Joan Aguilera
El tenista de moda que cambió a tiempo la batería por la raqueta
Joan Aguilera ganó el domingo el torneo de Hamburgo, derrotando a figuras como Noah, Vilas y Sundstrom. A sus 22 años, Aguilera ha despegado. Unos dicen que ya es demasiado tarde. Otros, que ya hacía mucho tiempo que teñía que suceder. Todavía no es uno de los grandes, pero se ha acercado lo suficiente a ellos como para obligarles a poner cara de preocupación. De él se han dicho muchas cosas, alguna quizá demasiado precipitada. Pero todo un campeón como Guillermo Vilas se ha atrevido a opinar que "Aguilera es capaz de ganar en Roland Garros".
"Es un chico introvertido, pero muy buena persona, muy cariñoso". Todos sus amigos y familiares coinciden en esta frase para definir a Joan Aguilera. Parece una consigna. Tiene una de esas historias personales que hacen a un hombre predestinado. ¿Qué podría ser si ha vivido toda su vida en una casa situada en el interior del Club de Tenis La Salud, el club de Manolo Orantes? Tenista, claro.Normalmente, los tenistas de elite suelen ser empujados a la práctica agotadora de este deporte -la única forma de estar entre los mejores- por el padre o la madre. Joan es diferente. Fue la madrina quien le empujó a jugar. María Teresa Pujol no tuvo que esforzarse demasiado. Buena jugadora en los torneos internos del club, María Teresa se vio superada por las ansias de jugar del pequeño Joan. A los cinco años cogió la raqueta, y no la soltaba ni para dormir. "Me tengo que ir a trabajar", decía su madrina agotada por el duro partido. "Venga, un poco más", contestaba el enano Joan, ya dispuesto para el servicio.
El tenis como recreo acabó pronto. Joan era bueno, lo hacía todo bien y los entrenadores del club comenzaron a preocuparse por él. Había que entrenar muy duro, y de eso se preocupó Pedro Mora, un hombre que aún hoy sigue con su ilusión de enseñar a los más pequeños; Pedro Mora fue el primero que vio que el chico del club podía llegar lejos. Otros discrepaban. Coincidían, sí, en seña lar que Aguilera dominaba todos los golpes, pero repetían, sarcásticamente, que "es demasiado guapo para ser una estrella del tenis". Y es que, claro, la cara de angel de Joan sufría comparación con los dentones Orantes y Santana.
Poco a poco, Joan fue creciendo, y el ritmo de entrenamientos con él. No le gustaba. Había descubierto la música, y en la edad del pavo, a los 15 años, decidió probar suerte con la batería. Jugaba al tenis, pero, para desesperación de los que creían en él, demasiado poco. Formó un grupo que se llámó Palo, que se ha hecho más famoso muerto que vivo. Eran jóvenes del club que nunca se lo acabaron de tomar en serio.
Aguilera es tímido, pero en su mirada se puede captar la inteligencia. Se comió el tarro durante unos meses. No sabía qué hacer. El tenis le gustaba, pero no le entusiasmaba. Y llegó Lluís Bruguera. Por entonces, Bruguera estaba a sueldo de la Federación Española de Tenis y se atrevió a decir que había que dejar de apoyar a Martín Jaite y recuperar a Aguilera. La federación no le hizo caso. Jaite se marchó a Argentina, su país de origen, tras aprovecharse del dinero que la federación destinó para su formación. Bruguera se hartó, tras las críticas recibidas en Copa Davis -equipo que dirigía-, cogió a Aguilera de la mano y, junto a Fernando Luna, formó el primer equipo profesional de España.
"Con Lluís todo cambió", dice ahora Joan. Volvieron los entrenamientos. Volvió la alegría del tenis. Lluís confiaba desesperadamente en Aguilera, y supo transmitirle esa confianza. La propia madre de Aguilera reconoce que "Joan es como un hijo para Lluís". Con ellos está Fernando Luna, otro trozo de pan. Juntos han viajado mucho. Juntos han vivido muchas derrotas.
Motivar a Aguilera fue la tarea principal de Bruguera. "Yo estaba en Valencia cuando Aguilera vino a jugar un torneo", explica ahora Bruguera. "Era la época en la que no sabía qué hacer. Estaba desmoralizado. Yo le invité a estar a mi lado. Hablé mucho con él, durante muchas horas. Desde entonces empezamos a trabajar juntos. Confío tanto en él que dejo sorprendidos a mis propios colaboradores. Recuerdo como el entrenador físico, que también lo es del equipo de baloncesto del Barcelona, se quedó con la boca abierta cuando les dije a Fernando y a Joan yo me tenía que ir de viaje, pero que durante el fin de semana fuesen al Club de Tenis Barcino, donde ahora entrenamos, para estirar las piernas y correr durante media hora. '¿Cómo sabes que no te van a engañar?', me preguntó. 'Si me engañasen, se harían daño a ellos mismos', le respondí."
Ganar en Hamburgo puede ser el principio de algo importante, pero también un espejismo. En el tenis hay demasiada calidad como para auparse a lo más alto en una semana. Todos están concienciados de ello. Hasta los familiares. "Celebramos la victoria de Hamburgo en mi casa", explica la madre de Joan. "Vinieron hasta la mujer y el hijo de Lluís -Sergi, otra figura en ciernes-. Festejamos la victoria con lágrimas y champaña, pero no lanzamos las campanas al vuelo. Todavía hay que seguir luchando".
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