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Juegos de la 23ª Olimpiada de la era moderna

Lewis gana en nueve segundos su segunda medalla

ENVIADO ESPECIAL, Fue a las 18.42 horas del lunes en Los Angeles. Carl Lewis, el mejor atleta del mundo, comenzó su carrera de 52 metros, batió lejos de la tabla, pero no importó: voló hasta caer a 8,54 metros ofciales, más de 8,60 reales. Siete segundos de carrera y dos en el salto, nueve en total. Era el primero de los seis intentos a que tenía derecho. Hizo nulo en un segundo de parecida distancia y no saltó más. Se puso el chándal observó el concurso de longitud de cerca, porque no se podía ir como en la calificación. En aquel momento superaba al siguiente clasificado en casi medio metro. Al final, serían 30 centímetros, para lograr su segunda medalla de oro después de los 100 metros. Nunca se había ganado en la historia del atletismo olímpico una prueba con tanta facilidad. Sólo Beamon, en México cuyo récord-mundial y olímpico de 8,90 aún permanece.

El lunes era el día peor para Carl Lewis en su aventura olímpica de ganar cuatro medallas de oro. Por la mañana debía correr las dos primeras series de 200 metros, y por la tarde, saltar la final de longitud. La jornada matinal, además, no le gustaba, porque debía correr una de las últimas series de la primera ronda y la primera de la segunda. En hora y media. Se paseó en la primera, con 2102 y viento a favor de 0,6 metros por segundo, y forzó más en la segunda, con 20.48 y viento en contra de 0,5, frenándose incluso al final.Fue como un juego para él, pero ya llenó el estadio sólo con su presencia. No había más que la calificación de pértiga y las series de 200 metros. Nada. definitivo ni especialmente interesante aparte de Lewis. Pero él solo llevó a las 90.000 personas, aunque apenas le vieran correr.

El lunes por la tarde, en la cuarta jornada de finales del atletismo, se disputaban siete. Algunas tan atractivas como los 800. y los 10.000 metros masculinos. En los 110 metros vallas él recuerdo fue para Reinaldo Nehemiah, el plusmarquista mundial, único hombre que ha bajado de los 13 segundos en la distancia y que ahora arrastra su nombre con discreción en el rugby americano profesional.

Pero Parecía que sólo había una final, porque sólo había una atracción. Ni Cruz, ni Coe; ni Cova, ni Vainio; ni los mucho más derrotados Ovett, que acabó en el hospital con problemas respiratorios, confirmando que no está bien, o

Mamede, que abandonó a los 5.000 metros como un rayo, porque sigue siendo un hombre frágil, sólo para una carrera o para un récord y no para competir varios días seguidos. Ni siquiera el público se sintió atraído por el jamaicano Cameron, campeón mundial en Helsinki de 400 metros, que en la segunda semifinal, tras pararse prácticamente por un amago de tirón a los 130 metros, volvió a acelerar al sentirse bien a los 180 y aún pudo clasificarse para la final en un alarde de calidad.

La única figura era Lewis. Y en este caso, como el sábado, volvía a estar justificado el patriotismo local. Ante sí tenía su segunda prueba de fuego. En caso de pasarla, iba a sumar su segunda medalla de oro. Ya no le quedarían más que dos: la de hoy en la final del doble hectómetro, y la del sábado, en la que ya dependerá de los demás integrantes del relevo estadounidense de 4x 100. Y todo lo iba a resolver en nueve segundos. Ni uno más. Más de un espectador se iba a quedar sin disfrutarlo.

Superioridad aplastante

17.30 horas. Cámara de llamadas para los atletas participantes en la final de salto de longitud. Mientras 11 están agrupados, por orden de los jueces, a uno se le permite estar a su aire, despreocupado. Es Carl Lewis. No desprecia a los demás atletas, pero los ignora. Como mucho, intercambia algunas palabras con sus compatriotas Myricks y McRae. Viste el chándal habitual del equipo de Estados Unidos y calza zapatillas deportivas de paseo.

