Hacia un nuevo paradigma cultural
La crisis de los últimos tiempos afecta al algo tanto o más trascendente que a la producción material. Es el mismo marco conceptual el que ha estallado en pedazos y a la vez, con él, la metáfora general del mundo. Los nuevos descubrimientos científicos que se refieren al origen y destino del universo, a las composiciones de la materia y la antimateria, a las leyes de la indeterminación y de la causalidad, han puesto en cuestión las bases teóricas de las que se obtenían los fundamentos explicativos de nuestra existencia. Por su lado, el arte, en paralelo con este desconcierto fundamental, redundante con una época en crisis, vacila en caminos plurales, no necesariamente coherentes, que multiplican las opciones e impiden una totalizadora representación de lo real. Como consecuencia de esté caos, supuestamente eventual, se dice que el mundo falto de objetivos determinados, se comporta como una embarcación a la deriva y en una navegación desencantada. Frente a esta visión pesimista, el autor del siguiente artículo defiende la actual oportunidad de elegir, entre un archipiélago de equivalencias, unas ubicaciones existenciales diferentes y optar así por ritmos vitales no sujetos, como hasta ahora mismo, por la disciplina de un único y severo paradigma.
Mientras usted, lector, abre esta página de periódico, miles de millones de neutrinos le atraviesan el cuerpo. Es uno entre tantísimos fenómenos, procedentes de la nueva visión del mundo, que sensorialmente nos exceden. Quasars, supernovas, quarks, agujeros negros: el gran público comienza a familiarizarse con estas expresiones, igual que reconoce lo de microprocesadores, láser, ingeniería genética o geotermia. En Estados Unidos se habla del look high tech -como si dijéramos, el estilo alta tecnología-, y los medios de comunicación, con su inmenso poder educativo -y deseducativo- se ocupan insistentemente del asunto. Es, efectivamente, un "tema de nuestra época". Pero lo es también en sus supuestos teóricos más hondos, en el fragor del nuevo paradigma. Porque las cosas vienen misteriosamente interrelacionadas, y desde el lenguaje cotidiano hasta el arte, pasando por las actitudes religiosas, todo incide sobre todo.Veamos. Emile Bréhier puso el dedo en la llaga: en cada época; tanto o más que el modelo económico de producción, influye la imagen astronómica, es decir, la imagen física del mundo o, todavía mejor, el paradigma de la ciencia (con su correspondiente epistemología). Primera cuestión: ¿qué nos dice hoy el nuevo paradigma? Cuestión conconritante: ¿qué desplazamiento de sensibilidad, qué efectos sobre nuestro "estar-en-el-mundo" se generan? Para afrontar, aunque sea únicamente de soslayo, interrogantes de calibre tan osado propongo un inventario previo y selectivo.
1. La realidad escamoteada. "La razón discursiva no nos conduce hasta el fondo último de las cosas", escribe el científico Bernard d'Espagnat. En efecto, ¿quién sabe verdaderamente qué son el tiempo, el espacio, la materia, la fuerza, la energía, el azar, las leyes de la naturaleza? ¿De dónde vienen esas leyes? ¿Por qué diablos las cargas eléctricas tienen que atraerse o rechazarse? ¿De dónde la llamada no separabilidad? Y, sobre todo, ¿de qué manera el cerebro construye la realidad? ¿Y qué sentido tiene verter al lenguaje ordinario las fórmulas procedentes del lenguaje fisico-matemático?
El caso es que nos volvimos progresivamente cautos. Primero fue el empirismo / marxismo: las ideas son función del mundo, y no viceversa. (Pero ¿no es también el mundo una idea? Hay un círculo empírico-lógico imposible de romper.) Después vino la preocupación por el lenguaje, la conciencia de que estamos encerrados en el habla, la asepsia estructuralista. Descubrimos la dificultad, incluso literaria, de decir algo, toda vez que cualquier lenguaje tiende a ser siempre lenguaje sobre lenguaje. (De ahí, por cierto, la indispensable dimensión lírica de todo texto significativo: ese echar a volar poético para vencer el campo gravitatorio de la redundancia.) Finalmente, la sistemática, la neurobiología, las innumerables especies interdisciplinarias que nos pusieron lo teal (lo que Kant llamaba Ding an sich) cada vez más problemático y oblicuo. La realidad no es reflejada ni por la teoría ni por la experiencia (nadie sabe lo que es experiencia, puesto que hay siempre interpuesta alguna teoría). La realidad es únicamente simbolizada. Tomemos el ejemplo perceptivo por antonomasia: la visión; la elaboración por la corteza cerebral de los impulsos eléctricos que le transmite el nervio óptico nor es ninguna copia de lo real; es sólo una interpretación adaptativa / selectiva. Reconocemos el mundo de manera parcial e interesada, a sabiendas de que el mundo "en sí mismo" se nos escapa. Y ese pathos lúcido invade nuestra conciencia. ¿Sabe alguien lo que realmente hace al margen de los discursos con que se cuenta a sí mismo lo que hace?
