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Tribuna:EL ASNO DE BURIDÁN
Tribuna
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Electores y militantes

Hace ocho días rocé en esta misma esquina ciertas conclusiones que cualquier espectador de las últimas consultas electorales con los ojos suficiente y saludablemente abiertos a la evidencia pudo haber obtenido por cuenta propia y sin mayor esfuerzo. Traté entonces de señalar los vicios a que nos está conduciendo una errada idea de la profesionalización política, y dejé en el aire un segundo rasgo, no menos cierto y transparente, que alude a la conducta de los electores y no a la de los candidatos a la elección.La tesis de la desideologización del hombre de nuestro tiempo -quiero decir: de su indiferentismo ante las ideologías y aun del abandono ideológico- ha sido uno de los instrumentos preferidos por aquellos ideólogos ansiosos de mostrar cómo las elecciones democráticas no sirven para gran cosa y, en consecuencia, deben ser sustituidas por otros medios y diferentes formas de decisión política. La falacia del planteamiento es obvia en tanto que identifica fenómenos y soluciones heterogéneas o, al menos, difícilmente compatibles. Sin embargo, el punto de partida empírico parece destinado, cada vez más, a constituirse en eje del análisis en la teoría política, ya que lo que resulta innegable es el voluble, o aparentemente: voluble, comportamiento del voto, cada vez que se cotejan ocasiones electorales de distinto signo. Los mismos ciudadanos votan de forma dispar a muy parecidos candidatos, ajustando sus preferencias a partir de una diversidad que coincide con el abanico de instituciones en juego. Las elecciones legislativas, las municipales y las autonómicas cuentan, todas ellas, con muy análogas ofertas, aunque con bien diferentes demandas. Es cierto que una determinada parte de la culpa debe cargarse en el saco de la abstención, corno también lo es que, a poco que varíe la estructura estadística. de los electores que deciden ahorrarse el voto, cambiará, en proporción mayor o menor, el resultado que haya de salir de las urnas. Sería, no obstante, difícil justificar así el conjunto de las diferencias, tanto por la probable identidad común de una considerable parte de los abstencionistas en cualquiera o en todas las consultas, como por la magnitud de los distingos.

En muy considerable medida, los votantes se comportan de forma diferente según estén eligiendo los diputados o senadores de las Cortes, los concejales de los ayuntamientos o los miembros de las cámaras legislativas regionales. Y eso significa -por cierto- que el componente ideológico en la elección de opciones pesa menos de lo que la teoría clásica de la conducta política podría y solía predecir.

¿A qué puede deberse, o a qué debe achacarse, esa desideologización selectiva? Hay quien responde sosteniendo la evidente tesis de la ancianidad, ya que el origen de los partidos políticos actuales hay que rastrearlo en el siglo XIX. Pero, ¿realmente es tan distinta nuestra sociedad como para justificar semejante crisis de las instituciones políticas básicas y a disposición del ciudadano? O, dicho sea de otro modo, ¿acaso las alternativas recientes, al estilo de los partidos verdes que enarbolan la antorcha del ecologismo, ofrecen radicales alternativas y espectaculares bazas electorales?

Puede ser que una parte considerable de la prueba haya que buscarla en la mayor sensibilidad del votante para los componentes esenciales de cada labor de gobierno (el estatal, el autonómico y el municipal) y las reales posibilidades de maniobra con las que cuentan partidos con esqueleto tan diferente como los regionales Unió o el Partido Nacionalista Vasco- frente a socialistas y conservadores en el ámbito nacional. Cataluña acaba de enseñarnos, de idéntica forma a como el PaísVasco lo hizo hace bien poco, que los votantes de las elecciones autonómicas hacen caso omiso de la presencia esporádica de: Fraga y de Felipe González, de Verstryrige y Alfonso Guerra, en corrales un tanto ajenos. La cercanía se constituye evidentemente en una circunstancia de.: peso cierto y difícilmente conjurable desde unas estrategias que no pocas veces tienden a castigar, por motivos de política de Estado, a las aspiraciones locales.

Con todo, no sería prudente olvidar que el partido político como institución está amenazado de raíz no tanto por la desideologización como por la indiferencia militante. Cada vez son menos, y más proclives a ciertas ingenuas radicalizaciones, quienes militan en los aparatos de partido, y esa minoría dispone, a consecuencia de ese elemental mecanismo, de las armas esenciales con las que definir unas estrategias políticas que han de ser luego asumidas por multitud de votantes sin control directo sobre el partido. El control indirecto del voto acaba, cierto es, por imponerse, pero su tiempo de maniobra, su inercia y su capacidad de reacción son en todo distintos de los que podemos encontrar en las asambleas y los congresos de los militantes. Quizá la grieta ideológica existente entre electores y militantes sea mucho más grave que la desideologización colectiva y global a la que, a la larga, podría acabar por llegarse.

C Camilo José Cela, 1984.

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