18.00 horas. El comienzo de la final de salto de longitud se ha retrasado, seguramente por nuevas necesidades de la cadena de televisión ABC, para quien se han montado los Juegos Olímpicos. Los atletas llegan a la zona designada y Lewis se sienta en el banco para cambiarse las zapatillas por otras Nike de competición, con clavos. Son distintas, la derecha con dibujo azul y la izquierda roja. Suele ser norma habitual en los saltadores de altura, pero no tanto en los de longitud.

Cuando termina, levanta sus 1,88 metros y 80 kilos de músculos y coge dos pequeños cubos de plástico blanco para señalar sus marcas., Se dirige por el pasillo de saltos cerca del foso y coloca una señal en el borde a menos de 20 pies, unos seis metros, de la tabla de batida. Ahí sabrá que va a dar, bien sus últimos pasos en la carrera antes del salto. A continuación, camina en sentido contrario hacia el principio de la calle y coloca el segundo cubo algo más allá de la marca de 170 pies, es decir, a 52 metros de la tabla. Ahí iniciará su carrera. Aún quedan varios metros hasta el final del pasillo, pero no los necesita.

18.30 horas. Terminada toda la preparación anterior, Lewis se ha sentado y espera a que le toque el turno de los saltos de calentamiento. Se despoja del pantalón y hace dos intentos, sin forzar, cayendo de pie, con unas mallas negras y grandes dibujos rojos en forma de flechas. Han pasado las finales de 800 y 110 metros vallas y se efectúa la presentación de los 12 finalistas. Lewis saltará el penúltimo. El Coliseo es un clamor cuando suena su nombre. Él esboza una sonrisa, la única antes de la entrega de medallas. Ha vuelto a ponerse el pantalón del chándal y volverá a sentarse a esperar el turno.,

18.42 horas. Tras un mínimo es tiramiento de músculos por el pasillo de salto, una vez despojado del chándal y de la malla, Lewis inicia su primer salto. Corre los 52 metros en siete segundos, llega muy rápido al final del pasillo y bate muy lejos de la tabla, tal vez a 15 o 20 centímetros. Parece que ni siquiera ha mirado sus marcas. Se eleva y progresa enormemente en longitud, hace su tremenda tijera particular y cae dos segundos después mucho más allá de la señal de los ocho metros. Incluso más lejos de los 28 pies que él considera que debe superar siempre para ser un saltador de calidad.

Las 90.000 personas, que acababan de tener la mínima emoción de la primera serie de los 3.000 obstáculos, y habían enmudecido con su carrera, rugen ya con su salto. Lewis sale del foso, se sacude la arena, levanta ligeramente los brazos y se dirige al banco sin esperar la medida. En el marcador sale: 8,54. El italiano Evangelisti acaba de saltar 8,09, 45 centímetros menos. Llegará a los 8,24, como el australiano Honey, plata por un mejor segundo salto de 8,18. Myricks fallará tanto como Corgos y no subirá al podio como el segundo. El tercer americano, McRae, ni siquiera pasará a los tres últimos saltos, como Corgos.

19-50 horas. Lewis hace su segundo salto. Llega peor a la tabla y hace un nulo claro, al pisar más allá de la tabla unos 10 centímetros. El sol, de espaldas a los saltadores, ya no da en la zona del salto y está a punto de ocultarse en el horizonte totalmente. Lewis se vuelve a poner el chándal y ya. no saltará más. No puede marcharse como en la calificación y le da tiempo a ver la última serie -de 3.000 obstáculos y la final de 10.'000. Incluso llega a aburrirse. Con un solo salto y 30 centímetros de margen sobre los siguientes clasificados, gana el concurso de Iongitud más fácil de la historia olímpica después de Beamon en México-68. Ha preferido reservarse para nuevas empresas, que son dos nuevas medallas de oro.

20.15 horas. Lewis, que ya ha cantado y escuchado el himno norteamericano con la mano en el pecho dos veces, con los triunfos de Valerie Briscoe en los 400 femeninos y de Kingmond en los 110 metros vallas, lo hace ahora en el podio como protagonista. Ha vuelto a sonreír por segunda etapa.

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