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Los Juegos de la 23ª Olimpiada de la era moderna, clausurados

Caballos irrespetuosos

A Samaranch sólo le faltó dar las gracias a los teletipos que no le funcionaron, en su piso del hotel Biltmore, su refugio durante los Juegos Olímpicos. No tenía otro remedio después del platillo volante y Lionel Ritchie. A fin de cuentas se había pasado el trago de los Juegos de Los Ángeles. De sus quejas iniciales no quedó más que el recuerdo de su realidad y aquella exhibición que le hicieron los de la ABC, después de que protestara por la imparcialidad de sus transmisiones.Empezó con un gracias a Reagan y terminó dando gracias a América en la ceremonia de clausura. Esta vez no recordó a los ausentes, que quizá sí le recordarán algún día tanta gratitud. Pero ya no hacía falta. Quedan cuatro años para Seúl, con quien Moscú no tiene relaciones diplomáticas, pero no importa. Aún queda tiempo, aunque al tigre mascota coreano, quizá como una premonición, ya se le cayó el sombrero en plena ceremonia. ¡Mira que es mala suerte! En medio de la ceremonia de despedida, en la que muchos piensan ya en los futuros Juegos, al tigre se le cae el sombrero. Claro que a los norteamericanos se les murió el águila Sam y han acabado llevándose 174 medallas.

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"Todo se arreglará en la asamblea extraordinaria del Comité Olímpico Internacional a finales de año", ha comentado el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI). "El olimpismo ha salido reforzado de Los Ángeles. Ha sido un éxito de organización y de participación". Esas mismas palabras las pronunció hace cuatro años, en Moscú, cuando estrenaba su presidencia y los Juegos de la anterior olimpiada finalizaban con el boicoteo contrario. Entonces tenía la esperanza de que no se produjera el segundo. Pero se produjo. Y mucho peor, pese al thank you.

Ni siquiera el último himno fue el portugués. Ya que habían programado la maratón como última prueba antes de la ceremonia de clausura, el triunfo de Lopes parecía predecirlo. Pero no fue así. Aún estaba guardada la carta de los caballos. Era obligado escuchar como despedida el himno estadounidense por 83ª ocasión.

Los organizadores volvieron a demostrar su astucia y no habían entregado por la mañana las medallas de la hípica en Santa Anita, porque jugaban a dos bazas: Salazar, el maratoniano, y alguno de los jinetes de saltos de obstáculos. El primero falló, pero ganaron dos de los segundos. Por eso, esta vez no hubo Copa de las Naciones de hípica en la clausura, pero sí entraron los caballos. Y corrieron por el tartán tras la entrega de medallas. Todo muy patriótico y espectacular para terminar. No podía ser de otro modo.

Pero algo salió mal. Los dos caballos norteamericanos fueron muy irrespetuosos. Mientras sonaba su himno, hicieron sus necesidades en la calle 1, tan lustrosos ellos. Cerca de allí, en la mitad de la recta de 100 metros, Carl Lewis, su héroe, su dios, había hecho sus cambios de ritmo y terminado de ganar tres de sus cuatro medallas de oro. No todo lo que relució en Los Ángeles fue oro.

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