Los meandros del sentimiento
Hace poco TVE emitió un raro e interesante filme de Elia Kazan, Viva Zapata, rodado en 1952. Hoy emite Al este del Edén, de 1955, otra de sus obras difíciles de catalogar, tal vez porque, como la primera y La ley del silencio, se sitúa en una zona intermedia, estilísticamente híbrida, de la obra de este curvo cineasta, y participa a medias del mundo inicial -de estirpe documental- del Kazan político y del mundo final -dominado por un tormentoso lirismo- en que desembocó su obra a partir de Río salvaje y Esplendor en la yerba.Al este del Edén se basa en los capítulos finales -la historia cainita de Cal y Aron Trask- del novelón de John Steinbeck, autor del guión de Viva Zapata. Como en ésta, Kazan se mueve entre el documento y la explosión lírica de su plenitud. La indeterminación de los estados de ánimo, los oscuros meandros del sentimiento, la condición movediza de los flujos pasionales, que es uno de los aspectos del comportamiento que mejor domina este dominador de conductas, alcanza aquí una cumbre, precisamente a causa de la condición estilísticamente híbrida del filme.
Al este del Edén se emite hoy a las 22
30 horas por la primera cadena.
La elección para el filme únicamente de los capítulos finales de la vasta novela de Steinbeck -no más de 100 páginas entre casi 700-, elección que suprime de un plumazo la parte precisamente más aventurera, exterior y brillante del relato (la tremenda historia del padre de Cal y Aron, el puritano Adam Trask, y de su mujer, una prostituta de terrible capacidad agresora), es uno de esos actos de conocimiento de sí mismo que define rotundamente a un cineasta de fuste. El largo desarrollo, en el guión de Paul Osborne y del propio Kazan, de estas cortas 100 páginas es de una enorme intensidad, pues proyecta sobre ellas, en forma de subentendido, los complejos antecedentes de la historia y proporciona así al filme la condición de parte visible de un iceberg, con el consiguiente enriquecimiento de la parte visible de cada personaje con la parte no visible de sus remotos antecedentes, circunstancia que imprime al filme una casi insoportable densidad.
Y es en estas densas aguas donde Kazan se mueve con más ligereza. Elia Kazan, que es una cumbre del teatro contemporáneo en Estados Unidos, es dueño absoluto de las leyes de la intensidad y la concentración, que emplea en Al este del Edén con insuperable maestría y, lo que es más importante, sin teatralizar en absoluto el filme. ¿Cómo logra Kazan este pequeño milagro? Mediante el finísimo empleo que hace en esta película de su mejor arma: la dirección de actores. El gran investigador de conductas que es Kazan no tiene rival a la hora de contagiar esa su pasión al actor, y, así, Al este del Edén es un alarde ínterpretativo y, en este sentido, uno de los filmes más brillantes de Hollywood en las últimas décadas.
Creación de Dean
En efecto, la famosísima creación de James Dean del personaje de Cal Trask ha quedado como el punto más alto de la fugaz y explosiva carrera de este singular actor. Pero lo cierto es que la leyenda ha desbordado a la realidad, porque, pese a ser el trabajo de Dean en Al este del Edén muestra de un talento indiscutible, lleno de recursos, de dolor y de malicia irónica, no es el mejor, del filme.
El recientemente fallecido Raymond Massey hace una creación de pasmosa sobriedad -que contrasta con el barroquismo expresivo de Dean- en su Adam Trask. Las escenas del tren frigorífico y la del cumpleaños del viejo puritano, cuando éste rechaza el regalo en dinero que su hijo le ofrece, son dos momentos perfectos de interpretación doble y contenida, de escuela inglesa, que Kazan incorpora sin disonancia a su estilo de escuela neoyorquina.
Jo van Flet, en su corto papel de la madre prostituta de Cal y Aron, bordea sin exageración los límites de la genialidad. Sus tres escenas con James Dean -más una cuarta con Dean y Richard Davalos en su papel de Aron- en el prostíbulo de Monterrey, que ella regenta, son fascinantes, además de únicas, por su violencia y doblez, en la historia del melodrama filmado.
Pero donde la mano maestra de Kazan se deja sentir es en la unidad interpretativa de gente tan dispar y en la creación que cada actor secundario hace de cada mínima aparición. Burl Ives crea un sheriff antológico. Julie Harris, actriz poco dotada para el cine, no es oscurecida por Dean en las delicadas escenas de su idilio. Y actores tan mínimos como el matón y la criadita anormal del prostíbulo logran tal, ajuste en sus creaciones que sus pocos minutos de presencia apagarían la luz artificial de muchos divos que ocupan horas de pantalla y llenan, sus vitrinas de premios. La mano del mago Kazan.
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