Manifestación en París de 50.000 metalúrgicos de la región de Lorena contra el plan de reestructuración siderúrgica
Entre 50.000 y 60.000 personas, procedentes de Lorena, participaron ayer en la marcha de protesta contra el plan gubernamental de reestructuración de la siderurgia, que en esta región supone el enrarecimiento de lo que ha sido tradicionalmente su pan de cada día. En contra de lo previsto, la jornada convocada por los sindicatos se desarrolló sin incidentes; y contrariamente, también a lo anunciado, el Partido Comunista Francés (PCF), participante en el Gobierno del presidente, François Mitterrand, hizo acto de presencia en la manifestación al más alto nivel, es decir, en la persona de su líder, Georges Marchais; el hecho se valora como de "recuperación del descontento siderúrgico".
Todo fue espectacular ayer en París, pero no pasó nada; se temían desbordamientos, pero, porque los sindicatos no quisieron traicionar a un Gobierno de izquierdas, o porque los 3.000 policías que tomaron París desde el amanecer fueron eficaces, lo cierto es que los hombres, mujeres y niños llegados a París desde Lorena para protestar contra el plan anti-acero del Gobierno desfilaron, gritaron sus lemas de lucha y se dispersaron a primeras horas de la noche tranquilamente. Algunos personas, visiblemente marginales, intentaban, a pedradas, provocar a la policía, pero ya entrada la noche todo indicaba que la jornada podría finalizar sin incidentes graves.Los lemas, síntesis de la rabia lorena, fueron moderados, en la medida en que no atacaron abiertamente al Gobierno: "reactivación industrial", "en el acero yo creo como en la dureza del hierrro", "no a la supresión de empleos", "región en peligro", eslóganes coreados o escritos en banderas y pancartas, a lo largo del día, no son precisamente amenazas temibles para el Ejecutivo socialista.
En todo caso, la marcha sobre París ha sido valorada como un éxito rotundo por todos los sindicatos; a última hora del día, una docena de sindicalistas, representativos de todas las centrales importantes del país, fueron recibidos en el palacio del Elíseo, pero no por el presidente de la República, Mitterrand, sino por el secretario general adjunto de la presidencia. El hecho es significativo, y puede considerarse como una respuesta a la manifestación: tal como ya lo anunció al inicio de la semana el ministro de Industria, Laurent Favius, en Lorena, donde se reunió con los representantes de la región, el Gobierno está dispuesto a amortiguar al máximo el golpe mortal que significa para esta tierra del acero la revonversión en marcha. Pero dicha reconversión "no es negociable".
El hecho político destacable de la jornada lo constituyó la participación en el desfile del secretario general PCF, Marchais; en pocas horas, el partido que comparte el Gobierno con los socialistas cambió de opinión: en un principio aseguró que la manifestación debía ser puramente sindical, pero, aunque con la boca cosida, Marchais, a última hora, se echó a la calle con los siderúrgicos, lo que inmediatamente fue denunciado por los sindicatos no comunistas como un "intento de recuperación electoral del descontento".
El ser o no ser de los comunistas en el Gobierno de Mitterrand se plantea un día y otro y cada vez en términos más acuciantes; ayer, como anteayer, y como mañana por otra razón, los comunistas quieren, al mismo tiempo, estar en el Gobierno y desaprobar su acción "antisocial" , apoyando por ello las movilizaciones populares, y esto último pensando en las elecciones futuras, las europeas de junio próximo en primer lugar.
Nadie sabe, hoy, cuándo Mitterrand se agotará del "doble juego comunista", o cuando el PCF decidirá jugar la carta más desesperada, que consistiría en abandonar el Gobierno. Hoy, en Francia, sólo una certeza empieza a convertirse en la cultura dominante de la gestión socialista: Mitterrand, contra los comunistas, contra una parte importante de los socialistas, y contra quien se le ponga por delante, está dispuesto a modernizar a Francia, aunque ello suponga realizar la política exactamente contraria a la que prometió para llegar al poder. Dicho en números siderúrgicos: Lorena perderá sus 10.000 empleos y el sector, en todo el país, a los 60.000 que ya suprimió en los últimos seis años añadirá ahora cerca de 30.000 más.
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