kinnock necesitaría un congreso apoteósico que le recibiera con una ovación estruendosa y que reafirmara sin dudas su liderazgo ante un votante británico escéptico que seguirá los debates por televisión y en directo. No parece qué el sector radical laborista esté dispuesto a pagar ese precio. Uno de los puntos de enfrentamiento será la actitud del partido frente a la prolongada huelga de los mineros. Kinnock desea que el congreso ofrezca su apoyo a los huelguistas, pero quiere evitar una discusión sobre la violencia de los piquetes. El líder laborista lamentó dicha violencia durante la asamblea de los sindicatos y hubiera querido repetir su condena en el congreso del partido, pero estaba dispuesto a soslayarla a cambio de evitar una pelea pública.

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Con este fin se entrevistó recientemente con el líder minero, Arthur Scargill, que estará presente en Blackpool. Todo parecía indicar que Kinnock había logrado un compromiso, pero al final el acuerdo ha saltado hecho pedazos. Un grupo ha presentado una moción condenando "la violencia de la policía" y pretende suscitar el debate, con el apoyo del radical Benn.

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