2. Evolución cósmica. Tenemos, sí, una realidad velada, pero un extraño fantasma evolutivo recorre el paradigma. Nos quedamos estupefactos ante el frenesí organizador de la materia, esa misteriosa tendencia a ascender en los peldaños de la complejidad. ¿Qué hubo en los quarks, los electrones y los fotones de hace 15.000 millones de años? ¿Qué hubo que les condujera hasta los últimos cuartetos de Beethoven? ¿Estaba todo previsto? Se diría que no. Y se diría que ahí reside la inaudita gracia de estejuego supremo. Algo ha hecho posible el ligero predominio de la materia sobre la antimateria, y, ya a parti r de ahí, que la naturaleza, rebosante de humor negro, se divierta inventando soluciones sobre la marcha -"milagrosas coincidencias"- bajo el juego del azar y la necesidad y sin ninguna garantía de un final feliz.
3. Brutalidad, locura, indiferencia. El universo de Kepler, Galileo, Newton y Laplace era un universo frío y ordenado, poblado de esferas celestes sosegadas; era un universo equilibrado. De pronto, el universo se hizo loco: hay en él tanto orden como desorden, tanta racionalidad como azar. Tras varios milenios de reinado del orden -escribe Edgar Morin-, no tenemos ya un cosmos razonable, sino "algo que está todavía en los espasmos del génesis y, al mismo tiempo, en las convulsiones de la agonía". La teoría matemática de las catástrofes permite leer la discontinuidad, la simultánea desintegración y nacimiento.
Y he aquí un universo que ya, más que hostil, se nos antoja indiferente y arbitrario. ¿Qué extraño capricho es éste de las partículas, antipartículas y radiaciones, obedientes a la ley de E=mc2, pero también abandonadas a la furia del azar? La poderosa voz de Shakespeare cobra resonancias nuevas. La vida parece, efectivamente, un relato contado por un idiota y presidido por la lotería. Se invierten los planteamientos procedentes de una tradición judeocristiana que culpaba al hombre para eximir a los dioses. En el marco de un cosmos despiadado, el mito de la culpa original sólo provoca sonrisa. Hoy pensamos que el pobrecillo descendiente del primate, navegante obstinado en un océano de incertidumbre hace ya bastante, aparece como un milagro antientrópico en medio del ruido y de la furia.
4. La no-separabilidad, incluso la mística. Y, sin embargo, también está la otra cara de la moneda. La mecánica cuántica explica que las partículas del universo están en britacto permanente, incluso cuando no hay entre ellas relación de causalidad alguna. Se trata de una influencia inminente, omnipresente, difícil de atrapar conmuestros conceptos tradicionales. De ahí una cierta, inesperada, justificación de la conciencia cósmica. La mayoría de los científicos suscribiría hoy esa sentencia de un sutra búdico: "Cada objeto del universo no es únicamente sí mismo, sino que implica a todos los otros objetos; más todavía: es todos esos otros objetos".
5. El retorno de lo infinito. O, si lo prefieren, el paradigma de la infinita complejidad. La nueva metáfora es que cada partícula es un cosmos, y cada cosmos, una partícula, no alcanzándose a vislumbrar final alguno en esta progresión. Se diría que no hay un final para la risica. Bien es cierto que se apunta a la gran unificación de todas las fuerzas de la naturaleza; pero conviene adver*tir que se trata, ante todo, de una unificación de formalismos matemáticos. Probablemente, la noción de un "constituyente último" de la materia es ilusoria (es decir, sólo tiene significación en el interior de modelos particulares). El caso es que desde cualquier esquina el infinito nos acecha. John A. Wheeler, profesor en Princeton, ha dado una hipótesis en relación a la pregunta de adónde va a parar la materia engullida en un agujero negro. Dicha materia podría reaparecer bajo forma de agujero blanco en algún lugar de otro universo situado en el hiperespacio. Escribe Wheeler, con aliento de ficción científica, que ese escenario, el hiperespacio, no está dotado de tres o cuatro dimensiones, sino de un número infinito de ellas.
Recobra actualidad Spinoza, Deus sive natura: sólo lo infinito puede más que la nada. Calibramos el alcance de los famosos teoremas de Kurt Gödel: la realidad es como una serie infinita de ruedas dentro de otras ruedas. Extraña pirueta del logos occidental que inesperadamente se hace hindú.
¿Qué nuevo ritmo?
Hasta aquí el inventario parcial y apresurado. Preguntábamos: ¿qué desplazamientos de conciencia -individual y colectiva- genera el nuevo paradigma? ¿Qué nuevos modos de acompasamiento? Durante miles de años, la religión, el rito, el mito, han neutralizado nuestras descompensaciones psíquicas y, acaso, neurocerebrales. Lo de la religión como opio puede que tenga un alcance estrictamente
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